Antes que pase la lluvia

I - Nubes de estación

Cuando Katie supo que su familia se embarcaría en una aventura hacia tierras lejanas su primera reacción fue levantarse con euforia de la mesa en medio de la cena y la segunda fue sostener el vaso con agua que casi derrama cuando jaló el mantel a consecuencia de lo primero. Tuvo que esperar hasta acabar la comida para ahogar a su padre con un centenar de preguntas sobre el viaje.

La única pregunta que no fue capaz de dilucidar fue puntualmente el sitio al que se dirigían. Vagamente pudo extraer la palabra "Altea" de las conversaciones que mantenían secretamente su padre y su hermano, información que no tardó en investigar.

A pesar de sus esfuerzos y las largas horas invertidas por una semana en buscadores de internet y algunos foros (de dudosa reputación) no obtuvo pistas. Ni imágenes, ni ubicación o referencia alguna. Además de infantiles cuentos de hadas que no aportaban mayor valor a su búsqueda.

Quizá era solo una palabra clave que usaban, como un tipo de apodo que previamente establecieron para despistar a los curiosos como ella. 

—¿Ni siquiera me darás una pista? —preguntó mientras se movía inquieta en la silla.

—No puedo hacerlo, Pidge. Secreto profesional —se atrevió a decir el hermano mayor, con cierto deje de maldad en su sonrisa.

—¡No es justo! Si vamos a viajar a un lugar lo mínimo que debemos hacer es investigar cómo es.

—No uses un razonamiento paternal de esa forma, da miedo —rió el muchacho sin perder el ritmo en que acomodaba su ropa en una enorme maleta gris.

—Pero... ¡Ahg! —soltó un quejido de desesperación—. ¿Por qué es tan... secreto? Al menos podrías, no sé, decirme en qué continente está... —se abrazó el respaldo de la silla y soltó un pequeño bufido— Por favor, Matt.

El mayor rodó los ojos y suspiró derrotado.

—Inglaterra —sentenció a secas en señal de que no revelaría más. Entonces, Matt, metió su última camisa en la maleta y la cerró sonoramente. Bajo la disconforme mirada de su hermana dejó su equipaje junto a la puerta y abandonó la habitación.

La muchacha resopló molesta, con pereza pasó una de sus piernas por sobre el cojín de la silla y casi arrastrando los pies imitó a su hermano. Al pasar junto a la escalera escuchó a su madre y su padre hablar sobre repelente de mosquitos, paraguas y pantuflas, mas no quiso indagar en la conversación. Retomó el camino a su propia habitación, al llegar a la puerta divisó su propia maleta sin comenzar junto a la cama.

—Inglaterra... —repitió su única pista en un murmullo. Al menos ahora tenía una mínima idea de adónde iba. 

Segundos después, se tiró boca abajo sobre la cama ahogando un grito de frustración contra la almohada. Quizá se debía a eso, Inglaterra de por sí estaba ligada a la fantasía pero, aún así, se negaba a creer que la dichosa palabra clave tenía esa naturaleza.

Poco a poco comenzó a cerrar los ojos, los objetos a su alrededor se volvieron difusos hasta desvanecerse en un negro absoluto.

Un sonido repentino captó su atención, constante y armonioso resonaba creando pequeños ecos a la distancia. Bajó la mirada y pudo divisar sus pies cubiertos de agua cristalina hasta los tobillos. El ligero roce de la corriente era agradable, relajante. De manera automática sus ojos persiguieron un breve destello provocándole girarse hacia la derecha, cuando apareció de nuevo ya estaba en el borde de su campo de visión. Volvió a girar en la misma dirección con el mismo resultado anterior, entonces decidió que la tercera sería la vencida dibujando esta vez una abanico un poco más amplio.

"Te tengo" murmuró convencida que había tomado la delantera, pero cuando su cuerpo se estabilizó lo que tenía en frente no era un destello luminoso, mucho menos algún tipo de insecto (una luciérnaga, como pensó en un instante) era algo grande, una silueta alejada a cualquier forma animal. Era humano, pero no lograba distinguir sus facciones más allá de percibir una especie de sonrisa, entonces una explosión de luz roja consumió todo a su alrededor. Aunque no estaba segura si había algo más allí.

—¡Katie! ¡Hora de comer! —la voz de su madre le hizo dar un salto en la cama. Miró el reloj digital sobre su mesa de noche marcando las dos menos veinte. Volvió a dar otro salto cuando cayó en cuenta que se había dormido por más de tres horas.

—¡B-bajo enseguida! —respondió con torpeza, todavía llevaba el sueño encima. 

Se sentó sobre la cama cruzando las piernas, apoyando las palmas sobre sus rodillas en un infructuoso intento de recordar lo que acababa de soñar. No era usual para ella tener sueños como ese, demasiado abstracto, demasiado fugaz. Ahora cargaba con una molesta angustia en el pecho. 

Tras un par de respiraciones profundas, y algunas palmadas en sus mejillas para despertar correctamente, se dirigió al comedor rápidamente para no levantar mayores sospechas.



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En el texto hay: seres magicos, historia de amor, voltron

Editado: 25.07.2018

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