Antípodas: corazones contrarios

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 7

 

            -¡Estibaliz, pase a mi oficina!

            Estibaliz abrió la puerta; el chirrido de los engranajes eran ya la banda sonora de aquellos encuentros. Biel había girado la silla para encontrarse con ella. La miraba con la ceja arqueada y los dedos largos dibujando líneas mientras sostenía una hoja, y sus ojos estaban tensos en el papel, tensos en el aire, tensos en todas partes.

-¿No le dije que necesitaba una presentación sobria?

-Así es, jefe.

            Biel le dio media vuelta la laptop.

-¿Una animación rosa le parece a usted un diseño sobrio?-continuó Biel, mientras en la pantalla aparecía y desaparecía un telón de chillante púrpura antes de dar paso a una serie interminable de números.

-Jefe, yo sentí que sería mejor…

-A usted no se le paga por sentir, Estibaliz- replicó Biel-. Usted haga lo que se le pide, y no ponga sentimentalismo en ello, o va a detener toda la producción a puro lágrima.

-Jefe ¿puedo decirle una cosa?

            Biel asintió, pero no le prestaba atención, y esta sutileza, a Estibaliz, se le fue como agua entre los dedos.

-Si le pusiera más atención a la gente, sabría que sus presentaciones…

            Cuando Biel alzó los ojos, Estibaliz se detuvo en seco. Había confundido cortesía con una puerta abierta, y Biel se lo reclamó con gélido silencio.

-¿Qué me está queriendo decir? ¿Que yo no escucho a mis empleados?

-No, yo, no… yo, solo… disculpe.

-Finalice su oración.

-Así está bien, jefe.

-No, lo que iba a decir, dígalo- exigió Biel, con autoridad.

-Sus presentaciones a veces son un poco lentas. Por eso pensé que un poco de color lo ayudaría.

            Biel no respondió de inmediato. Firmó algunos papeles, y luego, dejó su peso caer sobre la silla.

-Lo voy a tomar en cuenta- dijo, al fin, con sinceridad-. Gracias. Otra cosa, el café…

-¿Le gustó, jefe?- respondió Estibaliz, esperanzada de haber acertado por primera vez en 48 horas.

-Lo tomo sin azúcar, Estibaliz, como se lo comenté.

-No recuerdo.

-¿No recuerda?- Biel levantó la vista sobre las hojas, con el enojo aumentando de nueva cuenta-. Le mandé una lista de peticiones personales en su correo laboral ¿ya lo leyó?

            Estibaliz sintió que sus pies perdían su equilibrio. Quizá, si no se hubiera pasado parte de la mañana haciendo un test para ver qué tipo de empanada argentina era según su signo zodiacal, habría tenido más tiempo para revisar su bandeja de correos electrónicos.

-Por lo menos revisó el último correo que le mandé ¿verdad? – cuestionó Biel, con voz tensa-. El correo donde le pedí la traducción para las 12 p.m.

            Instintivamente, Estibaliz miró el reloj. Biel comprendió la respuesta. Eran las 10:45 a.m.

-Olvídelo, voy a hacerlo yo- Biel se giró, y empezó a teclear a toda velocidad-. No se puede confiar en usted.

-Jefe, permítame, es que no me llegó su correo…

            Biel alzó la mano para pedirle silencio. La miró directamente a los ojos, con una mezcla de frustración y decepción que resultaban dolorosas.

-¿Hay alguna cosa que salga de su boca que no sea una mentira para zafarse de responsabilidades?- dijo Biel.

-Jefe…

            Biel levantó el índice, y señaló la puerta.

-Estibaliz, por favor- añadió entre dientes-. Salga de mi oficina. De inmediato.

            Estibaliz agachó la cabeza, y salió de la oficina. Media hora después, Biel la estaba llamando, y de nuevo, sonaba decepcionado.

 

            Aunque Estibaliz se sentía cansada, decidió terminar aquella jornada infernal con una nota alegre: una visita a su papá.

            Pedaleó hasta llegar al final de la calle, rodeada por un sinnúmero de casas blancas iguales, hasta llegar a la única de color rosa mexicano, con banderas de los últimos tres campeones mundiales de fútbol, un símbolo hippie de amor y paz y un extraterrestre verde de cartón frente a la cerca dañada: la casa de su padre.

            Unos minutos después, Esti estaba en la cocina de la casa, impregnada del rústico olor a café. Charly, el padre de Estibaliz, preparaba dos tazas.

“Charly” no era su nombre original. Su verdadero nombre era una mezcolanza de nombre de personajes políticos y religiosos que prefería no utilizar, ya que sentía que no embonaban con su personalidad, así que hacía años había optado por gastarse un cuarto de sus ahorros para la jubilación a fin de poderse cambiar el nombre legalmente.

-Me encontré a tu mamá en el supermercado- dijo Charly, mientras le pasaba el azúcar a Estibaliz-. Me dijo que tienes nuevo trabajo.

-Sí, trabajo en Electryone, empecé esta semana- respondió Estibaliz, dándole un sorbo a su taza.

- Son excelentes noticias- el entusiasmo de Charly chocó con una pared gélida- ¿O no?

-El ambiente es difícil, papá.

-Pero, si recién iniciaste- inquirió Charly- ¿Hiciste algo malo?

-Le dañé el celular a un hombre que me había arrojado agua en la calle…

-¡Esa es mi hija!- dijo Charly con orgullo.

-…el hombre resultó ser mi jefe.

-Esa también es mi hija- respondió Charly con resignación- . Te veo triste ¿Has pensado en renunciar?

-No, no, claro que no, mamá se infartaría.

-Pero el trabajo no te hace feliz.

-Lo sé, papá, pero me paga las cuentas. Y está bien- respondió Estibaliz-. Mamá cree que soy una irresponsable por saltar de un trabajo a otro. No puedo hacerle esto de nuevo.

-Ay, Silvia- dijo Charly, recordando el ceño fruncido de su exesposa-. Mira, hija, los años se van en un pestañeo: no aspires a lo común, aspira a lo emocionante, a lo que toma tu corazón en el puño, lo saca de tu pecho y lo lleva hasta el firmamento.

-Eso suena a sacrificio azteca.




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