Una centella minúscula, detonante de mis más desordenados impulsos,
compañera de mis pesadillas y mi verdugo.
Me desprende de la realidad, emprendiendo un sórdido viaje,
espectando a aquel que ya no es,
mientras que la amargura de su tortura me devuelve al que si es.
Soñando despierto y atándome a sus cadenas deja mi ser,
mientras se opacan todos mis sentidos.
Y se esfuma logrando su hazaña.
Ausente de decisiones y sin saber si sólo fui a su Matrix;
viene por todo, un centenar de cadenas invaden a aquel que es y no es.
No se apiada, me ha apresado y no hay oportunidad.
Explosiones brutales en mi cabeza y la más vil de las palizas que me acaba de propiciar,
su violenta tortura me abandona en alguna dimensión de morbilidad y de la cual no quiero regresar.
Voces del pasado y presente me enloquecen,
rayos destrozando sin misericordia alguna mis pensamientos y mis memorias.
Una brutal reacción quebranta a los espectadores de mi alrededor;
confusión circundante entre mis demonios y la humanidad.
Hasta que la centella ya no destella y ya no asfixia mi mirar.
Y creo que esa sí es mi realidad. De la cual no quiero despertar...
En dicha realidad no soy un miserable y con la que me siento un hombre normal.
Mis instintos de humano me instigan a regresar,
una tormenta de pensamientos, sentimientos y recuerdos desordenados empiezan a llegar.
Mis ojos alumbran de repente y una serie de estímulos innumerables hacen mis lágrimas rodar.
La miseria de vivir en mi vuelve a entrar, perversa existencia, cuya esencia me prohíbe encajar,
un singular respirar activa el dolor en todo mi cuerpo y la cefalea moral conectada con mi mandíbula.
Un agujero negro en mi viaje mental, cuya vida despreciable ya no quiero aceptar.
Maldita epilepsia inmortal.
Fabricio Pérez
Editado: 16.12.2022