CAPÍTULO 2
Luego de acomodar sus pertenencias, y toda vez que sus respectivos departamentos habían quedado listos (cuan listos podrían quedar en aquel edificio improvisado), Dylan, Biel y Richie se pusieron ropas cómodas para disfrutar el retazo de día libre que les quedaba.
Se subieron al carro de la compañía, con el conducto asignado ya que, al ser extranjeros y recién llegados, aún no contaban con permiso para conducir, y se dirigieron a un pequeño supermercado en el centro de la ciudad con nada más que resignación y un par de horas libres.
Era fácil distinguir que no eran de aquel lugar. Aunque sus rasgos eran disímiles entre sí, cuando uno viene de muy lejos a un lugar muy pequeño hay un sello invisible que lo delata, una extrañeza de colores en un lugar donde hasta las sombras se parecen.
Los tres eran adultos treintañeros, lo suficientemente jóvenes como para no poder conformarse con un solo sitio, y lo suficientemente viejos para desear poder hacerlo de una vez por todas.
Richie, el más joven de ellos, iba sentado en la parte trasera del auto. Era de estatura baja, abundante cabello negro que le cubría la frente, nariz recta y labios amotinados como botón de rosa. Sus ojos, dos astros negros que hablaban antes de que su boca lo hiciera, miraban la ciudad por la ventanilla del auto.
-No está tan mal- dijo Richie, rompiendo el silencio en el que viajaban-. Sería un lugar pintoresco si no fuera por este maldito calor.
-No me parece que haya crecido demasiado para la cantidad de empresas nuevas que han llegado- respondió Biel desde el asiento delantero-. O el gobierno no ha sabido reinvertir el capital, o las manzanas solo han caído para los que están más cerca del árbol.
Biel tenía un aspecto extraño. Incluso en su propio país era difícil rastrear las huellas de sus antepasados por el camino de sus rasgos. Un forastero dentro de un extranjero. Era alto, por encima del metro ochenta, delgado, pero de espalda ancha y extremidades sanas y fuertes. Peinaba su cabello negro siempre hacia atrás, y sobre su rostro cadavérico, de formas pronunciadas, se dibujaban un par de ojos negros siempre atentos y vigilantes. Los huesos de las mejillas se le marcaban sobre la piel blanca como las líneas de un acantilado, y terminaban de darle el aspecto de depredador intimidante cuyos ojos perforaban el espacio.
Dylan, el tercer tripulante, observaba el panorama en el asiento trasero junto a Richie. Dylan era ligeramente más alto que Biel, y sonreía mucho más. Su piel tenía un bronceado exquisito, como si llevara la arena en los poros. Sus ojos miel eran cálidos, y sus enormes pestañas le daban un aire de ternura a su rostro simétrico y triangular.
A diferencia de Richie y Biel, Dylan no era delgado, sino de cuerpo tonificado y brazos fuertes y musculosos. Su cabello castaño claro caía bien peinado sobre un lado de su frente, y sus labios delgados coronaban una sonrisa de dentadura inmaculada.
Dylan había decidido que la única manera de aliviar sus deseos de irse era hace las paces con aquel lugar, y se empeñaba por ver el lado bueno de su nueva (y temporal, a Dios gracias) situación.
-Debe de ser agradable vivir en un lugar así- comentó, mientras daban un giro en el auto negro de la empresa-. La tranquilidad, la paz-. Seguramente se ven muchas estrellas aquí.
-Hay demasiada contaminación para eso- sentenció el conductor.
-Y las noches son tan calientes como el día- aseveró Biel-. Y estos chubascos ¿suceden a menudo? Apenas pasaron unos minutos, y las calles están llenas de charcos.
-Bueno, si te empeñas en ver lo negativo, por supuesto que es lo único que vas a encontrar, Biel- respondió Richie.
-No hay demasiadas otras cosas en las cuales enfocarse- contestó Biel, mientras trataba de arreglar la pantalla de su celular-. Pero, ciertamente, vinimos a hacer un trabajo aquí, y no vale la pena quejarse. Si tan solo dejara de hacer tanto maldito calor.
-¡Miren! ¡Pizza!- Richie bajó la ventana, y una bocanada de calor húmedo entró al carro-. Puedo tolerarlo todo, siempre y cuando haya pizza.
-En todos lados hay pizza- Biel sonrió, y continuó-. No creo que ésta sea diferente a todas las demás, amigo.
-No sé, hay algo especial en este lugar- dijo Richie, mientras se alejaban de la entrada de la pizzería-. Puedo sentir algo.
-Es hambre- dijo Biel.
-Es esperanza- contestó Richie-. Y bueno, también un poco de hambre. Por cierto ¿falta mucho para llegar al supermercado?
Pedaleaba fuerte porque pedaleaba feliz. Estibaliz sentía que, con cada esquina que dejaba atrás, sus problemas se empequeñecían, y todas las soluciones se volvían claras y posibles.
Conseguir ese empleo había sido lo mejor que le había pasado en los últimos meses, y entre sus rupturas amorosas y sus múltiples problemas económicos, esto representaba un anhelado respiro.
Evadía con destreza la mayoría de los charcos, aunque algunos huecos inundados en la calle conseguían salpicarla de agua sucia y fría. No le importaba demasiado, ni eso ni como la luz se cerraba y la noche se asomaba: un problema menos en su vida y eso le alcanzaba para hacerla completamente feliz un par de horas.
Estibaliz dio vuelta a la derecha y se acercó a la orilla en cuanto escuchó el pesado ronroneo de un auto acercándose a ella. Luego, la pesadilla de aquel día casi perfecto: consiguió evadir un charco enorme, pero bien sabía que, si el auto detrás no lo hacía, la iba a empapar de tal manera que podría hacer el remake barato de una película sobre una sirena saliendo del mar.
-Oye, ten cuidado- Dylan tamborileó los dedos sobre el respaldo del conductor.