Antología de Verlomare: Volumen I

Redada

Bosque de Regall, Región de Bratellmar

 

  • ¡Por favor, se lo ruego! - Le sollozaba la mujer entre gritos y forcejeos a aquel hombre de aspecto viejo, tratando de liberarse del agarre de los otros dos sujetos que la tenían reducida y sin dejarle otra opción más que implorarle que se alejaran de la pequeña niña que permanecía quieta y asustada en un rincón de aquella humilde cabaña - ¡Mi hija no tiene nada que ver con esto, ella es inocente!
  • Lo siento mucho - Le replicó el hombre con un tono áspero - Pero ahora mismo no hay nada que asegure que ella no sea también una bruja o que esté manchada por esos despreciables poderes siniestros - Volteó para dirigir una mirada fría y directa hacia la mujer - Quizás debiste de pensar bien las cosas cuando decidiste unirte a ese sucio aquelarre en Beradis - Terminó de decir de forma algo sarcástica y burlesca, posando de nuevo su mirada sobre la niña que se encontraba encogida en aquella esquina mientras se acercaba de a poco a hacia ella, desenvainando de su cinturón de cuero un largo bastón de madera de color opaco y negruzco el cual tenía una brillante gema azulada incrustada en su pomo de acero, de la cual emanaba un ligero brillo muy tenue para la vista.

Los otros dos hombres que se encontraban ahí procedieron a sujetar a la joven con mucha más fuerza hasta dejarla de rodillas sobre el suelo, cubriendo sin querer parte de su espalda con esas holgadas capas de tela de tonalidad azul oscura que eran bastante características del uniforme de los miembros de los Cazadores, un organización originaria de la ciudad subterránea de Guillbrand que se dedicaba a la persecución, caza y juicio de brujas, hechiceros, nigromantes y otros practicantes de magia negra en toda la región oeste. La chica los maldecía una y otra vez en su mente, llamándolos con todos los apodos vulgares y despectivos que conocía, despreciándolos a ellos y a sus trucos sucios con los cuales la habían incapacitado hace tan sólo un rato. Aquellos desgraciados se habían encargado de bloquear de forma temporal el uso de cualquier tipo de magia dentro de una pequeña área alrededor de la cabaña antes de hacer acto de presencia en su hogar, facilitándoles las cosas pues sólo tuvieron que entrar por la puerta cómo sin nada y apresarla ahí mismo en dónde estaba sin darle siquiera algo de tiempo para reaccionar. No en vano, los Cazadores de Guillbrand y los trucos que tenían bajo la manga eran muy temidos incluso por los más hábiles magos del Colegio de Marlethia, y eso que ellos no rompían las “leyes” impuestas por el Dominio Real y la Santa Iglesia.

  • Así que resulta que tu querida mami es en realidad una bruja - Comenzó a decir aquel hombre al estar ya al lado de la niña, sacando a la madre de sus desesperadas divagaciones y pensamientos - Debió de ser una gran sorpresa para ti, ¿No es así?

La pequeña alzó un poco la vista debido a la enorme estatura de la persona que se alzaba frente a ella, notando rápidamente una gran y terrible cicatriz que cubría todo su ojo derecho, el cual poseía una pupila e iris de un color blanco muy apagado, contrastando con la coloración marrón del otro y con su cabello negro, siendo una señal más que suficiente de que no podía ver con él. Aquello, junto con su semblante serio y frío, le daba un aspecto aterrador que hizo que el temor la invadiera todavía más. Trató de decir algo, pero las palabras no lograban salir de su boca por más que lo intentara y sólo lograba balbucear sonidos inentendibles incluso para ella pues su mente estaba presa del pánico y del terror que recorrían todo su cuerpo en ese momento, congelándola ahí mismo en donde estaba. El hombre la contempló por un instante, esperando alguna respuesta.

  • Entonces, dime algo - Exclamó después de dejar escapar un ligero suspiro - ¿Por qué guardaste silencio sobre algo tan grave todo este tiempo? Hay algunos guardias reales apostados en un pueblo no muy lejos de aquí, ¿Lo sabías? - Le preguntó de manera un tanto lúgubre a la par que se agachaba para intentar ponerse a su misma altura, poniendo la punta de su bastón de golpe en contra del suelo frente a la pequeña, haciendo que diera un repentino salto de sorpresa y que su mirada se tornaran cristalina por el llanto que comenzaba a brotar de sus ojos de forma involuntaria debido al miedo que sentía.

