Antifaz de Rubí

Solo sabes, La mitad de la historia

Isabella estaba tan feliz, que no notó el pasar de los días, hasta que su tía la llamó para conversar. Casi podía imaginar el motivo, por lo que intentó aplazar la reunión lo más posible. Sin embargo, no le sirvió de mucho retrasar lo inevitable, pues una tarde, mientras pasaba frente al despacho de su padre, la mujer la llamó y no pudo escabullirse más.

—Isabella cariño, ¿aún insistes en verte con ese joven? —Su tía la observaba sentada en un hermoso sofá, junto a una mesita en la que descansaban unos cuantos libros abiertos, que al parecer estuvo leyendo. Isabella se sintió extrañada, pues estaba convencida de que su tía, ni siquiera, sabía leer. 

—No puedes probar nada —dijo secamente sin inmutarse. 

—No —dijo mirándola severamente—, tienes razón. Por eso he decidido probarte que él no es bueno para ti.

—¿De qué hablas? —inquirió extrañada— ¿Cómo podrías probar algo así?

La mujer entendió un pequeño libro con una ligera sonrisa, Isabella la miró desconfiada, pero tomó el librito y descubrió que se trataba del diario de su madre.

—Allí están las pruebas que necesitas —dijo señalando el libro—. Ese joven destruyó a tu familia y a mí me parece, que deberías alejarte de él.

—No te creo.

—Tú puedes descubrirlo si lo lees. Después de saber quién es él realmente, podrás decidir si me crees o no. —dijo haciéndole señas para que se retirara.

Ya se en su habitación, Isabella se sorprendió al abrir el diario y encontrar un segundo antifaz rojo, pero temiendo que se tratase de una artimaña, lo hizo a un lado y leyó, desde una página convenientemente marcada. Su madre escribió aquellas páginas cargadas de tristeza. Su prometido la dejó plantada el día de su boda y ella no comprendía la razón. Nadie podía encontrarlo y la joven imploraba al cielo para que nada malo le hubiese sucedido. Ella, una dama de apenas dieciséis años, lo buscó desesperadamente, pero nadie supo que fue de él. 

Rumores y rumores llegaron a sus oídos y muchos de ellos, decían que la dejó por alguien más. Ahogada en tristeza, se sumió en la depresión y aunque no perdió la esperanza de encontrarlo, por complacer a su padre y evitar las malas lenguas, se casó con otro caballero, que pidió su mano en matrimonio. Ella jamás lo amó, no como a ese joven, que conoció en una fiesta de disfraces, el caballero del antifaz rojo. Durante casi toda su vida, se preguntó porque la dejó, después de tres años y quizás por ese deseo intenso de saber de él, creía sentirlo cerca, incluso cuando no era así. 

Aquel diario terminaba un poco antes del nacimiento de Isabella y ella casi no lo podía creer ¿Acaso él fue la razón por el que sus padres discutían? Él era la sombra, el fantasma del que su padre siempre hablaba. La razón por la que su madre jamás miró a su padre con cariño. Pero eso no era posible, porque de ser así, significaba que ese joven debía ser un hombre anciano, o estar muerto, no tenía sentido. Necesitaba preguntárselo y descubrir la verdad. Movida por la duda y el resentimiento, subió a la terraza, aunque ya era muy tarde, y comenzó a tocar el piano. Justo como planeo, el joven no tardó en presentarse.

—¿Qué haces despierta a esta hora, princesita? —sonó tras ella, la ya familiar voz. 

—¿Conocías a mi madre? —preguntó sin volverse, dejando caer sus manos en su regazo y luchando para no llorar.

—Sí, si la conocí —dijo entristecido.

—¿Por qué la abandonaste? —su voz se quebró al hacer esa pregunta y limpio rápidamente una lágrima que comenzaba a asomarse. 

—Yo jamás la abandoné, aun cuando ella no podía verme —dijo acercándose. 

—¿Por qué yo sí puedo hacerlo? —Isabella permanecía inmóvil, pues sabía que si se levantaba sus piernas flaquearían y se derrumbaría.

—No lo sé.

—Te interpusiste en su matrimonio. —Las lágrimas brotaron atraídas por el recuerdo de las constantes peleas que presenció durante su infancia.

—No es cierto. —Desesperado, quiso tocarla, pero se detuvo al escucharla.

—Por ti ella jamás pudo amar a mi padre. 

—Eso no es verdad. —Negó con la cabeza. Su voz denotaba su anhelo de explicarle—. Yo amé mucho a tu madre, ella fue quien me olvidó.

—¡Claro que no! —dijo Isabella alzando la voz y levantándose de golpe, se volteó a mirarle llorosa y con rabia—.  ¡Fue por ti que su vida fue una pesadilla! Si tú no hubieses aparecido, ella habría podido querer a mi padre.

—Solo sabes la mitad de la historia, princesita —dijo dando un paso atrás, apartándose por miedo a herirla más.

—¿Cuál es la otra mitad? —preguntó, debatiéndose dentro de sí misma, si quería o no saberla realmente. 

—No estás lista —dijo apartando la mirada, sabiendo que esa no era la respuesta que ella esperaba. 

—Sí, si lo estoy.

—Búscala, por favor —susurró con la voz rota—. Quizás, mirando a través de los ojos de tu madre, descubras la verdad. A esa historia le falta un fragmento. No sabes el comienzo y tampoco el motivo por el que acabó. Lamento no haber podido evitarlo y comprendo si no quieres volver a verme. —Se alejó hacia las sombras. 



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En el texto hay: traicion, amor, maldad

Editado: 14.02.2019

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