Viejas Amistades
Exhalo en dirección al oscuro cielo estrellado ante mí, todo el humo del cigarro que se encuentra en mis pulmones. Cierro mis ojos cuando siento que mis recuerdos de mi niñez me atormentan, al abrir mis ojos nuevamente veo el cigarro en mi mano derecha, va por la mitad de consumo. Tenso mi mandíbula a recordar a esa mujer que decía quererme y protegerme, no sé porque sigo fumando si siempre termino recordando a mi madre.
Veo sobre mi hombro para observar a través de la ventana de mi habitación, como Clara, la chica que trabaja aquí, ordena el desastre de mi habitación con esa ligera sonrisa que nunca abandona su rostro. Suspiro regresando mi mirada al frente, siento como una fuerte brisa pasa y casi me estremezco del frio. A pesar de que a esta hora siempre hace un frio de horrores, no deja de gustarme estar en este balcón.
Arrojo el cigarro fuera de mi alcance, jurando de nuevo que no quiero parecerme a mi madre, sabiendo que probablemente ese juramento no dure ni dos días completos.
Al sentir mi celular vibrar en el bolsillo trasero de mi pantalón, lo saco rápidamente, no sin antes recordar como ella lo había hecho con mi billetera.
Inmediatamente siento la punzada en mi pecho al recordarla.
Apartando sus recuerdos de mi mente, enciendo el celular en mi mano, sólo para poner los ojos en blanco de quien se trata.
Jenna: ¿Nos vemos esta noche?
No tengo ni pensar dos veces en la respuesta.
Yo: No.
Hace ya dos semanas que no la veo, el mismo lapso de tiempo en que no veo a Alexandra. No he sabido nada de ella desde que se fue aquel día de mi casa, después de hacerle creer que me había acostado con Jenna sólo para herirla como lo había hecho conmigo. Si, estábamos en mi cama. Si, estábamos casi desnudos cubiertos con una sábana. Pero yo nunca me había quitado mi ropa interior.
Sólo Dios sabrá que desgracias me hubiese traído meterme con Jenna de verdad. Ella es tan extraña que de verdad cree que lo hicimos.
Bueno, tengo como un ejemplo al idiota de Mars. Le trajo como consecuencias perder a Jessica.
Un carraspeo me saca de mis pensamientos, volteo hacia la puerta deslizable que da a mi habitación para encontrarme con papá viéndome con atención.
── ¿No has sabido de ella? ──Cuestiona como si nada, como si su mención no me destrozara por dentro.
Claro que no lo demuestro ni un poco.
── No, y no me importa saber nada. ──Respondo volviendo a fijar mí vista al cielo nocturno.
Su risa sarcástica hace que me tense del enojo.
── ¿Tú crees que no te conozco, hijo mío? ──Prácticamente se burla de mi── La extrañas.
Aprieto los puños en mi regazo.
── Cállate. ──Musito en voz baja.
── Todo esto pasó por no querer escucharme y seguir mis consejos. Te pedí que te calmaras y esperaras sus explicaciones. Pero como siempre, actuaste en medio de tu enojo.
Con eso agotó lo que quedaba de mí ya de por sí, escasa paciencia. Me levanto enojado y encaro a mi padre, que no parece ni por lo más mínimo intimidado por mí, estampo mi puño izquierdo a la pared más cercana e ignoro el dolor que provoca esa acción.
── ¡Que te calles! ──Le grito a centímetros de su rostro── No quiero que opines y metas tus narices donde no te llamaron, nada de esto tiene que importarte. Ella no me importa, no la quiero, no la amo y mucho menos la extraño. ¡Ella me engañó!
Mi papá asiente lentamente sin decir una palabra, sé que me esconde muchas cosas sobre todo lo que pasó, pero no me interesa saberlo. No quiero saber nada de la mujer que me engañó. A la única que le di mi corazón y lo destrozo sin piedad, como supuse desde el principio que pasaría. De sólo recordar que ella era todo mi mundo, es como echarle sal a la herida.
Veo como mi padre se encoge de hombros y da la vuelta para retirarse, antes de desaparecer por completo me observa sobre su hombro.
── ¿Estás seguro de eso? ──Y se va.
Sólo basto con esa pregunta para destrozarme de nuevo, el dolor de mi pecho no se va y me siento de nuevo. Coloco mis codos sobre mis rodillas para recostar mi frente sobre las manos. Sintiéndome ridículo por sentirme de esta forma, al sentir aun este dolor asfixiante que siento que no me dejara más. Y sobre todo...
Por estar llorando de nuevo.
(...)
Mars palmea mi hombro con entusiasmo, exactamente igual a como lo hizo hace un año al entrar en la universidad. En lo personal nunca he entendido su entusiasmo del nuevo año de clases, a mí siempre me ha dado igual, sobre todo porque me hubiese gustado más estudiar artes en lugar de diseños publicitarios.
Exactamente igual que el año pasado, y seguramente como los años a continuación, fue un día monótono. Llena de presentaciones largas y absurdas por parte de los profesores, sobre todo el del profesor de matemáticas, el profesor Bates, es sólo unos años mayor que yo, casi contemporáneo. Aun así, siento que es el típico niño bonito perfecto de cuento de hadas.
Ya en la hora del almuerzo se me hizo un poco más divertido cuando una pelinegra de ojos celestes, me mira con picardía.
Uhm, tal vez no sea un mal año después de todo.
Cuando creí que esa chica sexy iba a conmigo para ir al comedor, veo como en su lugar, se aleja para seguir a una chica de cabello rizado. Entrecierro los ojos con curiosidad al ver como ésta la ignora casi por completo y como apenas le contesta.
── ¿Linda, eh? ──Bromea Mars al llegar a mi lado.
Río entre dientes.
── ¿La pelinegra? Lo es, bastante. ──Admito mientras empezamos a caminar hacia la cafetería.
Mars sacude la cabeza, en señal de negativa.
── Me refería a la de ojos grises.
Frunzo el ceño, si se refiere a la de cabello rizado, no me había fijado en su color de ojos. Hablamos de otras cosas mientras llegamos al comedor, nos sentamos y hablamos de diversas cosas, hasta que otro chico llamado Jhon roba la atención de Mars. Por inercia busco a la supuesta portadora de ojos grises, no me lleva mucho tiempo encontrarla gracias a su cabello, un castaño bastante curioso, a decir verdad, que con el sol da un tono rojizo. Combina a la perfección con su piel blanca, sus rasgos son muy finos y delicados, casi me rio al ver que lleva un suéter manga larga con este calor que hace. Pero cuando sus ojos se topan con los míos, casi quedo paralizado.