CAPÍTULO 6
El viento y el golpeteo de su bicicleta contra el suelo eran los únicos sonidos que la acompañaban. Estibaliz estaba tan ensimismada en sus pensamientos, que no necesitaba ningún concierto para sentirse aturdida, triste y desesperanzada; solo le bastaba el rutinario soplar del cálido viento para alborotar su mente.
No podía dejar de ver a Biel, las cejas contraídas del enojo, el enrojecimiento paulatino de su piel pálida, avanzando como mancha a medida que procesaba su presencia en su oficina. Y por más que intentaba que la imagen de Dylan, feliz por verla, sustituyera a la de Biel, no podía dejar de darle vueltas a la facilidad con la que su nuevo jefe había deseado deshacerse de ella.
Un ruido interrumpió sus pensamientos. La luz de un auto se extendió en la acera frente a ella. Giró hacia la izquierda, y la luz la siguió; giró a la derecha, y la luz, de nuevo, iluminó el asfalto siguiendo su ruta. El ruido grave del motor detrás de ella la alertó de la velocidad del auto: despacio, atemorizantemente despacio.
Comenzó a pedalear más rápido, y el auto en respuesta aumentó su velocidad, pero apenas lo necesario para continuar siguiéndola, en una especie de juego macabro que le recordaba, de forma surreal, las películas de asesinos seriales.
La primera casa en su camino estaba rodeada de árboles y arbustos. La agilidad es aliada ante el peligro, y con tal de alejarse de aquel auto dejó la bicicleta a un lado del camino, y atravesó los arbustos hasta quedar protegida por varios árboles. La casa detrás de ella, a juzgar por las luces, estaba vacía, pero se imaginó que en la siguiente debía de haber alguien, al fin de cuenta nadie puede tener tan mala suerte. O eso esperaba.
El auto se detuvo, y del asiento trasero salió un hombre. La luz lo cubría lo suficiente como que borrar los bordes de su cuerpo, pero se podía distinguir que era alto. El hombre se puso las manos alrededor de la boca, y comenzó a gritar.
-¡Estibaliz! ¿Estás bien?- dijo, mirando hacia todas partes.
Estibaliz de inmediato sintió que el temor se escapaba como un chorro frío de su cuerpo, y en su lugar dejaba una cálida ternura.
-Lo siento- dijo el hombre, mirando hacia todos lados-. Soy Dylan.
Estibaliz se sacudió el instinto de supervivencia y salió de los arbustos. Aunque su genuina alegría le decoraba el rostro, tenía una rama insertada en el cabello y unas astillas de tronco bailando sobre su coronilla. Dylan pensó que se veía más hermosa que una inmaculada modelo.
-Lo lamento terriblemente- Dylan se acercó a los arbustos, para ayudarle a cruzarlos de vuelta a la acera-. No quise asustarte. Vas a pensar que soy un acosador; siempre me encuentras esperándote.
-No te preocupes- contestó Estibaliz, riendo-. No pasa nada.
-¿Vives por aquí? ¿necesitas que te lleve en el taxi?
-No, no, está bien- respondió Estibaliz-. Vivo a unas cuantas cuadras, ya casi llego.
-De acuerdo- dijo Dylan, sin dar más explicaciones-. Bueno, voy a retirarme ¿te veo mañana?
-Claro.
Dylan giró para dirigirse al taxi, pero sus pies parecían estar hechos de plomo. Miró hacia Estibaliz varias veces, con un gesto de expectación. Aunque abrió la puerta, vaciló en entrar a ella. El espacio junto a ella lo llamaba de una manera silenciosa.
-¿Sabes algo, Estibaliz? Me incomoda que estás sola a estas horas.
-No te preocupes por mí- respondió Estibaliz, sintiendo un hormigueo en su rostro apenado-. He pasado muchas veces por este camino, y no quiero meter la bicicleta al taxi.
-De acuerdo.
-De acuerdo.
Dylan alargaba los movimientos, esperando forzar al tiempo para que esperara. Metió una pierna al auto, con gesto decepcionado.
-Dylan…-dijo Estibaliz con suavidad.
-Dime, claro, sí ¿qué necesitas? - respondió Dylan, dando tumbos fuera del auto.
-¿Quieres caminar conmigo a casa?
Dylan cerró la puerta del taxi con una sonrisa.
Parecía más alto cuando caminaba junto a ella. Olía muy bien, además. Estibaliz llevaba su bicicleta, mientras que Dylan llevaba el saco colgando de un brazo, las mangas de la camisa dobladas, y las manos metidas en sus pantalones, mientras titubeaba entre qué tema sería el más adecuado para comenzar una conversación, como si de eso dependiera el destino de la raza humana.
-¿Te gustó el ventilador de tu escritorio, Estibaliz?- dijo al fin, aunque al instante reflexionó en el pésimo tema que había elegido.
-Sí- contestó Estibaliz, mirando el pavimento-. Aunque, tenía mucho polvo.
-Ah, sí. Biel lo acababa de sacar del armario, para quien fuera la nueva secretaria- respondió Dylan-. Pero debería de haberlo limpiado ¿no crees?
-Quizá ya sabía que iba a aparecer yo- dijo Estibaliz, con una mueca-. Me sorprende que no lo haya ensuciado aún más.
-Es un idiota.
-Creo que no te agrada para nada.
-¡Por supuesto que no!- replicó Dylan, casi ofendido-. Solo es un colega. Un colega lame botas. El ascenso me lo ganó por pura lambisconería. No le agrado y no me agrada. Así que puedes decir cuanto quieras de él, y yo te responderé con un defecto aún peor. Tanto es lo que lo conozco.
-Honestamente, ni siquiera quiero hablar sobre él- Estibaliz lanzó un suspiro-. Me siento agotada.
-¿Quieres hablar de eso?
-¿De qué?
-¿De cómo te sientes?- respondió Dylan.
-¿Cómo me siento?
Estibaliz miró la calle vacía; era imposible ver el final en la oscuridad.
-Solo estoy decepcionada- respondió-. Tenía mucho tiempo sin trabajar, y no visualicé mi primer día así. Siempre pienso que las cosas serán buenas porque soy buena persona, pero así no funciona el mundo ¿cierto?