Antiguos amores. Un remedio para la traición.

Capítulo 3

Parece que no cierro los ojos en toda la noche, pero al fin el cansancio me vence. Me duermo casi al amanecer y, enseguida, escucho la melodía del despertador. Vuelvo a la realidad junto con el sonido.

Permanezco tendida, intentando entender: ¿de verdad no fue un mal sueño? ¿Acaso no hubo ninguna conversación nocturna? Poco a poco abro los ojos y veo que la cama a mi lado está vacía. No hay rastro de la ropa de Serguéi en la silla. El agua suena en el baño, lo que significa que se levantó hace tiempo y ya se prepara para su viaje.

Las sienes me laten por la falta de sueño. Abro el cajón para buscar una pastilla contra el dolor de cabeza. La tomo, me pongo la bata y me apresuro a preparar café. Serguéi es un hombre organizado, no le gusta esperar, y menos aún cuando tiene sus propios planes.

—¡Buenos días! —entro en la cocina y evito mirarlo. Me dirijo de inmediato a por una taza para servirme café. Hoy sin leche: necesito fuerzas para sobrevivir el día.
—Buenos —contesta mientras ajusta el reloj y lanza una mirada rápida a las manecillas—. ¿Te sientes bien? Creo que estás enferma… quizá deberías quedarte en casa. Nadie morirá sin ti.
—No morirá, pero le prometí a la gente —respondo con cansancio—. Cuentan conmigo.
—Con Anya no discutiré, es tu hermana. Pero en cuanto al trabajo… Fue tu capricho —recuerda Serguéi—. Querías tener algo propio para no ser solo ama de casa.
—¡Y lo tengo! —me cuesta creer que volvamos al mismo tema. Al inicio del matrimonio, Serguéi repetía que yo no necesitaba trabajar, que él ganaba lo suficiente. Hoy más que nunca agradezco no haber cedido. Sé que, pase lo que pase, puedo salir adelante. —Tengo mi negocio, un equipo, amigos. Y creo que no está mal. ¿A ti mismo no te aburriría una esposa que solo cocina y ve telenovelas?
—No exageres. Una mujer puede desarrollarse en casa si quiere. Pero no hablo de eso. Ya te dije que podemos contratarte un asistente con experiencia.
—¿Porque no soy capaz de manejarlo sola?

Me quedo inmóvil con la taza en las manos. Siento que estoy al borde y cualquier palabra podría desencadenar una verdadera pelea. Por suerte, en ese momento Serguéi escribe un mensaje y no ve mi expresión. Responde casi en automático.

—Hay que saber delegar, Pavlina. Es lo inteligente, pero no insistiré —corta—. ¿Cuánto tardarás en estar lista?
—Diez minutos…
—Bien. Voy a revisar unos papeles.

Me deja sola. Yo lucho contra el deseo de escuchar con quién hablará esta vez. Me contengo solo porque ahora, antes de dejarme en casa de mi hermana, es poco probable que se arriesgue. Después… quién sabe.

Bebo unos sorbos de café, sin sentirle el sabor. Anoche hice planes grandiosos para seguirlo y atraparlo con las manos en la masa, pero no se me ocurrió nada viable. Eso solo pasa en las telenovelas, donde los maridos infieles dejan el teléfono desbloqueado a plena vista. Omelchenko jamás cometería tal error. Su móvil está blindado, con información demasiado confidencial. Quizá podría revisar su portátil, pero dudo encontrar una carpeta llamada “Mi amante”.

No he decidido aún qué hacer. Ya pensaré en eso luego. Por ahora debo arreglarme rápido y, de ser posible, aparentar que la pelea de anoche quedó atrás. La venganza es un plato que se sirve frío. No pensaba darle la ventaja de “liberarle el espacio” a otra.

Me visto con rapidez. Elijo un traje de lino y una blusa clara, pendientes sencillos de perlas. Nada recargado: hoy me esperan muchas cosas y, además, una entrevista con una chica interesada en trabajar en nuestro salón. Apenas me paso un poco de labial y salgo al pasillo. En otro momento habría hablado de todo con mi marido, pero ahora me resulta insoportable escuchar sus consejos. Estar cerca de él es demasiado difícil.

Camino detrás suyo mientras desactiva la alarma del coche y me abre la puerta. La sostiene hasta que me acomodo y recién entonces se sienta al volante. Como siempre. Y, de pronto, entiendo que no lo hace por mí, sino por su imagen. Un hombre atento, una familia ejemplar: justo lo que necesita un empresario con reputación.

Hoy el trayecto es más corto; casi no hay tráfico. El sol pega de frente y Serguéi baja la visera para protegerse. Nos detenemos en un semáforo y entonces lo veo: un papel en el suelo, a mis pies. Debió de caer justo ahora, porque cuando subí, el coche estaba impecable.

Lo recojo, lo miro… y me quedo callada. No encuentro las palabras. En mis manos hay un dibujo infantil. Algo que jamás habría esperado.



#4865 en Novela romántica

En el texto hay: romace, drama, amor

Editado: 26.08.2025

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