Capítulo 4
No había escapatoria. La única salida a la bochornosa situación había ocurrido un día antes, en la intersección entre la situación que le ocurrió y la decisión que tomó respecto a ella, cuando había tenido la oportunidad de dejar ir el pequeño y húmedo inconveniente de haber sido empapada por un auto, y no lo había hecho.
Su madre siempre decía que le sobraba imprudencia, pero no del tipo que hace a la gente arrojarse a un río embravecido o una calle repleta de toros furiosos; su imprudencia era más sutil: un comentario mal hecho, una opinión no pedida, un enojo manejado de forma infantil. Aun así, Estibaliz nunca lo había considerado algo grave…hasta ese momento.
Estibaliz dio dos pasos adelante, con el estómago revuelto y las manos sudorosas. Por el cambio en su rostro pudo constatar que Biel la había reconocido de inmediato. Aunque su gesto era serio, y tenía un aura tan gris que se notaba era de nacimiento, la manera como su mirada pasó de la quietud a la sorpresa, y de ahí en caída libre al enojo, le puso los pelos de punta. Biel apretó los dientes y respiró profundo.
-Anita ¿no prestó atención a las características que le señalé como importantes en la asistente de esta oficina?
-¿Disculpe?- preguntó Anita, confundida.
-Déjeme leerle la minuta de aquella junta- Biel sacó un papel de su enclenque escritorio, que no eran más que dos mesitas unidas por un lado en forma de L-. Aquí está. Recuerdo haber subrayado en amarillo las características fundamentales: disciplina, puntualidad, seriedad, pulcritud y capacidad de contención.
Estibaliz se imaginó que lo que Biel esperaba que entrara por la puerta era un navy seal sentado en su lancha, arrastrándose por las olas de sus inalcanzables expectativas.
-Señor, pero eso hice- adujo Anita, nerviosa-. Estibaliz fue mi compañera en la escuela de asistentes ejecutivas, yo misma la seleccioné.
Biel comenzó a mover papeles en su escritorio, y aunque abría y cerraba carpetas, Estibaliz notaba que sus movimientos eran completamente aleatorios y sin sentido alguno, quizá para disfrazar el enojo que se apropiaba de sus músculos.
-¿Hace cuánto no veía a esta mujer?- dijo Biel, señalando a Estibaliz.
-Hace unos años, señor.
-Se nota- respondió Biel.
Anita miró a Estibaliz, angustiada y pidiendo una explicación. Estibaliz estaba demasiado callada para aparentar amnesia, y cuando se mordió los labios, Anita supo que aquel par compartía alguna fractura aún desde antes de conocerse.
-Señor- dijo Estibaliz con la cabeza agachada-, me parece que ayer tuvimos un desacuerdo.
-¿Un desacuerdo?- Biel se apoyó en el escritorio, y éste se bamboleó con su peso, lo que le restó el dramatismo que esperaba imprimirle al gesto-. Usted descompuso mi celular el día de ayer. A mi padre le bajó la presión luego de 9 horas de no haberse podido comunicar conmigo, mi abuela tuvo un desmayo ¿Tiene algo que decir a eso?
-Sí- dijo Estibaliz, paseando la mirada de un punto a otro-. ¿Intentó meter el celular en arroz?
Biel, sorprendido, tardó unos segundos en responder.
-Mi familia vive en el otro lado del mundo. No tienen manera de saber cómo estoy, si vivo o muero, más que a través de mi celular, y USTED me dejó incomunicado- exclamó Biel, furioso.
-Lo siento- respondió Estibaliz, agachando la cabeza.
- “¿Lo siente?” Claro, eso arregla todo- dijo Biel, molesto- ¿y qué iba a hacer yo para hablar con mi familiar? ¿usar la telepatía? su acción fue imprudente e infantil, usted claramente no es una persona que piense en las consecuencias de sus actos y ahora ¿tenemos que trabajar juntos? No, lo siento, busque otro lado.
-Es que ya firmé el contrato, jefe- respondió Estibaliz con voz baja.
Biel no gastó un segundo más en Estibaliz; le exigió una respuesta a Anita con la mirada.
-La jefa Dina pidió que se acelerara el proceso- explicó Anita con voz temblorosa-. Dijo que ustedes están sobresaturados de trabajo, por lo que Estibaliz ya entró a la nómina.
-¿Y no te la puedes llevar a otra parte?
-Puedo hacerlo, jefe, pero…-respondió Anita.
-¿Pero?- quiso saber Biel.
-Pero nadie quiere trabajar en esta área, jefe- contestó Anita.
-¿Por qué es eso?
-Es que aquí le dicen “El infierno de Dante”- respondió Estibaliz con la mirada agachada-. Uno pensaría que es por el libro, pero, pensándolo bien ¿usted se llama Dante?
Biel no perdió un segundo más: levantó el teléfono, y habló a sus superiores.
-¿Bueno? Necesito hablar con Dina, de acuerdo ¿cuándo llega? Le llamaré a su celular entonces ¿cómo que no recibe llamada? Esto es, es, es…- Biel miró a Estibaliz, y agregó- es un desastre.
Biel colgó con un golpe. Miró a Estibaliz con los dientes apretados.
-Anita, usted y yo vamos a tener una conversación sobre su proceso de selección de personal.
Anita asintió.
-Y usted…usted…USTED.
Estibaliz intentó mirar a los ojos a su verdugo, pero el gesto molesto, y el índice estirado completamente en su dirección, lo deformaron ante sus ojos: lo veía enorme e invencible.
-No se ponga cómoda en su escritorio- dijo Biel-. Salgan de mi oficina ahora.
Anita y Estibaliz salieron con paso apretado, compitiendo por el estrecho espacio de la puerta. Luego de cerrar la puerta, Anita de inmediato tomó a Estibaliz del brazo y la arrastró lejos de la mirada de Biel.
-¿Qué demonios hiciste, Estibaliz? Me metiste en problemas.
-Yo no hice nada.
-¿Cómo que no hiciste nada?- le increpó Anita, furiosa-. Nunca había visto así a ese hombre. Estoy segura de que algo hiciste.