Antes de los veinte

CAPITULO SIETE - LA ACAMPADA

           Domingo, 6 de diciembre del 1987

No sé si es algo común en todas las acampadas, pero la mayoría de los chicos que conozco no han dejado de beber desde que llegamos hoy antes de almorzar, bueno, ya es ayer porque son casi las dos de la mañana.

Yo me voy a quedar en una caseta con Pedro y Andrés, que han traído incluso una colchoneta enorme para que podamos dormir mejor.

Andrés es el amigo de Pedro, cuyo padre nos ha traído para no tener que venir en la guagua. Su novia se puso de pesada que si no me quedaba con él, no lo dejaba venir. Ella no ha venido y, por lo que parece, es muy celosa y piensa que si yo estoy con ellos en la caseta, a ninguna chica se le ocurrirá aparecerse donde dormimos nosotros. Parece ser que tengo fama de ser un buen chico.

A pesar de que no voy a dormir con las chicas, tuve que montarles la caseta porque Claudia no paró de protestar hasta que accedí a hacerlo. Por lo que, en cuanto acabamos con la nuestra, Pedro, Andrés y yo nos pusimos manos a la obra para que todo quedara como las chicas querían.

Como tardamos tanto organizándonos y en terminar de montarlo todo, las chicas fueron a comprar unos bocadillos para ellas y para nosotros tres, porque la comida aún estaba en las mochilas.

Mi abuela me ha dado comida para un regimiento y por la noche las empanadillas que me puso volaron. Yo solo pude comerme dos y eso que traje cuarenta. Menos mal que entre todos teníamos un montón de comida. Eso sí, en el desayuno no pienso sacarlo todo de una vez, si no me quedo sin comer nada.

- No vas a seguir bailando - me pregunta Silvia que no ha parado de bailar conmigo desde que comenzaron a poner música.

- Creo que, por hoy, he recibido suficientes clases - intento escaquearme.

- No son clases, no lo haces tan mal - me dice y se sienta a mi lado.

- Es que estoy un poco cansado - me excuso.

- ¿Por qué? - me pregunta como si no fuese normal estar cansado a las dos de la madrugada.

- Porque anoche me quedé discutiendo con un amigo americano sobre un tema que quiero implantar donde estoy trabajando y me acosté a la una de la mañana. Además, como todos los sábados, tuve que entrenar dos horas con mi abuelo y sus amigos. Si a eso le añades que llevo horas bailando, como siga así, no voy a poder levantarme temprano - le explico mientras ella se acomoda apoyando su cabeza en mi hombro.

- ¿Por qué quieres levantarte temprano? - se extraña.

- Porque por la mañana solo habrá olas hasta las diez y quiero aprovechar el máximo de tiempo posible - continúo con mi explicación hasta que Silvia posa sus labios en los míos y comienza a besarme.

- Silvia, estás borracha - intento hacer que pare.

- Eso no es verdad. Las chicas sí están borrachas, pero yo solo me he bebido dos cervezas en toda la noche - se molesta un poco, pero no deja de besarme.

- Aun así, no creo que sea buena idea - le contesto, pero le respondo al beso.

A mí también me apetece besarla, no beso a nadie desde hace seis semanas. No es que no pueda vivir si no beso a una chica todos los fines de semana, pero no puedo negar que me gusta besar a Silvia. Además, el traje que lleva tiene un escote que hace que sus pechos resalten mucho más y me muero por tocárselos y morderle los pezones, aunque intento ser un buen chico y no dejarme llevar por mis hormonas adolescentes.

- ¿Por qué no vamos a nuestra caseta? Las chicas no se irán a acostar hasta dentro de una o dos horas - me susurra al oído.

- ¿No te apetece bailar un rato? - intento comportarme como el buen chico que soy.

- Una canción y luego te vienes conmigo - me dice y tira de mi mano para que la siga sin permitir que le conteste.

Está sonando "The right thing" de Simply Red y solo hay parejas bailando, la mayoría bastante borrachas o fumadas. 

Nadie nos presta atención, lo cual agradezco enormemente, porque diez segundos después de comenzar a bailar, Silvia comienza a restregarse y yo le agarro las caderas y la imito. Si ella quiere hacerme sufrir moviendo su culo contra mi erección, yo quiero que sienta lo duro que me ha puesto.

A pesar de ser un buen chico, también siento y padezco, y no puedo evitar dejarme llevar. Acaba la canción y me dejo arrastrar hasta la caseta por esta chica que me está volviendo loco por momentos.

Nada más entrar, Silvia pone los tres sacos de dormir en el suelo y encima una toalla. Imagino que querrá que estemos lo más cómodos posible.

- ¿Estás segura de esto? - le pregunto, cuando me enseña una caja de preservativos iguales a los que me regaló Claudia hace unas semanas.

- No es mi primera vez y tampoco la tuya. No le des más importancia de la que la tiene - me dice antes de empezar a besarme y yo, arrastrado por las ganas que tengo después de nuestro último baile, comienzo a besarle el cuello y a quitarle la ropa, para luego perderme en sus pechos.

Cinco minutos después estamos los dos desnudos y yo me pongo el condón. Aunque sé que ella tiene tantas ganas como yo, intento darle placer con los dedos, no quiero que piense que tengo prisa por follármela.

- Colacho, quiero sentirte dentro, por favor - me suplica con un gemido.

Y esas palabras son lo único que hace falta para que me pierda dentro de ella.

***

Ya puedo dar fe de que el sexo se siente diferente después de que me hiciera el Príncipe Alberto. No es que sea mejor, pero sí da un poco más de morbo y por los gritos de Silvia, creo que a ella también le ha gustado.

- ¿Dónde vas? - me pregunta Silvia, cuando nota que comienzo a vestirme después de quedarme unos diez minutos acostado a su lado mientras le acaricio la espalda.

- No quiero que cuando las chicas vengan a acostarse, me encuentren aquí - le explico.

- Yo supuse que antes de irte querrías repetir - me dice mientras se coloca de rodillas y se la mete en la boca.




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