Antes De Ser Tu MamÁ

17.-La Distancia de un Corazón

La preadolescencia de Amanda llegó sin previo aviso, transformando a la niña de los cuadernos de dibujo en una joven con opiniones firmes, un humor sarcástico y una creciente necesidad de cerrar la puerta de su habitación. La conexión fácil y simbiótica que había definido su relación con Renata comenzó a estirarse, volviéndose más compleja y, a veces, más frágil.

El manga y el cosplay dejaron de ser un simple pasatiempo para convertirse en el epicentro de la identidad y la vida social de Amanda. Su pequeño grupo de amigos compartía su misma pasión, y juntos hablaban un idioma de referencias y personajes que para Renata era completamente ajeno. Los intentos de Renata por conectar —preguntando por la trama de un manga o elogiando un nuevo disfraz— a menudo eran recibidos con un encogimiento de hombros o un monosilábico "está bien, mamá".

Para Renata, esta nueva distancia era dolorosa. Después de años de ser el sol del universo de su hija, ahora se sentía relegada a un planeta secundario. Se preocupaba. Le preocupaba que la intensa pasión de Amanda por esa cultura la aislara de sus otros compañeros de clase, que fuera vista como la "rara". Eran los miedos de una madre que solo deseaba proteger a su hija, pero Amanda los interpretaba como una falta de comprensión y de confianza.

En esta nueva dinámica, el resto de la familia asumió roles aún más definidos. Mario se consolidó como el "cómplice" oficial de Amanda, el único adulto que parecía entender su mundo sin juzgarlo. Era él quien la llevaba a las convenciones y le compraba el último tomo de su serie favorita. Las tías, por su parte, ofrecían un coro de consejos variados. Carmen le recordaba a Renata la importancia de las notas y de un futuro "serio", mientras que Sofía aplaudía el espíritu artístico y la originalidad de su sobrina, animándola a ser siempre ella misma.

Fue en el año en que Amanda cumplió los catorce que la semilla del gran conflicto fue plantada. Con el decimoquinto cumpleaños en el horizonte, la familia, especialmente Renata y sus hermanas, comenzaron a hablar con creciente entusiasmo sobre la fiesta de quince años.

Una tarde de domingo, mientras Amanda estaba supuestamente en su habitación, la conversación en la sala giró hacia ese tema.

—¡Tenemos que empezar a ver salones! —dijo la madre de Renata, ilusionada—. Y el vestido… siempre soñé con verte eligiendo un vestido de princesa para ella, Renata.

—Y el vals —añadió Sofía—. ¡Mario, tú tienes que ser su padrino y bailar con ella!

—Por supuesto —contestó Mario, aunque miró con cierta aprensión hacia las escaleras.

Al pie de esas escaleras, oculta en la sombra del pasillo, Amanda escuchaba. Su rostro pasó de la curiosidad a la incredulidad, y finalmente a una expresión de puro horror. ¿Un vestido de princesa? ¿Un vals? ¿Una fiesta tradicional como la de todas las demás chicas que ella consideraba superficiales?

Mientras su familia planeaba tules, banquetes y música cursi, en la mente de Amanda una idea mucho más radical, una "anti-fiesta", comenzaba a tomar forma. Y supo, con una certeza absoluta, que no iba a pedir permiso para llevarla a cabo. La batalla por sus quince años acababa de ser declarada.




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