Antes de partir

Memorias de un anochecer

Eran las 12:00 de la mañana. Estaba patidifuso. Continue con mi rutina diaria, ya había desayunado, y ya había alimentado a los pajarillos restantes. Decidí entonces llamar a mis hijos, son la única familia que me queda. Mi edad es avanzada, mis padres murieron hace ya mas de medio siglo, y mis hermanos fallecieron hace unos años, pareciera que la muerte llegó en efecto dominó, hace cinco años llegó por mi hermana menor, el cancer la consumió, dos años después mi hermano, un terrible accidente automovilistico que terminó con el y toda su familia, un año después mi hermana mayor, con un ataque cardíaco en un día laboral. Y en cuanto a mi, hace un año y medio que quedé sin mi compañera de vida. Llamé a mis tres hijos, sin embargo, todos estaban tan ocupados en sus rutinas diarias, tan ahogados en el trabajo, que parecían no tener tiempo para un anciano moribundo, incluso si se trataba de su propio padre. Me reservé la noticia de mi muerte, porque no quería alarmarlos, además del hecho que decir lo ocurrido en voz alta sonaba aún más descabellado de lo que había sido. A pesar de todo, finalmente acordamos que, para el domingo, toda la familia se reuniría, en lo que quedaba de esta casa. Mi último día en la tierra, sería con las personas que más quiero en el mundo, mis hijos y mis nietos, y no necesitaba de nadie más para hacer de ese día el mejor día. Salí al jardín, planeaba hacer la reunión allí, ese lugar de la casa, guardaba recuerdos extraordinarios en particular. Tenía que limpiarlo, si quería que todos estuvieran cómodos, así que tome las herramientas de jardín, y me puse a trabajar.

Estas herramientas siempre me traen recuerdos, de una bella, amable y respetable dama, ella tenía varios nombres, unos la conocían como mamá, otros como hermana, algunos más como amiga o comadre, pero yo la conocía como mi cielo, mi amor, mi vida, cariño, mi vieja, y el que más me hacía sentir orgulloso: mi esposa. Ella pasaba tanto tiempo en su dichoso jardín, que a veces, me sentía celoso, amaba a sus flores, amaba los verdes pastos que brotaban, resultado de su esfuerzo, amor y dedicación, estas herramientas fueron sus acompañantes todas las tardes, fue en este jardín, cuando la veía trabajar, cuando sus ojos se iluminaban tras el brote de una nueva flor, fue aquí, por este jardín, que cada día me enamoraba más de ella. Solía pararme en el umbral de la puerta, y simplemente la obsevaba, veía sus manos milagrosas en acción, esas manos que revivían cualquier planta, la veía todas las tardes, regando las flores, admirando su trabajo, mientras yo la admiraba a ella. Ella era mi razón de vivir, mi todo. Mas el tiempo paso, y ella me dejó sólo en este mundo, envejecimos juntos, compartimos tantos momentos, yo la amaba tanto, pero claro, a la muerte no le interesan los romanticismos o ese tipo de cosas, la muerte solo llega y toma lo que desea.

Para las 3:30 de la tarde, la casa ya estaba limpia, y lista para recibir a mis invitados, a pesar de que ellos llegaran hasta el domingo, hace años que me quité el hábito de dejar las cosas para el ultímo momento. Entonces me puse a pensar, ¿qué íbamos a comer? Tomé mi vieja camioneta y me puse en marcha hacia el pueblo. Había comida que comprar. En el camino, pemití que mi mente vagara por un rato. Desde que falleció mi esposa, no recuerdo la ultima vez que cociné una comida per sé, los primeros meses sin ella fueron insoportables, deseaba con ansias dejar esta casa, cada rincón me recordaba a ella. Incluso llegué a oirla cantar, muchos deían que no era la mejor cantante del mundo, pero para mis oídos era todo un deleite, joder, todo lo que esa mujer hacía era simplemente perfección. Su ropa sigue intacta en el guardarropa, ni siquiera pude quitar sus joyas del tocador, a veces podía verla sentada frente al espejo poniendose esos pendientes que le regalé en nuestro primer aniversario, siempre se arreglaba, no podía dejar la casa sin ponerse guapa primero, simpre amé la manera en la que se esmeraba por verse bella, y cada noche antes de dormir no fallaba en decirle que incluso sin todos sus ornamentos, para mis ojos siempre sería la mujer mas hermosa que puede existir. Muchas personas pensarían que era superficial o vanidosa, pero mi mujer simplemente le gustaba verse bien, y Dios, no le costaba nada de trabajo, inclusive con unos jeans y la primera playera que encontrase se veía despanpanante. La noche que murió, recuerdo que se puso su vestido floreado preferido, unos zapatos color palo de rosa, y salió al porche de entrada, estaba anochesiendo, se sentó en su mesdora, mientras tomaba un vaso de té helado, eramos los perfectos contrarios en ese aspecto, ella adoraba el té helado, y yo el té caliente.  Me pidió que saliera con ella y admirará el cielo nocturno a su lado, yo sonreía como un tonto admirandola a ella. Después de unos buenos 30 minutos, besó mi mano dulcemente, miró al horizonte y me pidió que entrara por mas hielo para su bebida, me lvanté y besé su frente, y entré a la casa. Ahora que la muerte vino a visitarme, me pregunto si a ella también la visitó de la misma manera, me pregunto si ella estaba conciente de lo que sucedería esa noche. No me sorprendería si fuese así. Partió de este mundo con sus mejores ropas, su bebida favorita y una noche estrallada espectacular. 



#32265 en Otros
#10358 en Relatos cortos

En el texto hay: nostalgia, muerte, romance

Editado: 10.10.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.