Antes de los veinte

CAPITULO CUATRO - NOS VEMOS EN LA OTRA VIDA

      Viernes, 23 de octubre del 1987

Cada vez los días son más cortos, menos mal que el último domingo del mes de septiembre han atrasado una hora el reloj y no oscurece tan temprano. Lo único que no me gusta es que al salir a correr es de noche y cuando regreso a casa sigue estando demasiado oscuro, me gusta más cuando el sol me acompaña junto con la música.

He empezado a cronometrar el tiempo que corro. Mi padre, que me ha enviado más paquetes en los últimos meses que en toda mi vida, en el último me ha regalado un walkman igual que el de mi madre y algunos casetes. Posiblemente, mamá se haya quejado de que siempre le quito el suyo.

En el paquete también había un reloj digital, un Casio F84W que, según me han dicho los japoneses a los que les he preguntado, se vende muy bien en el país nipón.

Cada vez me conecto más con otros países diferentes a Estados Unidos, sobre todo por la diferencia horaria. Con Japón tenemos ocho horas de diferencia, pero hacia delante, por lo que cuando termino de almorzar, allí son las once de la noche y puedo escribirme con un montón de gente, aunque todos usemos el traductor simultáneo que cada vez utilizo menos.

Con los alemanes también me gusta conectarme porque son muy buenos explicando cualquier duda que tengas con algo relacionado con la informática y se conectan por la noche, como todo buen cristiano, pero al final, acabamos hablando todos con todos. Yo lo defino como poder viajar sin moverme de mi habitación.

En cuanto llego a casa, enciendo la luz de mi reloj para ver cuánto marca el cronómetro. He tardado casi media hora en recorrer siete kilómetros, mi mejor marca con diferencia.

No es que haya trabajado mucho la velocidad, esa es una asignatura pendiente para el año que viene. No quiero quedarme el último en los Sanfermines, creo que en cuanto vea a un toro, me voy a cagar de miedo.

***

Después de ducharme y de un buen desayuno, me voy al instituto en la bicicleta de Gabriel. Estoy estudiando ciencias y, por suerte, no hace falta empollar mucho. Mis compañeros de letras tienen que estudiar casi todos los días.

- ¿Qué has traído para desayunar, Colacho? – me pregunta Cecilia, una compañera de clase que se ha convertido en mi mejor amiga del instituto en las últimas semanas.

- Unas galletas con dulce guayabo. ¿Y tú? – le pregunto, porque estoy seguro de que otra vez se ha olvidado de traer algo para desayunar en el recreo.

- Nada – me contesta encogiéndose los hombros.

- Mi abuela me ha dado también un bocadillo de chorizo y queso amarillo. Me dijo que te lo diese porque los viernes siempre me quejo de que te comes la mitad de mi desayuno en el instituto – le cuento mientras le ofrezco el bocadillo.

- ¿Tan grande? – se sorprende.

- Seguro que Sandra tampoco trajo su desayuno – le respondo con una sonrisa.

Sandra y Cecilia tienen clases de baile los jueves y acaban siempre demasiado tarde para preparar las cosas para el día siguiente venir al instituto y, por eso, los viernes no suelen traer desayuno. 

Hace tres días se lo contaron a mi abuela cuando vinieron a hacer un trabajo de clase a casa y mi abuela, que como siempre está pendiente de todo el mundo, me dio un bocadillo para que se lo ofreciera a mis amigas, si se olvidaban de traer algo para comer.

- Sandra, déjate de mendigar que Colacho nos ha traído el desayuno – le grita Cecilia a nuestra amiga que está preguntándole a su novio si le puede dar algo de su desayuno.

- ¡Eres el mejor, Colacho! – me agradece Sandra, cuando Cecilia le da la mitad del bocadillo.

- Ha sido mi abuela.

- Esa señora es un ángel – dice Marisa, una chica que está con ellas casi siempre y que llega junto a Sandra.

Nos sentamos en la misma esquina de las gradas donde nos hemos sentado las últimas semanas. La mayoría de los chicos están jugando al fútbol y desde donde nos sentamos a penas se ve, pero ninguno del grupo tiene interés alguno en ver jugar a nuestros compañeros.

- ¿Has visto a Silvia con ese idiota? – me pregunta Claudia, enfadada, cuando llega a nuestro grupo.

- Sí, ya los vi ayer – le informo porque ayer cuando llegué al recreo, me encontré a Silvia, la chica con quien me enrollaba todos los fines de semana, besándose con un chico de su clase como si no hubiese un mañana.

- ¿Y no te importa? – pregunta esta vez Cecilia.

- No tenemos nada, solo nos perdemos de vez en cuanto y hacemos lo mismo que hace ahora con ese de tercero, así que no puedo echarle nada en cara – les explico.

- ¿Pero te molesta o no? – quiso saber Claudia.

- En realidad no me importa, no siento celos ni nada. Nos lo pasábamos bien juntos, pero nada más – me sincero.

- Pues esta noche salimos por ahí y le demuestras a esa que tú también sabes ligar – se molesta un poco Claudia.

- No te enfades. Además, no tengo que demostrarle nada a nadie – le digo a la hermana de Gabriel.

- Es una imbécil. El chico está sentado a mi lado en clase y lleva dos días con sobajeos delante de mí porque piensa que voy a ir a contarte el chisme corriendo. Está intentando ponerte celoso – sigue enfadada Claudia.

- ¿Para qué haría eso? – pregunto sin entender nada.

- Porque te ha visto con nosotras en el recreo y posiblemente suponga que tienes algo con alguna – me aclara Sandra.

- A mí me miró mal y se puso de idiota conmigo hace unos días – nos confiesa Cecilia.

- Pues yo no volvería a enrollarme con ella, Colacho. Seguro que te traerá problemas – me advierte Claudia.

- Vale, tampoco me apetece besar a una tipa que acaba de besar a otro. Pero no pasa nada, fue divertido mientras duró y hay que verlo con deportividad – les digo a las chicas que me miran con pena, como si realmente me importase no volver a quedar con Silvia.

Siendo sincero, me lo he pasado muy bien con Silvia, no tenía experiencia con las chicas y ella ha sido la primera chica que he besado. Es guapa, tiene buenas tetas y siempre me sorprende de alguna forma. El fin de semana pasado fuimos juntos a una finca de una de sus amigas y me hizo una mamada que me dejó extasiado.




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