Unas cuantas lágrimas se le escaparon, cayendo lentamente por su rostro y recorriendo su mejilla. Miró a su madre que permanecía inmovilizada en el otro extremo de la cabaña, ahora con las manos atadas con un par de grilletes de aspecto grande y pesado. La vio levantar un poco la mirada, no tanto como para llamar la atención de sus captores, pero sí lo suficiente como para que ella pudiera verla asentir con una leve expresión de resignación acompañada de una sonrisa melancólica y triste, sin poder evitar que algunas lágrimas diminutas se deslizaran por su cara hasta caer al suelo. Aquella era la primera vez que había visto a su madre llorar en toda su vida.

  • E-Ella… - Trató de decir. Su corazón se agitaba rápidamente, tratando de contener el impulso de correr directo hacia su madre para poder abrazarla con todas sus fuerzas.
  • Continúa - Le ordenó el hombre, poniendo ambas manos sobre el pomo de su bastón y alejándose unos cuantos pasos de la niña para darle algo de espacio, una acción un tanto difícil de catalogar cómo un genuino gesto amable o un acto sarcástico de su parte.
  • Ella… M-Me dijo que… Que si le decía alguien, me… - Bajó la vista, avergonzada por las palabras que estaban saliendo de sus labios mientras que un nudo grande y apretado se comenzaba a formar en su garganta, dificultándole todavía más el habla mermado ya por el pavor y la pena - Que me… Mataría… - Terminó de decir, conteniendo el llanto.

El tipo la miró por unos segundos, dubitativo. Dirigió la vista hacia la mujer que observaba a su hija con la mirada empapada y llena de tristeza desde el otro lado de la cabaña, avistando cierta chispa diminuta de alegría en sus ojos, cosa de la cual nadie más en aquel momento se había dado cuenta, ni siquiera la pequeña. Todos esos años que llevaba siendo miembro de los Cazadores, habiéndose topado con muchas situaciones similares a ésta durante las redadas, le habían otorgado la preciada capacidad de percatarse de lo que realmente estaba pasando en ese preciso instante. Dejó salir otro corto suspiro y caminó hacia sus compañeros que tenían cautiva a la joven bruja. Se notaba que todos ahí, a excepción de él mismo por supuesto, no eran más que unos novatos que probablemente apenas se habían graduado de la escuela e ingresado a las filas de los Cazadores hace tan sólo un par de días o quizás unas cuantas semanas a lo mucho, ya que ninguno de los dos pudo ver la obvia mentira que había sido dicha hace un momento pues estaban totalmente engatusados por la empatía que sentían, pero que ninguno pensaba siquiera en admitir, por la pobre niña sollozante frente a ellos y su madre a la cual tenían apresada de una manera un tanto “cruel” e “injusta” ante los ojos de los primerizos. Mucho menos podrían haber notado los pequeños restos de pétalos de Verkis que se encontraban desperdigados encima de la mesa y sobre el suelo a tan sólo unos centímetros de sus propios pies. De seguro aquella mujer los utilizaba para elaborar algún brebaje que suprimiera la magia dentro de su hija para poder pasar más desapercibida, después de todo, muchos saben que los niños no saben controlar cosas así. Lo más probable era que cualquier poder mágico que la pequeña tuviera, ya fuera oscuro, elemental o incluso hasta sagrado, haya quedado suprimido por ahora y su cuerpo no daría indicio alguno. Aquel pensamiento fue probado quizás ser correcto al notar que el reloj de bolsillo de Kalabrita que había sacado de su abrigo y acercado a escondidas a la niña no emitía ninguna señal. Se volteó hacia sus camaradas y distinguió de pronto una tenue mirada de culpa de parte de los dos, la cual disiparon inmediatamente de sus rostros al darse cuenta de que su superior los estaba observando a ambos con aquella mirada tan aterradora e inexpresiva que tanto les incomodaba.




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