Antípodas: corazones contrarios

Capítulo 1

CAPÍTULO 1

 

            La grava suelta se deshacía entre las llantas. A Dylan jamás le había gustado ese sonido. Significaba que algún tramo de la carretera estaba a medio hacer, anticuado, o simplemente le faltaba presupuesto, y ninguna de esas cualidades pertenecían a los lugares donde él quería estar.

-Quita esa cara- dijo uno de sus acompañantes-. No se te olvide que solo somos visitantes.

            Unos segundos después, el camino se volvió suave de nuevo. En el asiento delantero, Biel abrió la ventanilla para respirar el aire de su nuevo destino, empaparse de la emoción de una nueva coordenada. La cerró de inmediato.

-Este lugar es una caldera- dijo Biel, mirando al conductor- ¿Siempre está así de caliente?

-No- respondió el conductor-, por lo general está mucho más.

            Biel lanzó un suspiro, derrotado antes de la batalla.

-Quita esa cara- dijo Dylan, repitiendo sus palabras, pero con un sabor distinto-. Solo somos visitantes ¿verdad?

            Biel evitó mirar su sonrisa burlona por el retrovisor. Aunque le adelantaba apenas unos pasos, Biel sabía que Dylan estaba listo para clavarle las uñas y quitarlo de su posición laboral si se descuidaba un segundo.

            Richie, por otra parte, se entretenía buscando edificios de más de dos pisos en aquella ciudad. Fuera de un hospital y un edificio que tenía dos pisos y medio, no había contado más rascacielos.

            La jefa Dina no mentía cuando había dicho que, si querían avanzar en la compañía Electryone Inc., iban a hacerlo cuesta arriba y en el fin del mundo.

-Es temporal- agregó de pronto Dylan, como si la brevedad de una tortura la hiciera menos temible-, y si queremos el ascenso, este es el único camino.

-Biel ¿tú ya viste las oficinas? - inquirió Richie.

            Biel negó con la cabeza.

-Solo rezo porque tengan aire acondicionado- contestó.

-¿Vienen de visita a Electryone?- preguntó el conductor mientras tomaba una calle lateral.

-Venimos a trabajar por un tiempo- dijo Biel-, el suficiente para necesitar un lugar moderno con aire acondicionado.

-Entonces, sigan rezando- contestó el conductor, mientras daba la vuelta a un edificio sin terminar, con la pintura blanca carcomida y algunas puertas bloqueadas-. Bienvenidos a su destino. No olviden tomar agua.

 

            Estibaliz bloqueaba la luz con el brazo derecho, mientras tomaba su segunda siesta del día. El cabello castaño claro le corría por los hombros como hilos desparramados, y las piernas, musculosas por años de utilizar la bicicleta, le colgaban por la mitad de la cama.

            Su cuarto era un enjambre de ropa y envolturas de dulces; procuraba mantenerlo cerrado para que ni su madre Silvia, ni su padrastro Jorge, pudieran ver el contraste entre su ordenada casa y el campo minado que era su cuarto.

            Tocaron a su puerta con insistencia. Al final, Silvia prefirió despertarla a la vieja usanza: con un movimiento vigoroso, para después fingir que apenas la había tocado.

-¿Qué pasa, mamá?- dijo Estibaliz, con los ojos entrecerrados bajo las espesas cejas- ¿Qué horas son?

-Dormiste toda la tarde, Esti, ni siquiera los truenos te despertaron.

-¿Cómo? ¿llovió, mamá?

            Por la ventana se arrastraban las últimas gotas del breve diluvio, y el calor se asomaba con pereza entre las nubes.

-Hija- dijo Silvia sentándose en el borde de su cama- ¿ya revisaste tu celular?

-Debe de estar por algún lado- respondió Estibaliz en medio de un bostezo-, lo dejé en silencio.

-¿En silencio?- exclamó Silvia, sorprendida.

-Sí, mamá ¿por qué?

-Estibaliz- el tono de Silvia se volvió serio- ¿cómo es posib…? ¿no se supone que estás esperando una llamada del nuevo trabajo? ¿cómo vas a saber si tienes el celular en silencio?

            El rostro de Estibaliz cambió, de perezoso a sorprendido en un segundo. Saltó de la cama y comenzó a buscar entre montañas de ropa su celular.

-Hija, necesitas tener sentido común- Silvia se esforzó para no retroceder en el tiempo y regañarla como lo hacía cuando era pequeña-. Jorge y yo siempre vamos a estar para ti, pero a veces siento que tú…

-¿Qué yo qué, mamá?- dijo, distraída.

-Estibaliz, existe un mundo real, y tú no vives en él.

            La búsqueda del celular perdido se vio súbitamente interrumpida. Una vez más, comenzaba cada una a tirar de su extremo de la cuerda en su lucha vitalicia

-Madre, corrieron al 70 % del personal de la compañía- adujo Estibaliz-. No había manera de que me quedara.

-Quizá si no hubieras roto la regla de la empresa de no coquetear con alguien de tu oficina.

-Mamá, esa era una regla anticuada.

-Pero era una regla- insistió Silvia, para luego dejar el tema por la paz-. Bueno, no es esa la razón por la cual te digo esto.

-¿Entonces?

-Mira a tu alrededor, mira este cuarto- Silvia giró en derredor, como guía turística en la exhibición de una adultez que tropezaba-. Envías solicitudes de empleo, y te olvidas de mantenerte alerta a ellas; te devoras los ahorros en comida para llevar, duermes hasta la madrugada y llegas tarde a las entrevistas, y mira, mira esto…

-Mamá, es una bolsa de papitas, no una rana disecada para un ritual oscurantista.

-Tienes 31 años y sigues comiendo como adolescente.

-¿Y qué?

-“¿Y qué?”- repitió Silvia, con asombro-. Hija, necesitas crecer. Madurar. La vida no es una fantasía adolescente, no hay un príncipe que va a llegar a arreglarlo todo.

“Necesitas volverte más astuta, más sagaz. Dormir temprano, cuidar tu cuerpo. Esto no es un videojuego con repeticiones infinitas. Necesita despertar.

-Si quieres que me vaya de la casa, lo entiendo- respondió Estibaliz, con resignación.




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