Tenía la sensación de haber cerrado y abierto los ojos con unos minutos de diferencia. Sentía los ojos hinchados, la cabeza le daba golpes por dentro, y su cuerpo no respondía con rapidez a las órdenes de su mente.
La oscuridad aún tenía partes de la mañana, pero Biel tenía que alistarse y salir al trabajo. Revisó que sus notas estuvieran correctas, sabiendo que Estibaliz de seguro iba a olvidarlas; la presentación también, porque su asistente terminaba haciendo las cosas 30 segundos antes, y como tal, siempre parecían más un show armado con prisas que una presentación de verdad; se lamentó de no haber alcanzado a tomar café en casa, porque odiaba el que preparaba Estibaliz. Ella podía tomarse 30 minutos revisándose la mugre de las uñas, pero no 5 minutos leyendo instrucciones de cómo le gustaba el café.
El celular le pitó todo el trayecto al trabajo. Tenía más cosas por hacer que segundos, e incluso si no tuviera que comer y dormir, el tiempo seguiría siendo insuficiente.
Ni siquiera le sorprendía la ausencia de Estibaliz en su escritorio. Miró por entre las persianas, y la vio cerca, pedaleando a toda velocidad para llegar 15 minutos tarde en lugar de 20. Seguramente iba a sentirse orgullosa de ser irresponsable, pero no tan irresponsable.
Le llamaron por teléfono. El proyecto tenía que detenerse de nuevo. Biel había cometido un error en el número de serie de un documento. Se tragó el regaño en silencio. Trató de recordar por qué había errado, si él siempre revisaba las cosas una, dos, tres veces.
Pero eso era, pensó, cuando tenía una asistente que hacía todo lo demás por él. Que le quitaba todas las nimiedades de encima. Que le hacía el café tal cual le gustaba.
¿Por qué, si su trabajo era de por sí complicado, tenía que sumarle a eso la carga de una asistente inepta? Suficiente era su trabajo, como para cargar con el de Estibaliz también. Si iba a convertirse en un mártir, por lo menos sería un mártir cargado de buena cafeína.
-Buenos días, jefe ¿cómo…?- intentó decir Estibaliz cuando llegó a su escritorio.
Biel no la miró. Salió con tanta fuerza que golpeó a Román en el hombro, y ni siquiera se disculpó.
Estibaliz siguió en su trabajo. Unos minutos después, sonó el teléfono de la oficina.
-Biel no está, acaba de salir de su oficina- dijo Estibaliz- ¿Unos documentos? ¿con la gerente Dina? Claro, yo puedo ir por ellos.
Estibaliz salió rápidamente del edificio, segura que, por una vez en la vida, podía lograr que Biel la mirara con un sentimiento más elevado que la frustración.
Estibaliz supo, en cuanto cruzó la puerta, que algo malo estaba a punto de pasar. Y no fue la presencia de aquellos que habían llegado antes a la escena; era solo una sensación vaga, una ráfaga de viento delator, el sentimiento de que debía haber dejado atrás la ilusión de que podía mejorar las cosas milagrosamente por haber acertado una sola vez.
Tocó a la puerta de Dina, la gerente de operaciones y la única por encima de Biel. Su oficina era distinta: amplia, bien iluminada, y con un suave olor a jazmín. Ahí no había manchas de humedad, ni calores sofocantes.
Casi sin mirarla, Dina le indicó con la mano que pasara. Era una mujer menuda en sus 50’s, de cabello corto asimétrico, facciones delicadas y sobrio traje negro.
La manija de una taza de té estaba ligeramente desnivelada con respecto a una raya decorativa del platito bajo la taza; Dina alzó la mirada, fría y directa, y con un roce de su dedo movió la taza, para que todo en su escritorio estuviera perfectamente alineado.
-Entra y espera a un lado- le ordenó Dina a Estibaliz-. Tengo que firmar los papeles antes. Biel, continúa por favor.
Solo entonces Estibaliz se percató de la presencia de Biel, sentado en una silla junto a la puerta. Biel se revolvió en su silla. Cruzó las piernas, y se frotó el labio con incomodidad.
-Voy a esperar a que termines, Dina- dijo Biel.
-Soy una mujer ocupada- respondió Dina, sin levantar la pluma del papel-. Lo que me tengas que decir, dilo ya. Sonabas bastante desesperado cuando te quejaste de tu asistente esta mañana ¿cómo la llamaste? La peor contratación de la compañía.
Estibaliz permaneció de pie junto a la puerta. Un frío le recorrió el cuerpo, desde los dedos de los pies hasta las orejas. Quería salir huyendo, y la imposibilidad de hacerlo la hundía aún más en su desagradable sensación.
-Dina, preferiría…
-Te hice un espacio en la agenda- Dina dejó caer los papeles sobre el escritorio-. Dime ahora, o no volveré a recibirte ni aunque tu edificio esté en llamas.
Biel miró a Estibaliz, y por un momento, hubo compasión en su gesto. Pero esta candidez se desvaneció, dando paso a una determinación fría.
-Mi asistente es pésima en su trabajo- comenzó Biel-. Nunca había lidiado con alguien tan ineficaz, tan lenta y ensimismada en sus propias fantasías durante la jornada laboral.
“Es inmadura, y carece de las cualidades básicas de una persona adulta para su trabajo. Su trabajo no tiene un solo atributo que yo pueda admirar. Representa una carga en mi oficina, y no puedo someter a mi equipo a su falta de habilidades para un trabajo que claramente la sobrepasa.
“La asistente que te menciono se llama Estibaliz, y está aquí, de pie frente a nosotros. Estibaliz, hubiera querido ahorrarle este bochornoso encuentro, pero creo que al final del día uno tiene que enfrentar sus palabras, y por eso, no niego que he dicho esto y cosas peores sobre su desempeño. No tengo un afán punitivo ni tengo queja alguna sobre su persona fuera del trabajo. Pero, vine a insistir en su despido, por el bien de la compañía.
Solo entonces Dina alzó la ceja, perfectamente maquillada.