En la vida, han sido pocas veces las que he llegado a sentir realmente la ausencia. En cada una de ellas, forzosamente, tuve que ajustar mi vida, mis hábitos, mis gustos, de los cuales sólo quedaban pocos que no me recordaran mi pérdida.
En la primera ausencia, durante varios meses, deje de hablar casi por completo. Me limitaba a sentarme en el comedor y mirar fijamente la silla de enfrente. Cualquier cosa que hiciera en esa mesa; comer, beber, descansar después de llegar... No importaba, yo no podía dejar de mirar la silla. Compartíamos la ausencia y el vacío.
La segunda, a diferencia de la anterior, por dentro mi alma gritaba. Sentía dolor en cada una de mis partes. Las noches tan eternas, llenas de miedo y dolor. Trágico.
La tercera ausencia, inesperada, sofocante y absorbente. Me dedicaba a llorar antes de dormir. Llorar en la ducha, y a veces solo viendo por la ventana. Me abrumaba el cielo tan inmenso. Mi corazón se estremecía cuando el sol empezaba a ocultarse. Justo en esos momentos en los que el cielo es naranja y la oscuridad amenaza con acabar con aquellos rayos que se esfuerzan por dominar el cielo. En esos instantes, mi corazón parecía no resistir. Ese nudo en la garganta que había logrado controlar durante todo el día, se aferraba a mí minutos antes de anochecer.
Me volvía una niña pequeña, con miedo, esperando a que alguien la abrazara y le hiciera saber que nada malo pasaría al anochecer. Patético.
Por dentro era tristeza. No estaba capacitada para ofrecer algo más. Ausencia. Terrible ausencia.
Esperaba una visita, una llamada, un mensaje que jamás llegaría. Mi actividad secundaria era pensar en todo aquello que no volvería a vivir, aquello que jamás viviría.
La vida se aferraba en guardar celosamente el remedio para un corazón que sufría. Y en ese punto, con tanto cansancio sobre mí, abandoné la idea de buscar la forma de arrebatárselo. Ese día, furiosa encaré a la vida, a su envidia y a su falta de empatía por mi dolor - Quédatelo, no necesito tu ayuda, ni tus enseñanzas. Quédatelo, después de todo, no es la primera vez que me niegas algo. Después de todo, no es la primera vez que me dejas sola. Y no será la última vez que te burles de mí con una ausencia -