Antípodas: corazones contrarios

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 8

 

            Richie se hundió en una laguna temporal que desafiaba las leyes del tiempo y el espacio, porque cinco segundos dormitando frente al garrafón de la oficina le parecieron una hora de sueño. Consiguió despertar antes de que la gravedad atrajera todo su cuerpo, aun así, movió el garrafón lo suficiente para tirar los vasos de plástico al suelo.

-Oye, amigo ¿estás bien?- dijo Dylan, mientras lo sostenía en el trayecto directo a la vieja alfombra.

-Sí, sí, lo siento- Richie se agachó a recoger su desastre-. He dormido poco estos días.

-Se nota ¿estás con trabajo extra?- prosiguió Dylan-. Vi que sales temprano por las tardes.

-Sí- respondió Richie-. Es por un pasatiempo nuevo que tengo.

-¿Y no te reclaman los jefes?- inquirió Dylan-. Yo salgo media hora, y pareciera que desato el infierno.

-Recupero las horas los sábados y domingos.

-Ah, ya veo- contestó Dylan- Oye ¿qué pasatiempo estás haciendo?

-Aaaaah…

            La falta de sueño lo volvía menos alerta. Claro estaba que no debía revelar que se había pasado las últimas noches entregando pizzas en un lugar que no conocía del todo, mucho menos que lo hacía bajo un seudónimo, fabricado con rapidez para no despertar sospechas. En la bolsilla del pantalón de vestir ahora llevaba el pin del restaurante: “ARCHIE”, era su nombre cuando se volvía justiciero del queso, llevando pizzas por las noches a toda la ciudad. Se decía a sí mismo que lo hacía como una pequeña aventura, pero, cuando las juntas se tornaban largas y fastidiosas, tocaba el pin y dejaba que su mente flotara.

-¿Qué pasatiempo tienes, amigo?- repitió Dylan.

            En eso, se fijó en la pulsera de crochet que Estibaliz llevaba.

-Tejido. Me gusta el tejido de gancho.

-¿De verdad?- la sola mención hizo que Estibaliz se girara en la silla, creyendo que había encontrado un aliado en aquella tierra de telas sintéticas-. Tengo varios diseños en el celular ¡muéstrame los tuyos!

            Antes de que Richie sudara la primera gota de nerviosismo, Biel tocó la ventana de su oficina con los nudillos.

-¡Estibaliz! ¡No tiene permiso de distraerse!- vociferó detrás del vidrio.

            Estibaliz se dibujó un cierre invisible en los labios, gesto que no le pareció gracioso a Biel. Avergonzada, se dedicó a seguir tecleando.

-Entonces, Richie ¿ahora te dedicas a tejer?- dijo Dylan.

-Así es- respondió Richie-. Lo hago por las noches.

-Quizá deberías dedicarle menos tiempos-dijo Dylan-. Se te están haciendo unos pozos azules debajo de los ojos. Ten cuidado, amigo.

            Richie mintió con una sonrisa:

-Sí, claro, voy a dormir más temprano.

            Richie entró a la oficina, donde ajustó su alarma varias veces para recuperar el sueño en lapsos de cinco minutos. Fuera de ahí, dedicó el resto de la jornada a introducir datos en tablas de Excel, mientras las líneas de las pantallas se curvaban en su imaginación, dando lugar al rostro casi élfico de Susana.

 

-No sé, lo veo extraño- dijo Dylan, una vez que Richie se metió a su oficina.

            Estibaliz se inclinó para responder algo, pero no había ni siquiera aspirado aire para hablar, cuando los nudillos de Biel volvieron a estrellarse contra el vidrio de la oficina.

-¡Estibaliz, no tiene permiso de descansar!

            Estibaliz esbozó una sonrisa derrotada, se giró en la silla y continuó su trabajo.

-Regañan mucho a la nena ¿eh?- dijo una tercera voz.

            Estibaliz sintió que el estómago le daba un brinco. Era una sensación de pesadez que nada tenía que ver con la manera como entre sus venas amanecían flores en cuanto veía a Dylan.

La persona que había hablado era Jiménez, un empleado nuevo, de flamante auto y zapatos de diseñador, que no le gustaba sacar copias por sí mismo ni mostrar un mínimo de profesionalismo en el trabajo. Claramente, alguien le había abierto las puertas en aquella empresa, porque por sus propios medios sería incapaz hasta de comprar leche.

-“¿Nena?”- respondió Dylan, tensando su cuerpo entero- ¿Te refieres a mí? Porque en este pasillo no hay ninguna otra persona a quien tú puedas llamar “nena”.

-Wow, wow, calma, chico, creo que toqué una fibra sensible- respondió Jiménez, buscando la mirada de Estibaliz, mientras ella se hacía la olvidadiza frente al monitor-. Estibaliz y yo nos llevamos así ¿cierto, bebé?

            El teclado de Estibaliz sonó con más fuerza, mientras la chica descargaba su tensión con la computadora, la tensión que sentían todas las empleadas de menor jerarquía con Jiménez.

-Creo que te estás equivocando de persona- la voz de Dylan ahora sonaba diferente: autoritaria e inflexible. Parecía hasta que iba a rugir de pronto-. La mujer que ves frente a ti tiene un nombre: Estibaliz. Y la próxima vez que quieras llamarla de otra manera, avísame- Dylan dio un paso al frente, clavando su mirada en Jiménez- ¿de acuerdo, “nena”?

            Jiménez no retrocedió. Era casi tan alto como Dylan, lo que le daba un aspecto intimidante; en su mirada había nubes de un espíritu cruel y abusivo.

-Tú no sabes quién soy- dijo Jiménez- ¿verdad?

-Te enviaré un correo cuando eso me interese- respondió Dylan.

            Estibaliz miró hacia la oficina de Biel. Ahora era cuando se necesitaban sus nudillos de acero, golpeando la ventana ante la más mínima provocación. Pero Biel estaba sumergido en hojas con registros, y no detectó la tensión que se construía afuera de su oficina.

            Jiménez abrió los labios, como boca de serpiente, pero retrajo las palabras ante la pared que era Dylan. Sonrió, como sonríen los cobardes, y se dio la media vuelta. Al minuto que tomó el ascensor, la atmósfera entera se volvió más ligera.




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