Antifaz de Rubí

Jamás me perdería, un concierto tuyo.

Implacables, los años pasaron desde esa velada, cuatro en total, e Isabella no olvidó al joven, en su lugar, lo nombró, el príncipe de la máscara de rubí, convencida de que debía ser un miembro de la realeza. Tristemente, él no regresó, a pesar de que, de reunión en reunión, la tía de Isabella, menguaba, la fortuna de manera crítica, sin que ella lo supiese. Desesperada por encontrar otra fuente de hacer fortuna, la mujer declaró a Isabella, una dama lista para el compromiso, antes de lo previsto. Se aproximaba su cumpleaños y varios jóvenes importantes y otros no tan ricos, habían pedido su mano. 

Sin embargo, Isabella los rechazó a todos e hizo hasta lo imposible para no celebrar su cumpleaños, procurando sabotearlo de todas las formas que pudo, sabiendo bien, que en lugar de un cumpleaños, eso sería, una competencia para pedir su mano. Por desgracia no pudo evitarlo y como último recurso se encerró en su habitación, pero su tía encontró una llave de repuesto.

—¿Cómo qué no? —dijo la mujer a punto de tener un infarto, ante la declaración de Isabella de que no asistir a la celebración—. Son tus quince años y los celebrarás como todas las damas lo hacen a tu edad. Además, mira cuantos pretendientes tienes —dijo animosamente pensando que eso la convencería. 

—No quiero a ninguno de ellos —soltó poniendo los ojos en blanco y dejándose caer en un diván cercano a la ventana, espetó—. Todos son estúpidos.

—¡Isabella!  —gritó su tía, dejando caer de su mano, su muy costoso abanico de plumas—. No hables así. Todos son muy ricos. —Se acercó y sentándose a su lado, tomó su mano en gesto conciliador.

—No quiero a ninguno —Isabella se levantó de golpe para hacerle entender que estaba realmente decidida y concluyó ferozmente —; y no bailaré el vals con ellos.

—Sí, claro que lo harás —dijo su tía, levantándose también, acomodando su vestido y dándose una última mirada al espejo—. Ya estás lista.

—No quiero ir —chilló desconsolada.

—Sin reproches, Isabella. Vamos, ¿qué pensaría tu madre de ese comportamiento?

La tomó de la mano y sacándola de la habitación, la llevo casi a rastras por el pasillo.

Isabella se sentó de inmediato, y con expresión regia, se dedicó rechazar a todos los que la invitaban a bailar e incluso, sacaba de su mesa al que se atreviera a sentarse a si lado. Todos los jóvenes estaban confundidos, pero ninguno se atrevía a intentar una segunda vez, por temor a desafiarla y pasar una vergüenza. Su tía no podía obligarla a nada, pues ese comportamiento se vería muy mal de su parte, al fin y al cabo, Isabella era la festejada. Además, estaba demasiado ocupada con un caballero que recientemente había enviudado. 

Cuando la fiesta llevaba un buen tiempo y se acercaba la hora del vals principal, Isabella acostó la cabeza en la mesa, con la mirada perdida hacia el final del patio, donde comenzaba la fila de árboles que formaban el lindero del denso bosque, que rodeaba la propiedad. No estaba poniendo atención a su mesa, por lo que no se percató de que alguien se sentaba a su lado.

—¿Qué sucede? —dijo una voz amable— ¿Por qué no queréis bailar?

—Creo que fui muy específica, cuando dije, que no quería a nadie en mi mesa. Por más amable que sonara esa voz, para ella era un incordio en ese momento. 

—Lamento importunarte, princesita —dijo tristemente—. Es una lástima. 

Isabella levantó la mirada y se encontró entonces con los profundos azules ojos, que se veían a través de la máscara de rubí.

—Volviste —dijo sorprendida, aunque con un deje de entusiasmo en su voz, que hizo que el sonriera ampliamente.

—Yo nunca me fui, madame.

—Pero, nunca más te vi, en ninguna celebración. —Sonaba dolida y extrañada al mismo tiempo.

—Estabas ocupada, preferí no molestarte.

—¿Por qué? —soltó casi en un grito, sonrojándose por su reacción tan repentina, agregó—; y ¿Por qué aún llevas esa máscara?

—Aún eres muy curiosa. ¿No es así? —dijo paciente y con un suspiro continuó en tono sombrío— No puedo quitármelo mi lady. Solo podrá quitarla, la persona que me libere de mi prisión.

—¿Qué prisión? —preguntó espantada.

—Salvó por las veces que nos hemos visto, yo soy prisionero, en el bosque.

—Pero, ¿por qué? —Su voz se quebró de angustia, ¿Cómo podría ser eso cierto? ¿Por qué razón él estaría prisionero?

—No lo sé. —Sus ojos tristes miraron hacia el bosque—. Porque así debe ser, supongo. No puedo escapar de mi fría y húmeda prisión de piedra.

—¿Quién te encerró?

—No estoy seguro —Bajó la mirada y su rostro reflejó el esfuerzo que hacía para recordar—. No lo sé con claridad.

—¿Quieres acompañarme en el vals? —preguntó ella, al verle tan afligido, tratando de distraerle.

—Pero, princesita, pensé que no querías bailar.

—Jamás podría despreciar una oportunidad de bailar contigo —sonrió y alzó la mano en su dirección, esperando que él la sostuviese.

—Me halagas, princesita —dijo inclinándose y tomando su mano.



#19133 en Fantasía
#4049 en Magia

En el texto hay: traicion, amor, maldad

Editado: 14.02.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.