Antes De Ser Tu MamÁ

9.- La Reconstrucción del Mundo

La explosión de emociones se consumió a sí misma, dejando en la sala un silencio denso, cargado de cenizas y palabras no dichas. El padre de Renata se había sentado, cubriéndose el rostro con las manos. Su madre lloraba en voz baja. Carmen permanecía de pie, con los brazos cruzados, su rostro una máscara de fría resignación. Sofía no se había separado de Renata, su presencia era un ancla cálida en medio del mar helado.

Fue entonces cuando Mario, que había sido un observador silencioso durante toda la erupción, finalmente habló. Su voz, tranquila pero llena de una autoridad incuestionable, cortó la tensión.

—Ya basta —dijo, mirando a cada uno—. Gritar no va a cambiar nada. Asignar culpas es una pérdida de tiempo. Lo hecho, hecho está.

Sus ojos se posaron en Renata, y por primera vez esa noche, alguien la miró sin ira ni lástima, sino con una compasión directa.

—Renata —dijo con suavidad—. La pregunta importante no es qué vamos a hacer nosotros. Eres tú, ¿qué quieres hacer tú?

La pregunta devolvió a Renata al centro de su propia vida. Le tomó un momento encontrar su voz, pero cuando habló, sonó con una certeza que sorprendió a todos, incluida a ella misma.

—Lo voy a tener —dijo, con la mano aún sobre su vientre—. Voy a tener a mi bebé.

Esa frase fue el punto final del debate sobre el pasado y el punto de partida para el futuro. El "qué hubiera pasado si" murió, y en su lugar nació un aterrador y práctico "¿y ahora qué?".

Carmen suspiró, un sonido largo y cansado, el sonido de alguien que acepta una carga que no le corresponde. Se dirigió a la cocina, regresó con un cuaderno y un bolígrafo y se sentó a la mesa. El pragmatismo, que antes había sido su arma, ahora se convertía en su herramienta.

—Muy bien —dijo, con tono de directora de crisis—. Primero: el dinero. No puedes seguir pagando tu apartamento. Mañana mismo hablas con el casero. Te mudas de vuelta aquí.

Renata asintió, sintiendo la primera punzada por su independencia perdida.

—Segundo: la universidad —continuó Carmen, y esta vez su voz se suavizó un poco, consciente del golpe que estaba a punto de dar—. Tienes que ponerla en pausa. Indefinidamente. Necesitas un trabajo a tiempo completo, ya. ?, Mario, ¿puedes ayudar con eso?

Mario asintió sin dudarlo. —Puedo conseguirle algo en la oficina. Un puesto de asistente. No es Derecho, pero es un sueldo estable.

El padre de Renata se levantó y salió de la habitación sin decir una palabra. El sonido de la puerta de su estudio al cerrarse resonó como un portazo al corazón de Renata.

Así, en el transcurso de una hora, la vida de Renata fue desmantelada y reconstruida por su familia. Ella era la principal interesada, pero apenas participó. Escuchaba las decisiones como si se trataran de la vida de otra persona, asintiendo dócilmente, demasiado abrumada y extrañamente agradecida de que alguien más tomara las riendas que a ella se le habían escapado de las manos.

Un par de días después, la mudanza se había completado. Renata se encontró sentada en el borde de su cama de la infancia, rodeada de cajas y de los fantasmas de la adolescente que había sido. Los pósteres de bandas de rock, la estantería llena de novelas de fantasía, los trofeos de debates… todo pertenecía a una chica con un mapa del mundo firmemente sujeto en sus manos. Esa chica había salido de esta habitación soñando con togas y con París. Y ahora había regresado, sin mapa y sin brújula, llevando en su vientre el que se convertiría en su nuevo y único mundo.




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