Antología de Verlomare: Volumen I

Bajo las arenas

Ruinas de Asun’Valirk, Región de Halaketh

 

Avanzaba a un ritmo rápido y desesperado, respirando de forma agitada y algo forzosa con cada nuevo paso que daba. Cuando se topaba con alguna bifurcación, no lo pensaba ni por una fracción de segundo y se adentraba a toda prisa en el túnel que tuviera más cerca esperanzado de que, al salir de uno de ellos, los rayos del sol que tanto anhelaba con cada fibra de su ser le dieran por fin una cálida bienvenida, iluminando su rostro sudoroso y sucio.

Algunos chillidos agudos se escucharon de pronto reverberando en el aire, sacándolo de golpe de sus ilusiones sobre el exterior para indicarle que sus perseguidores aún no habían perdido su rastro y que todavía se encontraban detrás de él, listos para hacerlo pedazos y triturarlo con sus enormes mandíbulas apenas lo tuvieran de frente o mucho peor, llevarlo de vuelta a rastras a ese lugar de pesadilla del cual había conseguido escapar hace un rato por mero milagro y gracia de los Dioses.

Aquel último pensamiento lo llenó de un terror insoportable que le apretó el pecho e hizo que sus piernas temblaran un poco y que su corazón acelerara sus latidos erráticos, hecho que lo motivó a correr aún más rápido a pesar del terrible cansancio y de las heridas que invadían todo su cuerpo.

A su mente vinieron de golpe los rostros de Kalim y Sebaku, sus amigos y compañeros de trabajo con los cuales había pasado varios años en compañía, quienes ahora yacían muertos y a merced de varias bocas pequeñas y hambrientas que se regodeaban con lo que quedaba de sus cuerpos ahora maltrechos y deformados en posiciones imposibles de soportar para cualquier persona viva.

Recordó cómo ambos, para su desgracia, aún estaban con vida cuando los capullos que sobresalían del centro de la cueva en la que los tres estaban cautivos se rompieron de a poco, liberando a una multitud de diminutos seres parecidos a insectos que rápidamente comenzaron a ir hacia ellos, trepando por encima de la sustancia endurecida con la que los tenían pegados a la pared para luego empezar a mordisquear sobre las partes expuestas, arrancando pequeños pedazos de piel y carne con la intención de saciar su apetito voraz aún en contra de los llantos y súplicas que los pobres desafortunados hacían en un intento angustiado, pero inútil, por tratar de razonar con seres que ni siquiera entendían el concepto de misericordia o de piedad.

Los gritos desgarradores que resonaban con fuerza se habían ido apagando conforme pasaban los segundos de aquel grotesco y sangriento festín, hasta que ya no quedaron más que gemidos y gruñidos que carecían de sentido alguno, haciéndole saber que sus amigos ya estaban perdidos bajo una multitud de esas bestias voraces que sólo sabían comer.

Él había logrado liberarse de sus ataduras debido a que la roca detrás de él no era muy firme y se había desmoronado después de todo el forcejeo que había hecho, pero no podía evitar sentirse culpable luego de que sus amigos le hubieran conseguido algo de tiempo en contra de su voluntad al haber tenido la mala suerte de estar más cerca de los capullos al momento de su ruptura.

La vergüenza y la impotencia que le causaban el no haber sido capaz de ayudarlos carcomía sus pensamientos una y otra vez, pidiéndole perdón a sus amigos mientras que sus voces aterrorizadas y agonizantes resonaban cómo un eco sombrío que se negaba a abandonar su cabeza.

Maldijo con todo su ser a aquellos bandidos malnacidos que los habían querido asaltar durante el mediodía, obligándolos a huir a toda prisa hacia la zona cercana a las ruinas de Asun’Valirk en un intento por perderlos, creyendo que esas sabandijas no los seguirían a través de ese lugar por miedo a toparse con algún Narkadiano.

Por supuesto, Kalim, Sebaku y él temían exactamente lo mismo, pero la mejor opción que tenían era jugarse el cuello con esa decisión arriesgada, pues lo único que les quedaba era tentar al destino o ser despojados de todo cuanto llevaban encima, incluyendo su carreta y al viejo Halish que la transportaba, dejándolos ahí abandonados para morir bajo el inclemente calor que siempre asolaba al Desierto de Arakki. Ahí, sin agua ni provisiones y siendo una presa fácil para los fieros depredadores que vagaban hambrientos por las arenas, no durarían ni siquiera medio día, así que se aventuraron hacia los restos de la otrora próspera ciudad confiados en que los bandidos no serían tan idiotas cómo para seguirlos hacia allá y se darían por vencidos, por lo que no tendrían que estar merodeando por ese lugar tan peligroso durante mucho tiempo.

Sin embargo, se dieron cuenta de que habían subestimado la codicia de aquellas ratas sin ningún escrúpulo, porque no se inmutaron ni en lo más mínimo cuando los vieron entrar a las afueras de Asun’Valirk y continuaron siguiéndolos cómo si nada, cada vez más cerca de alcanzarlos mientras galopaban velozmente sobre los lomos de sus Caballos Areniscos cuyas riendas agitaban con fuerza y sin consideración alguna por los pobres animales que ya daban signos de cansancio, gritándoles a todo pulmón para que se detuvieran de inmediato ahora que les daban la oportunidad de rendirse por las buenas, si es que no querían que les rebanaran el cuello de lado a lado para luego dejar sus cuerpos sin vida tirados sobre la arena cuando por fin les pudieran poner las manos encima.

Durante el arduo fragor de la persecución, el viejo Halish se detuvo de improvisto al llegar a un gran arco de piedra un tanto desmoronado y maltratado por el paso del tiempo, acto que pronto imitaron las monturas de los bandidos, mirando hacia todos lados cómo si buscasen algo entre las dunas y las ruinas que adornaban aquel paisaje desolado y olvidado. Kalim pudo notar que los animales estaban muy asustados por algo que había cerca y, tragando saliva con dificultad, se lo hizo saber a sus dos compañeros, quienes trataron de advertirle a los bandidos que algo no estaba bien y que debían de irse de ahí lo antes posible, pues ya estaban temiendo lo peor.

  • Ninguno se irá de aquí hasta que nos entreguen todo lo que llevan, ¿Entendido? - Les espetó uno de los maleantes, sacando a relucir ante los fuertes los rayos del sol una enorme cimitarra de hoja pulida que de inmediato alzó hacia los tres mercaderes.




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