Domingo, 20 de diciembre del 1987
- Ya son casi las tres de la mañana, Colacho. Creo que por hoy ha sido suficiente. Mañana podemos venir después de desayunar y, si seguimos a este ritmo, el lunes ya podríamos tener todo instalado y preparado para su uso – me dice Samuel que lleva conmigo en la autoescuela desde que llegamos después de almorzar.
- Déjame solo cinco minutos y nos vamos – le pido mientras sigo concentrado en acabar lo que estoy haciendo.
Trabajar con Samuel es muy sencillo. Nos conocemos desde siempre y nos entendemos casi sin hablar. Yo he aprendido mucho los últimos meses, pero él también y siempre nos estamos poniendo al día el uno al otro.
- Tu padre es el mejor. Ya me gustaría a mí que mi padre entendiese la diferencia entre Microsoft Windows 2 y Apple Works – me dice mi mejor amigo, cuando nos dirigimos al coche que le había dejado su madre después de cerrar la puerta de la autoescuela.
- No sé si tiene idea o no. Puede preguntarle a cualquiera en una tienda y enviarme lo que alguien le recomienda – le contesto un poco molesto.
Es increíble como todos mis amigos solo ven que mi padre me envía regalos, pero no se dan cuenta de que no tengo a un padre con el que hablar o pasar el tiempo.
- Sé que es mejor tener a tu padre presente, pero ya que no está, no puedes negar que sus regalos son lo más – continúa Samu, que me conoce tan bien, que sabe lo que estoy pensando.
- Le ha preguntado hace unos días a mi madre lo que quiero para Navidades y le ha dicho que me gustaría mucho una cámara de vídeo, de esas pequeñas. Mi abuelo está enseñando a boxear a algunos amigos y queremos grabar las clases para hacer que entrenen con las películas muchos más – le cuento orgulloso, antes de que Samu arranque el coche.
- Vaya, eso es estupendo. Incluso yo podría entrenar en Madrid, aunque tendré que hacerlo en la calle porque mi cuarto compartido es tan minúsculo que no puedo ni estirar los brazos sin chocar con la pared – exagera Samuel.
- No tengo ni idea de cómo va a ser el piso que me compró mi padre en Madrid, pero el año que viene deberíamos de vivir juntos, aunque tengamos que compartir cama – sueño en voz alta.
- No podría pagarte más de lo que pago ahora por la habitación – responde mi mejor amigo, después de pensárselo un poco.
- No seas tonto, jamás podría cobrarte. Si mi abuela se enterase me daría una paliza, eres de la familia – le recuerdo.
- Pues yo podría encargarme de la comida. Sería increíble vivir juntos. Ya me ha fallado Gabriel. He tenido que compartir la habitación con un completo desconocido porque, al final, él nunca llegó a ocupar la cama que iba a ser la suya – se acuerda Samuel.
- Será increíble, aunque hubiese sido mejor poder vivir los tres juntos en Madrid – sueño en voz alta.
Cuando llegamos a la fiesta de Claudia, nos damos cuenta de que la gran mayoría de los presentes están borrachos, fumados o drogados. Como a la madre de mi amiga le dé por pasarse, a Claudia no le dejan hacer otra fiesta en lo que le queda de vida.
- ¡Por fin habéis llegado! – nos recibe Claudia, cuando nos ve llegar a los dos mucho más cansados que la mayoría de los adolescentes que están bebiendo o bailando en el patio de la casa.
- No hemos podido acabar antes – me excuso y Samu hace una seña con la cabeza para despedirse y se va hacia un grupo de chicas que no conozco de nada.
- ¡Vaya! Casi no me ha hablado desde que llegó – se queja Claudia al ver como mi mejor amigo desaparece.
- Vive en Madrid. Imagino que tendrá que aprovechar todas las oportunidades que tenga para saludar a viejas amistades – le explico a mi mejor amiga.
- ¿Y yo? ¿No soy digna de ser llamada vieja amistad?
- Tú eres la hermana pequeña de nuestro mejor amigo y, aunque para mí te hayas convertido en una amiga, Samuel no ha tenido el placer de pasar el tiempo contigo los últimos meses – la halago un poco para que se le quite el enfado.
- Al final no ha venido el ex de Yerlin – cambia de tema sin que yo le haya preguntado nada.
- ¿Y dónde está ella?
- En la cocina. Ella y Silvia no han podido casi disfrutar de la fiesta, al igual que yo, porque hemos tenido que hacernos cargo de la comida, recoger lo que han tirado y ayudar a Carlos y a Roberto que han bebido tanto que los hemos tenido que acostar después de obligarlos a vomitar – se queja Claudia.
- ¿Me acompañas a la cocina? – le pido a mi amiga y le ofrezco mi brazo para ir juntos.
- Por supuesto – contesta contenta.
La cocina está a reventar, pero nada más entrar, Claudia da dos gritos y al final solo quedamos siete personas dentro.
- ¡Qué clase de novia es esta que no me estaba esperando por fuera de la casa como ha hecho Claudia! – le digo a Yerlin para importunarla.
- No me había dado cuenta de que habías llegado – me dice mientras se acerca a mí y me abraza.
Yo aprovecho la oportunidad y le doy un beso en los labios que poco a poco se va volviendo más sensual, hasta que oímos los gritos de Silvia y Claudia que se burlan de nosotros.
- ¿Te vas a quedar a dormir? – me pregunta mi novia cuando separamos nuestros labios.
- ¿Define dormir? – le pregunto para molestarla.
- ¿Te vas a echar en una cama hasta que se haga de día? – responde con paciencia.
- Entonces, sí, pero en cuanto amanezca, Samuel y yo nos iremos para continuar con nuestro trabajo – le hago saber.
- Colacho, ¿por qué no te llevas a David y preparas la barbacoa? Los chicos se quejan de que tienen hambre y aún no nos hemos podido comer la carne – me pide Claudia.
- ¿Compraste carbón y trajiste el papel de periódicos como te pedí? – le pregunto.
- Sí, pesado.
- Pues trae la carne en unos quince o veinte minutos – le digo antes de darle otro beso a mi novia en los labios y llevarme a David conmigo.