Martes, 29 de marzo del 1988
Ahora entiendo por qué Samuel se quejaba tanto del frío. Es la tercera vez que vengo a Madrid este año y nunca he echado tanto de menos un potaje de berros de la abuela.
- Te advertí que te pusieras un gorro – me recuerda mi mejor amigo.
- ¿Un gorro? Estoy seguro de que me van a tener que amputar el testículo izquierdo por congelación – me quejo.
- En dos días te acostumbrarás – me dice mientras saca la llave de su bolsillo para, por fin, entrar en nuestro piso.
Yo no podría, ahora mismo tengo las manos dentro de mi chaqueta y no siento los dedos. Lo peor de todo es que incluso llevo guantes. Nadie me había dicho que en Madrid haría tanto frío.
- Buenas noches – nos saluda la pareja de profesores que han alquilado el pequeño piso que está a nuestro lado.
- Mejor, buenos días – le contesta Samuel, porque ya son las cuatro de la mañana.
- ¿Has salido con el frío que está haciendo? – nos pregunta Javier.
- ¿Salido? Me ha estado explotando desde que llegué el sábado y ni siquiera me ha dado de comer en condiciones – bromeo.
- Tienes que dejar de trabajar tanto, Samuel. Has tenido muy buenas notas este semestre, pero si continúas así, no podrás con todo – le regaña Alicia, la pareja de Javier.
- Será solo esta semana y luego todo estará más tranquilo. No queremos quedar mal con nuestros clientes y mañana haremos una entrevista para contratar a alguien que nos eche una mano a partir de ahora – le explica mi amigo.
- ¿Un compañero de estudios? – pregunta Javier, curioso.
- No, ni de broma. Necesito a alguien que pueda ir a las empresas cuando nosotros no podemos ir, es decir, en horario académico. El chico es como Colacho, no ha estudiado informática, pero tiene muchos conocimientos adquiridos de forma autodidacta.
- ¿Y dónde lo conociste? – pregunta esta vez Alicia.
- Hemos coincidido en una BBS, discutido sobre algunas soluciones e intercambiado información, pero nunca nos hemos visto. Vive cerca de aquí, pero será raro encontrármelo en persona – le respondo, porque soy yo quien conoce a JMartin66, mientras nos despedimos con la mano y cada uno entra en su piso.
- Voy a calentar algo de sopa para entrar en calor – me dice Samuel y a mí se me ilumina la cara.
- ¿Has preparado sopa? – pregunto sin salir de mi asombro mientras me quito el abrigo.
- Ayer, cuando tú te fuiste temprano a la empresa, pero me han ayudado – responde un poco avergonzado.
- ¿Y? Yo no sabría ni cómo empezar.
- ¿Crees que el novio de tu madre estará satisfecho con nuestro trabajo? – cambia de tema Samuel.
- Claro, el gerente de la sucursal de Madrid está encantado con nosotros y sé que en Canarias también. Además, los cambios que les hemos hecho al programa de gestión que utilizaban no han supuesto ninguna gran inversión, el personal casi no se enterará de que ha habido cambios y no tienen nada que envidiar a las soluciones que tienen otras grandes corporaciones.
- Hablas como si fueses un gran empresario – me responde mi amigo echándose a reír.
- Somos grandes empresarios y mañana contratemos, posiblemente, a nuestro primer empleado.
El piso aún está muy vacío, pero siempre que vengo a visitar a mi amigo, o cuando él ha ido para Tenerife, vamos trayendo cosas, sobre todo menaje de cocina y lo que mi padre me envía en sus paquetes. Incluso nos envió tres IBM PS/2 de última generación directamente a Madrid. Mi madre me contó que se los habían regalado y no sabía muy bien que hacer con ellos. Por supuesto que nosotros ya hemos colocado cada uno el suyo en nuestras habitaciones y el otro lo pusimos en nuestra oficina, una habitación que hemos convertido en nuestro lugar de trabajo, esperando a que dentro de unos meses podamos mudarnos al local que me regalaron por Navidad.
Lo sé, soy un niño mimado, pero no pienso quejarme.
- La sopa te quedó muy buena. ¿Quién te ayudó? – le pregunto a mi amigo suponiendo que seguro que se ha ligado a alguna chica que le ayuda a cocinar.
- Concha, una señora que vive en el primer piso – me responde.
- ¿Te has liado con una mujer casada? – le pregunto sin dar crédito a lo que estoy escuchando.
- En primer lugar, Concha no está casada, es la interna que trabaja con los del primero, y en segundo lugar, no me he liado con ella. ¡Podría ser mi madre! La pobre mujer es una santa, se ha dado cuenta de que no sé cocinar y me ha enseñado mucho. Esta tarde, cuando lleguen las chicas, les daré a probar el cocido madrileño que también preparé ayer y se van a quedar alucinando – dice Samuel, orgulloso.
- ¿Al final también viene David? – le pregunto a mi amigo, porque desde que llegué me he metido de lleno en la empresa de Joaquín y Samuel es el único que ha hablado con mis amigos.
- No estaba seguro porque no quedaban pasajes. Irá al aeropuerto y si tiene suerte también vendrá.
- Si consigue venir, va a tener que compartir cuarto con Silvia.
- No creo que le moleste – me responde mi mejor amigo de forma sarcástica.
El piso tiene cuatro dormitorios, y aunque uno lo estamos utilizando como oficina, en los cuatro tenemos camas. Lo mejor del piso es que ya venía amueblado porque el amigo que se lo vendió a mi padre le dejó hasta los cubiertos y, además, se nota que casi no fue utilizado, por lo que las camas están prácticamente nuevas.
Todas las camas son dobles y ayer, mientras yo estaba en la empresa, Samuel también compró sábanas y mantas para todos. No queremos que nuestros invitados pasen frío. Aunque no se puede decir que sean invitados, Claudia dijo que venía a visitarnos en Semana Santa porque le daba la gana y les pidió a Silvia y a mi novia que la acompañara. Ninguna de las dos tenía dinero para venir, pero David le regaló el billete a Silvia, así que llegarán en unas doce horas y se regresarán el domingo conmigo. Yo también invité a mi novia, pero ella prefirió quedarse en Tenerife.