Antes De Ser Tu MamÁ

16.-Los Mapas que Ella Dibuja

Los años de la escuela primaria de Amanda fueron un torbellino de horarios, uniformes que siempre quedaban pequeños demasiado pronto y proyectos de ciencias que invariablemente requerían brillantina, mucha brillantina. Nuestra vida se regía por el calendario escolar. Mi trabajo seguía siendo el mismo: estable, predecible y mortalmente aburrido, pero pagaba las facturas y, lo más importante, me permitía salir corriendo a las tres de la tarde para buscarla en la puerta del colegio.

Fue en esa época cuando la personalidad de Amanda comenzó a florecer de verdad, y no se parecía en nada a lo que yo había imaginado. No era la niña de los deportes ni la de las clases de ballet. Su mundo estaba hecho de papel y tinta. Todo comenzó con un regalo de mi hermano. Para su séptimo cumpleaños, Mario le regaló su primer manga. Yo no entendía esos libros que se leían al revés, con personajes de ojos enormes y expresiones exageradas. Pero para Amanda, fue una revelación.

Pronto, su habitación se llenó de ellos. Pasaba horas en silencio, completamente absorta en esas historias, y luego, pasaba otras tantas horas llenando cuadernos con sus propias creaciones. Dibujaba constantemente, sus personajes eran su compañía. Al principio me preocupé un poco. ¿Era normal? ¿No debería estar jugando fuera con otros niños? Pero Sofía me tranquilizó. "Está creando, Ren", me dijo. "Es la mejor forma de jugar que existe". Y decidí confiar.

El punto de inflexión para mí fue una reunión de padres y maestros. Me senté frente a su profesora, una mujer amable pero seria, esperando el informe estándar.

—Amanda es una de las alumnas más inteligentes que tengo —comenzó, y sentí una oleada de orgullo—. Su comprensión lectora está muy por encima de su nivel. Sin embargo…

Y ahí vino el "pero" que toda madre teme.

—…le cuesta concentrarse en clase. A menudo la encuentro en su propio mundo. Dibuja en los márgenes de sus libros de matemáticas, escribe pequeñas historias durante la clase de historia. Su potencial es enorme, pero está muy distraída con sus… aficiones.

Mientras la escuchaba, esperaba sentir decepción o enfado. Pero en su lugar, sentí una claridad abrumadora. La profesora estaba describiendo a mi hija, a la verdadera Amanda, y la estaba describiendo como un problema a solucionar. Y yo no estaba de acuerdo.

—¿Sus dibujos afectan a sus notas? —pregunté, mi voz más firme de lo que esperaba.

—Bueno, no… sus notas son excelentes —admitió—. Pero podría ser una alumna de sobresaliente si tan solo se enfocara un poco más.

—O quizás —respondí, sorprendiéndome a mí misma—, sus notas son excelentes precisamente porque tiene un mundo interior tan rico que la motiva. Quizás deberíamos encontrar la forma de integrar esa creatividad en su aprendizaje, en lugar de intentar apagarla.

Salí de esa reunión sintiéndome más fuerte que nunca. Mi papel no era forzar a Amanda a seguir el mapa que la escuela tenía para ella. Mi papel era darle el lápiz y el papel para que dibujara el suyo propio.

Esa noche, mientras ella me enseñaba con entusiasmo el diseño de un nuevo personaje para su historia, la vi con otros ojos. Vi su pasión, su inteligencia brillante y su espíritu indomable. Los sacrificios que hacía cada día, el trabajo monótono, el presupuesto ajustado… todo cobró sentido de una forma nueva y más profunda. Mi trabajo no era solo darle un techo y comida. Era proteger ese fuego creativo, asegurarme de que nadie, nunca, la convenciera de que su luz era una distracción. Era la libertad que yo nunca tuve




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