Dicen que hay amores que nacen en el momento equivocado, pero florecen cuando el corazón aprende a esperar.
Luna Serrano nunca creyó en eso. Hasta que conoció a Arturo Uriaga.
Era el primer día de clases en la preparatoria, y el sol se filtraba por las ventanas con esa luz dorada que solo aparece al final del verano. Luna, con su mochila nueva y una libreta llena de sueños, solo quería pasar desapercibida. No era la chica más popular, ni la más atrevida, pero sí la que observaba todo, la que veía belleza en los detalles que otros ignoraban.
Arturo, en cambio, tenía el tipo de presencia que llenaba un pasillo sin siquiera intentarlo. Su risa se escuchaba antes de verlo. Su forma de hablar, directa y sin filtros, lo hacía parecer seguro, aunque por dentro no lo fuera tanto.
Aquel día, el destino decidió cruzarlos entre una confusión de asientos y una mirada que duró un segundo más de lo normal. No fue amor a primera vista… fue curiosidad. Una chispa pequeña, casi imperceptible, que se quedó encendida incluso cuando los años, las distancias y las decisiones equivocadas intentaron apagarla.
Crecieron. Se equivocaron. Cambiaron.
Pero cada versión de ellos, en cada etapa, seguía encontrando la manera de volver a mirarse como si el tiempo no existiera.
Porque hay personas que llegan para quedarse, aunque la vida se empeñe en hacerte creer lo contrario.
Y aunque el camino de Luna y Arturo no fue perfecto, al final, aprendieron que el amor verdadero no siempre se encuentra… a veces se construye, una promesa a la vez.