Domingo 7 de agosto del 1988
Ya estoy de vuelta en Tenerife y me doy cuenta de que la isla, de repente, se me hace pequeña. París fue solo el iceberg de los mejores días de mi vida.
El veintiuno y el veintidós de julio lo pasamos en Ámsterdam, acompañados en casi todo momento por Ramón, el primo hermano de la madre de Claudia. La verdad es que me sorprendió que Ramón tuviese treinta años recién cumplidos y que, además, se hubiese tomado dos días libres del trabajo para enseñarnos la ciudad.
Lo echamos mucho de menos en Londres, donde fue la única vez que nos quedamos en un hotel y la única también donde compartimos cama. Llegamos tan cansados que cuando en el hotel nos dijeron que solo tenían libre una habitación con una cama, no lo pensamos dos veces y aceptamos lo que nos ofrecían.
No puedo negar que despertarme junto a Gabi, con su pelo por todos lados y su cabeza apoyada en mi pecho, es algo que recordaré hasta mi lecho de muerte. Ni siquiera salí a correr los tres días que compartimos cama. Preferí quedarme despierto a su lado, disfrutando de la cercanía de nuestros cuerpos.
Para no repetir nuestro último viaje cuando llegamos a Londres, decidimos irnos a Múnich en avión. Allí nos esperaba el amigo de mi abuelo. Dos días después nos fuimos a Viena y un amigo de Jorge nos enseñó la ciudad, además de acogernos en su casa.
Los dos días que estuvimos en Venecia los pasamos en compañía de un amigo de la madre de Gabi que además ella conocía, por lo que me contó anécdotas de cuando era pequeña y me gustó mucho saber más cosas sobre ella. Gabi se despidió un poco triste de su amigo, pero cuando llegamos a Florencia nos estaba esperando Margarita, una antigua novia de Jorge, y se olvidó de su amigo completamente.
Margarita se me insinuaba cada vez que Gabi se alejaba un metro, por lo que tuvimos que hacernos pasar por pareja para que la mujer no me violara ahí mismo. Podría parecer incómodo, pero la verdad es que fue muy divertido y cuando dos días más tarde llegamos a Roma, nuestro último destino, el primo segundo de Jorge nos pareció demasiado normal, echábamos de menos a Margarita y sus intentos fallidos de seducción.
En Roma estuvimos solo dos días y ayer por la tarde tomamos un avión para viajar directamente desde allí a Tenerife. Si hubiese pasado primero por Madrid a mi abuela le hubiese dado algo.
- ¡Colacho! – me grita Samuel, que me quita un auricular mientras escucho "Dude" de Aerosmith y estiro después del correr como casi todas las mañanas.
- Samuel, me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces aquí? – le pregunto cuando me recupero de la sorpresa.
- He llegado ayer por la tarde. En Madrid está todo tranquilo, pero Pablo tiene demasiado trabajo en las islas y como Claudia me ha dicho que estás enamorado, no quise estropearte las vacaciones – me contesta el tonto de mi amigo.
- No seas idiota, ya he quedado con Pablo el lunes por la mañana para ir juntos a hablar con los responsables de HiperDino y el miércoles con los de Cofarca y Cofarte – le hago saber.
- Si cerramos el trato con las dos cooperativas farmacéuticas, tendremos trabajo de por vida. ¿Sabes cuantas farmacias hay en Canarias?
- Posiblemente, más de quinientas, por lo que vamos a tener que contratar personal urgentemente – le hago saber.
- Sí, eso es lo menos que me gusta de todo esto. ¿Dónde conseguiremos a trabajadores con el conocimiento y las ganas de trabajar que tenemos nosotros cuatro? – me pregunta Samuel, incluyendo a Pablo y a Javier.
- Pues como hasta ahora, contactaremos con personas que hayamos conocido estando conectados. Además, Pablo tiene algunos antiguos compañeros de trabajo que eran muy buenos y se quieren venir para España porque son de familias españolas – le hago saber.
- Primero un paso y después el otro, comencemos con cerrar el trato con esas tres empresas la semana que viene y luego vamos resolviendo los problemas que vayan surgiendo.
En cuanto mi abuela se da cuenta de que mi mejor amigo y yo estamos hablando en la puerta de casa, nos hace entrar para que desayunemos, aunque yo primero tengo que ducharme.
- ¿Dónde está la Cookie? – me pregunta Samuel cuando me siento en la mesa a desayunar con él, aunque ya casi ha terminado porque nunca me espera.
- ¿Quién? – le pregunto, aunque sé que se refiere a Gabi.
- Tu compañera de aventuras americana.
- Se ha quedado a dormir en casa de Claudia. Creo que anoche hicieron noche de chicas y me han dicho que ni se me ocurra pasar por allí hasta esta tarde – le explico mientras me preparo un bocadillo de queso y chorizo para mojarlo en mi Cola-cao.
- Así que tienes la mañana libre.
- Le he dicho a David que voy a ir con él a coger olas. ¿Te apuntas?
- Pues claro, tengo que presumir de cuerpazo.
- La verdad es que estás cuadrado – bromeo con él, aunque es cierto que ya no queda ni rastro de aquel Samuel de estrechas espaldas.
- Tú ríete, pero anoche salí con Bruno y Efrén a tomarme una cerveza y no tardé ni diez minutos en irme con una chica preciosa – presume mi mejor amigo bajando la voz por si a mi abuela se le ocurre aparecer en la cocina.
- ¿Y Carolina? – le pregunto, porque me había dicho que se había estado acostando con ella cada vez que ha venido este verano.
- No tenemos nada exclusivo, así que no quise dejar escapar la oportunidad. ¿Qué tal te va con la Cookie?
- No la llames así, vive en Nueva York, pero su madre es mexicana y habla perfectamente el español – le recuerdo.
- No te preocupes, nunca se lo diré en la cara, como nunca lo hice con la canija. ¿Pero ya es algo oficial o solo es sexo? – me pregunta sin dejar de comer.
- Ni una cosa ni la otra. Solo nos besamos el primer día y porque los dos estábamos borrachos. Me lo paso demasiado bien con ella como para estropear nuestra amistad por un calentón. Lo entiendes, ¿verdad?