Domingo, 29 de noviembre del 1987
Son las doce del mediodía y me acabo de levantar. Llevo diez días sentado en el ordenador, cada vez que tenía un momento libre, investigando todo sobre el nuevo lenguaje de programación Perl y no soy el único.
Anoche me estuve escribiendo con dos ingleses y un alemán que estaban tan entregados en el proceso de conocer este lenguaje como yo. Tiene mucha similitud con el lenguaje C, incluso los operadores estándar son iguales, por lo que para los que estamos acostumbrados a utilizar estos lenguajes nos resulta sencillo su uso.
- ¡Damián! – grita mi madre desde posiblemente la cocina, cuando oye que he salido del baño.
- ¿Qué? – le devuelvo el grito.
- ¿Vas a comer algo o estás en huelga de hambre? Ni siquiera has salido a correr hoy – pregunta mi abuela en un tono normal al darse cuenta de que tienen toda mi atención.
- Ayer el abuelo abusó de mí – me quejo.
- ¡Eres un dramático! – me dice el abuelo mientras se ríe, seguramente, de mí.
- ¡Abuelo! – sigo quejándome, aunque me siento a su lado en la mesa.
Ya todos han desayunado, pero se sientan en la mesa para acompañarme, al fin y al cabo, soy el único adolescente de la casa y seguro que quieren saber lo que tengo planeado para hoy, porque ayer dije que no iba a almorzar en casa.
- Ni siquiera te has levantado a correr – me recrimina mi madre.
- No, he pensado que no voy a correr los fines de semana. Estoy un poco liado con un nuevo lenguaje de programación y los viernes y los sábados por la noche es cuando puedo discutir más sobre este tema con los demás.
- ¿Quiénes son los demás? – pregunta mi abuelo sin entenderme.
- Esos con los que se escribe con el ordenador – le explica mi abuela.
- ¿Y cómo sabes con quién te escribes? – continúa mi abuelo con el interrogatorio.
- Cuando escribo aparece mi nombre, aunque nunca ponemos nuestros nombres reales.
- ¿Y tú cómo te llamas? – pregunta mi madre.
- Cola70, el nombre me lo pusieron los chicos hace tiempo – les cuento mientras recuerdo las discusiones que tuve con Samuel y Gabriel porque querían que me pusiese Lacola70, los muy locos.
- Pues van a pensar que eres una chica. A lo mejor te buscas una novia, como cuando los chicos se echaban una por carta – interviene mi abuela.
- Nosotros no escribimos sobre eso, estamos interesados en otras cosas – le explico, porque si fuese por mi abuela ya estaría saliendo con la mitad de las chicas de mi edad que conoce.
- ¿Qué cosas? A tu edad ya tu abuelo y yo estábamos de novios.
- ¿Qué vas a hacer hoy? – me pregunta mi madre para cambiar de tema.
- Unos amigos de Samuel pasarán a buscarme sobre la una y media y nos iremos al socorro a surfear, seguro que no regreso hasta las siete o las ocho de la tarde – les informo.
- ¿Te preparo algo para comer? – me pregunta mi abuela preocupada, como siempre, que no comiese lo suficiente.
- ¿Puede ser para tres? – le pido, pensando en los dos amigos que me vendrán a recoger.
- Claro, haré unos bocadillos, una tortilla española y creo que tengo empanadillas ya hechas en el congelador de atún y tomate – me dice y ya de imaginarlo, se me hace la boca agua.
- Abuela, tus empanadillas seguro que triunfan.
- Desayuna, Colacho, que con tanto ejercicio te vas a quedar en los huesos – me responde mi abuela al levantarse para empezar a mirar en el congelador si le quedan empanadillas.
El fin de semana pasado me metí en el agua por primera vez desde hacía un mes.
Al día siguiente de la verbena, donde conocí a Nieves y a Tatiana, mi abuelo y sus amigos me dejaron destrozado después de tres horas de entrenamiento. Están empeñados en que tienen que prepararme para competir, cosa que mi abuela y mi madre no les van a permitir en la vida.
Casi ni me enteré cuando el amigo de Johnny me hizo el príncipe Alberto en casa de Claudia, no sé si porque el tipo es muy bueno con su trabajo, que en realidad no suele doler mucho o que mi abuelo y sus amigos me dejaron anestesiado.
Al principio seguí los consejos del amigo de Johnny a rajatabla, incluso me lavaba con manzanilla. Hace una semana que he podido volver a masturbarme, al igual que surfear, aunque aún no he mantenido relaciones sexuales después de mi primera vez con la amiga de Claudia.
La hermana de Gabriel me ha regalado el pasado viernes una caja de preservativos extra-seguros, un poco más gruesos de los normales, para que no se rompan debido al piercing. Silvia se ha quedado mirándonos en el recreo cuando Claudia me los ha dado sin ningún tipo de vergüenza y a la vista de todos, pero no ha dicho nada y ha hecho como si no nos hubiese visto.
Solo el grupo que se sienta con nosotros en el recreo saben la razón de que me los haya regalado. Oficialmente, puedo volver a mantener relaciones sexuales a partir de este fin de semana porque, al hacerme un Príncipe Alberto, me habían recomendado la abstinencia sexual absoluta durante el proceso de cicatrización.
- Colacho, Claudia te espera en el patio – me dice mi abuela al otro lado de la puerta de mi cuarto.
- ¿Ahora? Me van a pasar a buscar en poco más de media hora – le respondo al abrir la puerta para poder hablar con mi abuela y no tener que comunicarnos por gritos.
- Yo te preparo la comida, no te preocupes por eso – me contesta mi abuela cariñosa.
Cuando llego al patio de mi casa, me encuentro a Claudia con cara de haber llorado las últimas dos horas.
- ¿Qué ha pasado? – le pregunto en voz baja después de sentarme a su lado.
Estamos solos y nadie puede oírnos, pero parece tan triste que no quiero levantar mucho la voz.
- Ha sido el idiota de Roberto. Es un hijo de...
- Posiblemente, sus padres no tengan culpa de lo que te haya podido hacer – la interrumpo antes de que insulte a la madre de su novio.