Antología de Verlomare: Volumen I

Amanecer

Bosque de Valwitz, Región de Bratellmar

 

Un silencio leve, pero solemne inundaba por completo el ambiente, sumiendo a la mayoría del bosque en una armoniosa y casi imperturbable quietud. Allá en lo alto, la oscuridad de la noche se revolvía y devoraba el vasto cielo estrellado de forma voraz, ocultando en gran parte a la luna que brillaba con una luz pálida entre las nubes grises que se arremolinaban unas con otras, creando un manto que se extendía hasta los confines del firmamento por sobre el horizonte.

Aquella había sido una noche tranquila pues los feroces vientos y las lluvias un tanto desmedidas características de la región de Bratellmar, habían cesado ya hace un par de semanas para darle la bienvenida a la primavera, la cual había arribado para reemplazar la crudeza y hostilidad del invierno por una ligera brisa silbante que danzaba entre los árboles con calma y sin prisa, siendo acompañada del tenue ululeo de los búhos que yacían reposando ocultos en las copas frondosas que se alzaban por doquier sobre el aire. De vez en cuando, se les unían de manera repentina los ruidos de algunos animales pequeños que correteaban a través de los arbustos, troncos caídos y una que otra roca musgosa en busca de algo para saciar el apetito o quizás sólo para dar un paseo nocturno bajo los destellos de luz lunar que se colaban por entre las ramas.

Sin embargo, aquella paz que reinaba en silencio se vio interrumpida de golpe por la repentina aparición de una extraña figura que se asomó de pronto de entre un par de matorrales a lo lejos, moviéndose a través del alboroto de hojas agitadas, ramitas pisoteadas y un diminuto tintineo que hacía eco con cada paso que daba, alertando de su presencia a todas las criaturillas que se encontraban cerca de ahí, haciendo que algunas salieran huyendo despavoridas a toda prisa con la intención de alejarse lo más rápido posible de aquel lugar mientras que otras optaban por buscar un refugio seguro para poder observar con detenimiento a la desconocida silueta desde una distancia segura, ocultas detrás de varias plantas de tamaño moderado o camufladas entre las sombras que les brindaban los recovecos y agujeros cercanos.

La misteriosa aparición, a la cual la seguía de cerca un ligero resplandor que se agitaba de manera continua su lado, iba avanzando lentamente a través del follaje con la intención de dirigirse hacia el viejo sendero de tierra que atravesaba todo el Bosque de Valwitz de un extremo al otro, una antigua ruta que los habitantes de los pueblos y aldeas aledañas de la zona habían hecho hace bastantes años atrás para poder transitar de manera más fácil, segura y rápida por aquel extenso lugar atiborrado de enormes árboles y malezas variadas, un camino que solía ser muy concurrido durante el día y por el cual pasaban los campesinos que iban hacia las ciudades para vender los frutos de sus cosechas y el ganado que habían criado con tanto esfuerzo, además de viajeros que se embarcaban en nuevas travesías para conocer lugares nuevos o revisitar otros parajes. También se podía ver pasar a varios aventureros listos para dirigirse a completar los encargos que habían aceptado en los gremios y algún que otro guardia de paso que hubiera sido asignado a esa zona para patrullar el área y garantizar la seguridad de los transeúntes menos aptos para la batalla en caso de cualquier imprevisto, ya fueran bandidos, ladrones o alguna criatura agresiva. Incluso se veían ir a toda marcha varias carretas, carruajes y caravanas de todo tipo que iban de un sitio a otro llevando pasajeros, cargando con mercancías valiosas, bienes exóticos, cartas destinadas a otras ciudades y, en algunos casos más llamativos, prisioneros y criminales de poca monta que eran llevados a juicio o a una prisión a cumplir con su sentencia ya dictada por la justicia.

La extraña silueta fue bañada de súbito por la débil luz de la luna al salir de la frondosa vegetación y las sombras que la envolvían, revelando a un joven de estatura moderada y mediana edad que llevaba encima una capa de tono negro acompañada de una capucha que cubría la gran mayoría su cuerpo y parte de su rostro. Las suelas de las botas de cuero oscuro que calzaba yacían bastante sucias y cubiertas de lodo, mientras que en la parte superior tenían algunas pequeñas hojas que se habían pegado a él al atravesar el frondoso bosque, las cuales se sacudían y movían un poco al son de un ruido mojado y húmedo que resonaba con cada nuevo paso que daba. Una vieja espada de acero con una peculiar cruz en forma de estrella hueca reposaba envainada en su cinturón, sacudiéndose de manera leve con el movimiento de su cuerpo y produciendo un ligero sonido férreo al chocar en contra de las partes metálicas de los pequeños compartimientos de su cinturón, en los cuales llevaba algunos frascos diminutos, una navaja y otros objetos útiles para él.

Su andar era constante y sin demora, pero también un poco tosco por culpa del terreno deforme, de los troncos de los árboles y del gran cansancio que invadía la mayor parte de su ser a causa del largo y agotador viaje a pie que había emprendido hace no mucho hasta Laefrim, una ciudad que quedaba yendo hacia el suroeste de la región, siendo la más alejada de Strallvath, su hogar.

A fin de cuentas, una de las cosas que más caracterizaba a los aventureros, si es que no la más llamativa de todas, era el hecho de tener que recorrer enormes distancias y realizar grandes trayectos de un extremo del continente al otro para poder cumplir con éxito los trabajos y encargos que aceptaban para ganarse la vida y en algunos casos hasta algo de fama, sin importar a dónde tuvieran que ir para lograrlo… Siempre y cuando la recompensa ofrecida cómo pago fuera lo bastante jugosa y tentadora cómo para justificar todo el esfuerzo en primer lugar, claro está.

Llevaba el brazo izquierdo alzado a la altura de su cabeza, haciendo uso de la pequeña llama que bailaba y se agitaba al ritmo del viento sobre la palma de su mano para iluminar el camino que se extendía frente a él a modo de una antorcha improvisada que chispeaba un poco entre sus dedos. A ratos desviaba la mirada del sendero en cual por fin se hallaba para contemplar en silencio la flama que sostenía y que alumbraba gran parte de su mano, observando cómo ésta se tambaleaba un poco con la brisa que pasaba a ratos por aquel lugar, haciendo que desprendiera algunas pavesas muy diminutas que se consumían rápidamente en el aire en una mera fracción de segundo, rememorando la ocasión en la que ese anciano de Allberdam le había enseñado a realizar aquel sencillo truco hace un par de años atrás. Si bien aquello no era tan algo tan espectacular e increíble que pudiera compararse con las enormes bolas de fuego rugiente o con los feroces torrentes de llamas que los magos más hábiles de Marlethia podían conjurar, le era más que suficiente para poder viajar de noche o por lugares oscuros sin problema alguno, hecho que le ahorraba la molestia de tener que estar cargando casi todo el tiempo con una antorcha o con un farol para poder lidiar con situaciones algo molestas. Además, siempre podía arrojar esa pequeña flama bailarina a la cara de cualquier cosa que apareciera de la nada para hacerle daño.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.