Miércoles, 23 de diciembre del 1987
Nunca podré entender cómo los turistas se pasean en camiseta como si estuviésemos en pleno agosto. Sé que en sus países hace mucho más frío que aquí, pero hoy el termómetro marca veinte grados y los guiris están vestidos como si marcase casi treinta.
- ¿No tienen frío? – me pregunta Samuel, pensando exactamente lo mismo que yo.
- Quizás, sí, pero quieren salir en las fotos como si hubiesen venido en verano – le respondo levantando los hombros un poco porque realmente no tengo una respuesta correcta.
- ¿Te apetece tomarte algo? – me pregunta mi amigo con un poco de súplica en la voz.
- Samu, acabamos de desayunar. ¿Cómo puedes tener hambre? – le pregunto.
- Tú acabas de desayunar, yo solo me tomé un café con leche porque se me hizo tarde. Anoche, después de que hiciéramos la presentación a tu jefe de nuestro trabajo en la autoescuela, quedé con una chica y no me acosté hasta las tres de la mañana – me dice con una sonrisa traviesa.
- ¿Con quién? – le pregunto, porque realmente no tenía ni idea de que mi mejor amigo tuviese algún lío.
- Se dice el pecado, pero no el pecador – contesta mientras los dos comenzamos a caminar hasta El Águila, una cafetería que está en una paralela de la calle del Castillo.
- ¿Es un secreto o un amor prohibido? – le pregunto curioso.
- Nada de eso, es solo que no es nada serio y no queremos complicarlo – me dice sin más aclaración.
Samuel nunca ha sido tímido con las chicas, aunque tampoco es tan lanzado como lo era Gabriel. Solo ha tenido una novia seria, Carolina, pero siempre se ha enrollado con alguna chica y había dejado de ser virgen antes de su primera novia.
Lo raro de todo esto es que nunca nos había escondido sus conquistas ni a Gabriel ni a mí, por lo que o la chica tiene novio o no quiere que Samuel diga nada, porque estoy seguro de que si es por él, me lo hubiese dicho desde el primer momento.
- ¿Tú que quieres, Cola? – me pregunta mi mejor amigo, cuando nos sentamos en una mesa entre los turistas.
- Un zumo de naranja natural. Yeya me puso un señor desayuno porque dice que tengo que alimentarme bien después de salir a correr.
- Nunca pensé que te fuese a durar tanto la fiebre de correr y del boxeo, pero me alegro. Gracias a tu abuelo le diste un buen golpe al ex de tu novia. ¿Cómo está?
- Cinco minutos después de que este tipo desapareciera, ella se había olvidado completamente de él – le digo con una sonrisita en la cara que dice todo lo que me callo.
- Últimamente estás muy solicitado. Gabriel siempre decía que en cuanto alongases un poco la cabeza y te dejases ver, ibas a triunfar. Eres el más guapo de los tres con diferencia – me dice un poco triste mi mejor amigo antes de que llegue el camarero para tomarnos la comanda.
Estos últimos días, mientras nos pasábamos las horas encerrados en la empresa, hemos hablado un poco de todo, pero sobre todo hemos recordado a nuestro mejor amigo que ya no está.
***
- ¿Cuántos regalos te faltan? – me pregunta Samuel cuando ya llevamos una hora comprando.
Todos los años, desde que tengo once años y ellos doce, hacemos lo mismo. Esperamos a las vacaciones de Navidad para pasarnos un día comprando los regalos. Es el primer año que Gabriel no está, aunque hace tres años Samuel no pudo acompañarnos porque había hecho un esguince el día anterior y los padres no lo dejaron venir con nosotros.
- Me queda el regalo de Yeyo, el de Claudia y el de Silvia – le hago saber.
- ¿Le vas a comprar un regalo a Claudia? No sabía que fueseis tan amigos – se sorprende Samuel.
- Es mi mejor amiga, al igual que Silvia. Este año he hecho muchas amistades, pero ninguna me ha ayudado tanto a superar lo de Gabriel como Claudia. Me gusta pensar que yo también la he ayudado a ella – le explico.
- Cuando te vas, es más fácil. Lo sé porque en cuanto vuelvo y me despierto en mi antiguo cuarto, veo a viejas amistades y recorro lugares donde solíamos ir, es cuando más lo echo de menos – me sorprende ahora a mí Samuel.
- Gabriel estaría muy orgulloso de ti, Samuel. Te has ido solo a Madrid, a pesar de que en un principio no querías irte ni siquiera con él. No le tienes miedo al mundo, su ida te ha hecho más fuerte.
- A ti también, Colacho – me dice y nos ponemos a mirar la ropa que hay en la tienda para evitar seguir hablando.
Estoy seguro de que sé cómo se siente mi mejor amigo porque yo me siento igual. Todavía existen momentos donde la tristeza me consume y echo de menos a mi mejor amigo, pero ahora mismo, no siento, sino rabia e impotencia. Gabriel debería de estar con nosotros, era un chico sano que no se hubiese ido tan pronto, si una tipeja sin escrúpulos no le hubiese jodido la vida. La vida puede ser muy perra, pero las personas también.
- ¿Qué vas a hacer con el dinero que te ha dado el jefe? – le pregunto a mi mejor amigo intentando cambiar de tema.
- Se lo voy a dar a mi madre. Sé que soy hijo único, pero a mí no me dan beca y mis padres han tenido que pagármelo todo en Madrid. Tienes suerte de que tu padre te haya comprado un piso. Los alquileres son prohibitivos y, aunque he empezado a dar clases particulares en una academia de informática para ganarme algo de dinero, el alquiler de mi habitación se lleva la mitad del sueldo de mi madre y como se compraron hace cinco años una casita en Los Cristianos, también tienen que pagar la hipoteca – me explica.
- Nunca he pensado mucho sobre irme a estudiar a Madrid, es algo que quiero hacer y ya está. Espero que no me sienta muy fuera de lugar en una ciudad tan grande – me sincero, porque mis mejores amigos y yo siempre hemos hablado de todo sin tabúes.
- Al contrario, los edificios son tan altos y hay tantas personas que sentirás que no tienes suficiente espacio. Yo cuando me siento así, me acuerdo del mar y cuando estoy sentado en la tabla, esperando a que llegue la serie. Eso sí que es grande, pero Madrid, no.