Lunes, 22 de agosto del 1988
No me puedo creer que me haya dejado convencer por Claudia para que la lleve en coche hasta Villarejo de Salvanés, un pueblo perdido de la mano de Dios, para que visite a dos amigos de su padre y les lleve dos quesos de cabra de Fuerteventura.
Por lo menos, Gabi nos acompaña. La conozco desde hace poco más de un mes y ya está presente en todos los momentos de mi día a día. Incluso mi abuela se despidió de ella diciéndole que la echará mucho de menos. Esta chica, definitivamente, nos ha conquistado tanto a mí como a mi familia.
- ¿Se puede saber qué es lo que he hecho para tener que hacer cincuenta kilómetros para que lleves unos quesos? Debería de estar trabajando para poder tener la tarde libre – me quejo a mi amiga que está de copiloto, mientras que Gabi se ha sentado en la parte trasera.
- No te lamentes tanto que has sido el elegido para traerme, es un honor. Además, si no fuese por mí, nunca hubieses tenido que alquilar un coche en el aeropuerto – responde mi mejor amiga.
- Nunca he querido alquilar un coche en un aeropuerto – le hago saber.
- Claro que sí. Además, así vas practicando que desde que te sacaste el carnet no has conducido a penas – me responde la loca de Claudia, cada vez me recuerda más a su hermano.
- Desde que regresamos de nuestro viaje he utilizado el coche casi todos los días.
- No hace falta que le digas nada, Gabi, ya yo lo hago por ti. Solo has conducido para ir a la playa a coger olas y volver. Tus amigos son los que han paseado a Gabi y enseñado la isla.
- Eso no es cierto, pero si somos muchos en la furgoneta de David cabemos más.
- ¿Tú que opinas, Gabi? – le pregunta Claudia a la que ha sido mi compañera de viajes las últimas semanas.
- Nos hemos recorrido Europa en casi un mes, estamos un poco cansados de hacer tanto turismo. Es normal que Colacho no quiera ir conduciendo a todos los sitios, si sus amigos nos llevan – me defiende mi nueva heroína.
- Gracias, Gabi – le agradezco con mi mejor sonrisa.
- Ella solo está siendo educada y demasiado amable contigo. Como todos sigan defendiéndote, te echarás a perder – me dice Claudia seria.
- ¿Echarme a perder? Pero si desde que regresé a Canarias no he hecho sino lo que tú has querido. Solo me negué una vez a ir contigo al cumpleaños de Miguel porque tenía trabajo urgente que hacer. ¿Por qué no le pediste a Samuel que te acompañara? – le recuerdo.
- Porque Miguel no quiere que me acerque a Samuel. Está empeñado en que tenemos demasiada historia juntos y no quiere que seamos muy amigos – me dice Claudia sorprendiéndome tanto, que casi paro el coche de un frenazo.
- ¿Es eso cierto? – le pregunto para asegurarme.
- Sí – responde categóricamente.
- Pues deberías de hablar con Miguel. Él más que nadie tiene que entender que la historia que realmente importa entre Samuel y tú es que eres la hermana del que fue nuestro mejor amigo. Ahora que él ya no está, eres lo más parecido que tenemos a Gabriel en nuestras vidas y estoy seguro de que Samuel es de la misma opinión que yo. No te queremos fuera de ella porque un idiota tenga miedo a que le quiten a su novia – le respondo un poco molesto.
- Tú no lo entiendes, Colacho – intenta defender Claudia a su novio.
- Tienes razón, no lo entiendo. Sé que te has acostado con Samuel, incluso Gabriel lo sabía, pero eso no quita lo que significas para nosotros e inequívocamente ningún novio va a cambiar eso.
- Parecen un matrimonio discutiendo que lleva veinte años casados – nos interrumpe Gabi e, interiormente, tengo que darle la razón.
- Ahora, cuéntanos que vamos a hacer en Villarejo de Salvanés – le pido para cambiar de tema.
- Mi padre conoció el año pasado en la feria de Agromadrid a Virgilio Cano, el consejero de Agricultura, y a Alfonso Sacristán Alonso, el alcalde del pueblo. Este año la feria será entre el seis y el nueve de octubre y como no puede venir, les quiso hacer llegar unos quesos de cabra para que conocieran los productos canarios – nos explica Claudia.
- ¿Tu padre tiene una granja? – le pregunto, porque, hasta donde yo sé, el padre de mi amiga tiene solo fincas de plátanos.
- Está pensando en invertir en dos granjas en Fuerteventura, pero aún no se ha decidido – me responde.
- Ya he salido por la salida cuarenta y ocho. ¿Hacia dónde cojo ahora? – le pregunto a Claudia, que es quien tiene el mapa, en cuanto me doy cuenta de que nos acercamos al pueblo.
- Tenemos que llegar al ayuntamiento, que es donde nos están esperando. Yo te voy diciendo – me explica mientras su mirada se pierde en el mapa que tiene en las manos.
No tardamos mucho en llegar al ayuntamiento y, sorprendentemente, sin perdernos. El consejero nos saluda y a los pocos minutos se va, pero el alcalde quiere que almorcemos con él y Claudia, que siempre hace lo que le da la gana, nos convence para que lo hagamos.
Antes de comer nos enseña el pueblo. No es muy grande, pero se nota que Alfonso está muy orgulloso de él. Lo primero que nos enseña es el Castillo, del que solo queda la torre en pie, haciendo que pensemos que es más una fortaleza que un castillo.
Después nos lleva a conocer la Casa de la Tercia, El Antiguo Hospital y la Iglesia. Parece un pueblo que vive del campo. Hasta hace poco en nuestra isla también se vivía prácticamente del campo, no hace mucho que empezó a llegar el turismo, aunque en el norte en menor medida que en el sur.
Al final nos hace caminar durante tres horas lo que él llama la Ruta de Santa María y cuando vamos a almorzar estamos muertos de hambre.
Para ser el alcalde de un pueblo tiene mucho tiempo libre o se ha tomado muchas molestias para recibir a la hija de su amigo.
***
- ¿Por qué has comprado tantos vinos si tú no lo bebes? – me pregunta Gabi cuando ya estamos en la autopista de regreso a Madrid.