Durante el viaje se esforzó por no ceder al cansancio, de mantener los ojos abiertos, de mantener la guardia alta. Sin embargo, lo único que logró su esfuerzo fue reducir rápidamente sus reservas de energía. A los veinte minutos de vuelo, la más joven de los Holt ya estaba completamente inconsciente.
Tal vez porque había pasado la noche más larga y desesperante de su vida. Luego de la cena apenas hizo dos o tres cosas antes de irse a la cama, cosas importantes, como revisar por cuarta vez el equipaje y dejas sus auriculares a mano para no olvidarlos.
Las horas restantes fueron un martirio. Cada vez que cerraba los ojos volvía al escenario donde tenía los pies sumergidos, pero en cada oportunidad aparecían nuevos elementos a su alrededor: árboles, arbustos, montañas a lo lejos, animales pequeños merodeando... pero lo que más llamaba su atención eran las flores de diversas especies, todas incoloras. Transparentes.
En el transcurso de la noche tuvo alrededor de seis visiones. Cada vez una silueta diferente se mostraba acompañada de un color específico. Sintió curiosidad cuando le pareció que la figura vista durante la tarde apareció nuevamente, esta vez, vestida de tonos azules y rodeada por una relajante sensación acuosa. Así, una tras otra, interrumpieron el descanso de la chica.
Cuando la alarma sonó a las 3:20 am Katie gritó en respuesta, tomó el aparato digital y lo lanzó a cualquier punto de la habitación. Varios gruñidos y maldiciones después se levantó y encaminó hacia el baño. Tuvo una minúscula satisfacción cuando la cara de Matt dejó en evidencia que no había pasado una mejor noche que ella.
Hasta el aeropuerto todo fue un completo caos. No por los trámites o el ajetreo del equipaje, habría preferido eso, pero la presencia del personal militar alrededor la hacía sentir demasiado incómoda. De cualquier forma... ¿Qué hacían los militares allí? Tenía entendido que era un viaje de investigación pero así parecía tratarse de algo peligroso.
Tras recuperar su equipaje el camino hasta su ciudad destino fue... borroso. Por más que intentaba recordar el paisaje o algún edificio en particular su mente no daba con nada parecido. Tampoco recordaba haberse dormido en el trayecto, por lo que debería recordar algo, aunque fuese un extenso campo vacío, pero nada.
—Katie, no te distraigas —la voz de su madre le hizo notar que los demás se habían adelantado.
—¡Voy! —apresuró el paso y no tardó en reunirse con el grupo.
Ahora les acompañaban dos personas desconocidas. Un hombre alto y de cuerpo bien trabajado bastante simpático, y un chico con aire misterioso que no parecía interesado en la conversación.
—Siento mucho que deban hacer el camino a pie, no hay muchos vehículos grandes en el pueblo —se disculpó el hombre alto.
—Ni siquiera es tan lejos... —murmuró el chico.
—Keith, son invitados —reprochó el mayor. El aludido alzó los hombros y apresuró el paso—. Discúlpenlo, es un poco sensible a los extranjeros.
—No hace falta. Nosotros estamos ocupando su tiempo —justificó Sam.
El resto del camino fue bastante tranquilo, y tal como había mencionado el chico con mal genio: no era tan lejos. Además, el paisaje era relajante, verde incluso más allá de la vista. Y aunque a Katie no le emocionaba mayormente el entorno había algo que le generaba cierta nostalgia.
El camino de tierra poco a poco pasaba a ser de adoquines y el caminar se hacía más fácil cuando las piedras sin desgaste dejaban de enterrarse en las zuelas de los zapatos. El sendero atravesaba una pequeña fracción de bosque, la que Shiro, como se llamaba el hombre alto, explicó servía como una defensa natural a la ciudad. Como una ancha muralla de árboles.
A pesar del panorama rural que inspiraba al principio, la ciudad era bastante normal. Semáforos en las esquinas, vehículos pequeños movilizándose por las calles, tiendas, parques, casas, edificios que no superaban los seis pisos. Lo que sí era diferente era la presencia de pequeños monumentos y esculturas en ciertos lugares, como junto a grifos de incendio, los buzones de correo, los locales de comida y otra variedad de sitios.
Para Katie, quien estaba tan acostumbrada a las máquinas, Altea parecía una especie de ciudad híbrida. La verdad no hallaba palabras para explicarlo.
—Hey, hey, cuidado —oyó a su espalda cuando fue detenida por alguien—. No querrás que el león amarillo venga a jugar por la noche.
El chico la sostenía de un brazo mientras apuntaba a una de las pequeñas esculturas junto a la calzada. La que estuvo a punto de pisar.
—¿León amarillo? —repitió ignorante.
—Wow, vienes de fuera —asumió al tiempo que la soltaba, pero no le quitaba la mirada de los ojos.
Pidge tomó distancia de la figura, que parecía más un ratón que un león, y fijó su mirada en el muchacho. Debía tener más o menos la edad de su hermano, un par de centímetros más alto, piel morena, cabello corto y castaño, aire despreocupado y casual. No era mayormente llamativo en apariencia.