Lunes, 11 de septiembre del 1989
Hoy es el segundo aniversario de la muerte de Gabriel y me parece muy distinto al que celebramos el año pasado. Los tres, tanto Claudia como Samuel y yo, no estamos en nuestro mejor momento, a pesar de que Claudia ha sido aceptada en la facultad de medicina como ella quería, Samuel y yo tuvimos unas notas buenísimas el curso pasado, nuestra empresa no podría ir mejor y nos tenemos los unos a los otros.
Las primeras horas después de recibir la noticia de que Gabi y yo somos medios hermanos, eclipsaron el descubrimiento de quién es mi padre. Sé que es el ídolo de la mitad de los frikis como yo y que conocer a tu padre no es algo trivial, pero saber que nunca más iba a poder compartir momentos tan íntimos con Gabi como los que había compartido, restaba importancia a todo lo demás.
Además, a la mañana siguiente apareció Silvia llorando en mi cuarto, el niño no respiraba y se le había parado el corazón, según nos confirmó el médico luego, fue una muerte súbita. Aún no entiendo cómo puede reaccionar tan rápido, pero salí del cuarto pidiéndole a David que me siguiera con el niño y me fui directamente al salón.
Rompí la lámpara de pie sin muchos miramientos para quitarle el transformador, porque no quería que Nauzet recibiese una descarga demasiado fuerte y lo conecté directamente de la toma de corriente.
Cuando el bebé recibió la primera descarga, Silvia gritó tan fuerte, que pudo haber despertado perfectamente a la mitad del vecindario. No hubo cambio alguno en Nauzet hasta que recibió cuatro descargas y luego comenzó a llorar.
Hasta David y yo le acompañamos con las lágrimas. Yo estaba deshecho por lo sucedido el día anterior y que le sucediese algo a nuestro Nauzet, fue la gota que colmó el vaso.
Cuando Claudia llegó al salón y vio la lámpara destrozada, me riñó con toda su furia, porque había sido ella la que la había comprado esa misma semana. Solo bastaron dos frases de Silvia para que también acabara llorando con nosotros. Menuda estampa. Solo faltaba que llegase Samuel y nos acompañara también, pero mi mejor amigo había estado consolándome la noche anterior y estaba supercansado, por lo que no se despertó hasta después de que se fuesen las chicas a presentarse a los exámenes del segundo día.
Unas horas después, aconsejado por mi mejor amigo, llamé a Gabi. Tuve que contarle que habíamos comprado un piso cerca del nuestro donde se quedarían las chicas y que le llevaría allí sus cosas en cuanto estuviese terminado. No le faltaba mucho y esa misma tarde se lo enseñamos a nuestro grupo de amigos. Gabi también vino, arropada por Claudia.
Yerlin fue la única que declinó el quedarse en el piso, porque quería vivir con Javier. De hecho, nos pidió trabajo como diseñadora junior, un puesto que habíamos estado barajando crear en nuestra empresa desde hacía meses, sobre todo porque las empresas se van a tener que hacer visibles en un futuro cercano en la red. Así que, desde el uno de septiembre, Yerlin trabaja a media jornada con nosotros.
Yo estoy trabajando muchísimo porque, como decidí meses antes, no me matriculé en la facultad. Mi padre, el verdadero, intentó convencerme de que necesitaría el título en un futuro y yo le dije que en dos o tres años volvería a la universidad, pero a estudiar algo en lo que realmente aprendiese cosas nuevas. Actualmente, el mundo al que nos dedicamos está cambiando demasiado y necesitamos posicionarnos bien antes de que lo hagan los demás.
Cuando mi madre se enteró de que Gabi es mi media hermana, casi se muere de la sorpresa, pero quien realmente se desilusionó fue mi abuela. Ella estaba entusiasmada pensando en que nos casaríamos en uno o dos años y que tendríamos hijos jóvenes. A quien quiero engañar, yo también me había esperanzado con los mismos sueños.
Ahora, la relación entre Gabi y yo es cordial, pero un poco distante. Me duele demasiado el tenerla tan cerca y no poder abrazarla, besarla o decirle que la quiero. Ella se fue después de la selectividad a Nueva York con su madre, y mi padre, Joaquín, Samuel y yo nos fuimos a Tenerife. Aunque la he visto la semana pasada porque ya está viviendo con Claudia en el piso, ya que Silvia se quedó en el nuestro junto a David, que desde hace poco más de una semana trabaja en Madrid.
Samuel se quedó encantadísimo con mi padre, pero para animarme me dijo que él era brillante, pero que yo lo era más.
Agosto llegó y con ello también el drama de la presentación de Nauzet a sus abuelos. Silvia estaba tan nerviosa por cómo reaccionaría su madre, que primero fueron a casa de David. Los padres, que habían visto como su hijo se deprimía preocupado por su novia a principios de año, entendieron la historia a la perfección y se alegraron de que Silvia no se alejara porque ya no tenía interés en su hijo, sino porque los había hecho abuelos.
Claudia y yo los acompañamos en todo momento y también celebramos con ellos el nacimiento de su nieto. Incluso se ofrecieron a mantener a Silvia y a Nauzet hasta que la pareja pudiese hacerlo por sí misma, pero David declinó el ofrecimiento porque ya le estábamos ayudando nosotros y no quería introducir a más personas en la ecuación.
La visita a la casa de Silvia fue totalmente diferente. En cuanto la abuela de la criatura lo vio, entró en pánico y tuvo que intervenir Claudia. Si no hubiese sido por mi mejor amiga, creo que hubiese habido hasta disparos.
Una hora y mil gritos más tarde, pudimos hablar con más calma. David les explicó que no tenían intención de pedirles ayuda, algo que tranquilizó considerablemente a la madre de Silvia, y que querían esperar a que el niño tuviese un mes más para casarse y celebrar el bautismo.
Así que, el veintiséis de agosto se celebró la boda de dos de mis mejores amigos. Se supone que sería una boda íntima, pero Joaquín nos prestó la casa de una finca que tiene su familia en el norte de la Isla y acabaron viniendo más de trescientas personas, incluyendo a mi media hermana, que llegó dos días antes a la isla y se quedó en la casa de Claudia.