Antes de los veinte

CAPÍTULO DIECISÉIS - MAGIA

Sábado, 26 de diciembre del 1987

Aún no me puedo creer que mi padre me haya enviado un Toshiba T1200 como regalo de Navidad. Por supuesto que me ha encantado la cámara de video Sony y, tanto yo como Samuel, nos hemos quedado alucinando con la cantidad de programas que me ha regalado, pero el portátil me ha dejado sin palabras.

—¿Lo vas a llevar contigo a Madrid la semana que viene? —me pregunta Samuel, cuando dejamos a David y a Claudia jugando a la consola y salimos al patio a tomar un poco el aire y hablar un rato con las chicas que han salido a ver las estrellas con una manta cada una.

—Sí, quedará muy profesional cuando visitemos la empresa de Joaquín y aparezcamos con un Toshiba —bromeo.

—¿En serio? —me pregunta Samuel, como si no me conociese.

—Por supuesto que no. Solo me voy cuatro días, no voy a llevarme un ordenador conmigo, pero quiero aprovechar que estamos solos para hablarte de un tema que me ha estado rondando la cabeza desde hace unos días —comienzo a hablar con Samuel y me siento en la mesa que está al principio del patio para que las chicas no escuchen nuestra conversación.

—¿Qué ha pasado?

—No ha pasado nada, pero mamá le ha preguntado a mi padre y todos creemos que sería una buena idea que te mudes en cuanto puedas a nuestro piso. Mi padre ha dicho que según las escrituras el piso tiene cuatro habitaciones y son bastante amplias, por lo que podemos llevarnos mi antiguo ordenador para que lo tengas en Madrid —le ofrezco a mi amigo.

—Sabes que mis padres no me van a permitir aceptar quedarme en tu piso si tú no estás viviendo conmigo, ¿verdad? —me recuerda mi mejor amigo.

—Si hace falta, mañana iré yo a explicarles todo. Es una pena que no lo habite nadie y como tú me has contado, los alquileres en Madrid son prohibitivos. Incluso podrías alquilar una de las habitaciones a algún compañero y le sacarías algo de dinero.

—¿Estás loco? No te preocupes por el piso ahora, mis padres ya han asumido ese gasto y el dinero que me han dado en la autoescuela es un extra que no se esperaban. De verdad que no tienes que preocuparte por nada.

—Lo vemos y si te gusta, ya me encargaré yo de convencer a tus padres —le digo antes de que las chicas se den cuenta de que estamos en el patio y vengan a sentarse con nosotros.

—¿No van a seguir jugando? —nos pregunta Silvia.

—Sí, pero ahora les ha tocado a Claudia y a David jugar al Street Fighter. Nunca me han gustado los juegos de lucha, aunque tengo que reconocer que los gráficos son alucinantes —le contesto.

—Sí, este año tu padre se ha lucido. Estoy por enviarle una carta de agradecimiento —añade mi mejor amigo.

—¿Y qué le pondrías? Hello, my name is Samuel. Thank you very much... ¿Cómo se llama tu padre, Colacho? —me pregunta Silvia, que se está burlando de Samuel y su inglés rudimentario.

—Papá —le digo sin pensarlo mucho y todos se echan a reír, menos mal que las habitaciones de mis abuelos están al otro lado de la casa y mi madre y Joaquín se han ido a pasar la noche al hotel con los suegros de mi madre para no dejarlos solos.

—¿Y cómo lo llaman los demás que no son sus hijos? —pregunta Yaiza, divertida.

—Guiri —decimos Samuel y yo a la vez, porque realmente no sé el nombre de mi padre.

—¿No sabes el nombre de tu padre? —pregunta Silvia, incrédula.

—Nunca envía cartas con los paquetes, así que no me escribe nada y no pone remitente —me excuso.

—Eres muy raro, Colacho —me dice Yaiza antes de sentarme en mi regazo.

—Eso lo ha sido siempre, pero que sepas que mi inglés ha mejorado mucho. ¿Cómo te crees que me entero de todo lo que sucede en Estados Unidos? —dice Samuel, cuando se acuerda de que Silvia se estaba burlando de su inglés.

—Pues a ver si nos echas una mano que a mediados de enero Claudia y yo tenemos un examen y nos vendría muy bien una ayudita —le pide Silvia para mi sorpresa.

—Claro, mañana por la tarde podemos quedar en la casa de Claudia, porque por la mañana vamos a la playa de la Caleta, que seguro que habrá unas olas espectaculares —le contesta mi mejor amigo antes de levantarse e irse con Silvia.

En cuanto estamos solos, Yaiza me besa. Nunca me habían besado en mi casa y me resulta un poco extraño, pero no me quejo, sobre todo, cuando comienza a acariciarme la entrepierna, haciendo que mi erección crezca. Como Silvia y Samuel han desaparecido, continúo besándola y una de mis manos se pierde bajo su camisa.

—¿Hay alguien en tu cuarto? —me pregunta mi novia con sus labios aún pegados a los míos.

—No, están todos en la sala con la consola —le digo y me parece de lo más excitante el llevar a una chica a mi cuarto para meterle mano.

—Pues vamos —me dice después de levantarse y tirar de mi mano para que la siga hasta mi habitación.

Cuando llegamos a mi cuarto, cierro la puerta con llave. No quiero que nadie nos interrumpa. Yaiza no tiene mucha paciencia esta noche y me quita la camiseta antes de que dé un paso. Yo también comienzo a desvestirla, mientras intento acariciarla y la beso en la piel que voy dejando desnuda.

Sé que Yaiza no es silenciosa, por lo que enciendo el equipo de música, un regalo que mi padre le hizo a mi madre y que mamá puso en mi cuarto. Pongo a U2, aunque no muy alto para no despertar a mis abuelos, que suelen tener un sueño a prueba de bombas.




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