Puerto de Varkoff, Región de Salimdaz
Sus piernas temblorosas dificultaban en gran medida su andar, hecho que en más de una ocasión lo mantuvo al borde de tropezarse en contra de la madera vieja y desgastada que conformaba la gran mayoría del muelle por el cual andaba, haciendo rechinar una y otra vez aquellas tablas maltrechas con sus pasos toscos y apresurados, maldiciendo una y otra vez dentro de su cabeza cada ruido delator que sus pies producían.
El viento salino del puerto golpeaba su rostro de manera suave y gentil, llevando el aroma del mar y de las olas hacia su nariz respingada mientras que sus ojos se movían de un lado a otro dentro de sus cuencas ojerosas, escudriñando cada rincón con nerviosismo en busca de algún guardia que pudiera aparecerse por ahí para detenerlo e interrogarlo al ver su aspecto sospechoso y sus manos delatoras, una idea que provocó que su corazón se acelerara aún más de lo que ya estaba y que casi se echara a correr como un loco.
Sin embargo, el hombre se detuvo en seco cuando un fuerte sonido metálico hizo eco de pronto no muy lejos de él, haciendo que el aire abandonara su pecho por completo al mismo tiempo que su respiración se detenía y un sudor frío le comenzaba a recorrer toda la espalda, quedando paralizado ahí mismo en donde estaba con mil pensamientos paranoicos arremetiendo unos contra otros en su mente.
¡No, por favor! ¡No fue mi culpa, lo juro! - Exclamó de inmediato y sin reparo alguno, posando sus manos tiritantes sobre sus orejas para no escuchar las acusaciones en su contra, encorvándose un poco hacia adelante y agachando la mirada pues la vergüenza le hacía querer evitar todo contacto visual. Por un diminuto instante, pudo sentir como su cuerpo estaba a punto de sucumbir ante todas las emociones nefastas que carcomían su alma en ese momento.
Los breves segundos que pasaron a continuación le parecieron una agobiante eternidad. Sus piernas habían dejado de responderle a causa del miedo repentino que lo invadió, dejándolo congelado y a merced de quien fuera que estuviese cerca de ahí.
Apretó sus manos ensangrentadas sobre la tela enmarañada de sus pantalones en un burdo intento por ocultar la evidencia de su terrible crimen, sabiendo muy bien que aquello no le serviría de mucho si acaso llegaran a atraparlo, pero al menos hacer eso le daba algo de consuelo y tranquilidad a su corazón asolado por la culpa y el arrepentimiento que se arremolinaban en su pecho.
Después de un rato sin que nada ocurriese o se oyera alguna otra cosa, tragó saliva y dejó escapar un jadeo tiritante mientras estiraba el cuello por sobre una enorme caja de cargamento que había por ahí para ver qué había provocado aquel misterioso ruido de antes, procurando estar lo más oculto posible es que tenía la mala fortuna de toparse cara a cara con algún guardia portuario.
Pero ni una sola alma hacía acto de presencia en ese lugar por más que rebuscara a su alrededor.
Extrañado, pero algo aliviado, decidió reanudar su marcha cuando sus pies decidieron volver a obedecerle, diciéndose a sí mismo que el responsable de ese pequeño alboroto debió de haber sido el viento empujando algo fuera de su sitio o quizás una gaviota que trasteaba la mercancía que reposaba silenciosa en el muelle aprovechando la ventaja que le otorgaba el manto sombrío de la noche, el mismo que él utilizaba para escabullirse sin ser visto.
Luego de sortear su camino entre unas cuantas cajas y barriles algo apretujados, llegó finalmente hasta lo que había estado buscando con tanta desesperación: Ahí frente a él yacía un bote para dos personas hecho de una madera bastante opaca que se mecía de manera suave y serena sobre la superficie del agua oscura, oculto casi por completo de la vista de cualquiera que mirara desde el muelle gracias a todas las cosas que estaban apiladas detrás de ellos.
Sobre la modesta embarcación descansaba un par de remos atados entre sí y asegurados a una de las tablas que servían de asiento con una cuerda un tanto desgastada. A su lado, había dos sacos de tela enormes apoyados sobre uno de los extremos del bote, uno repleto de provisiones como agua, comida y ropas para el frío.
Giró un poco el cuello y dio un rápido vistazo hacia el otro saco para comprobar que aún estuviera tal cual lo habían dejado la noche anterior, atiborrado casi hasta arriba de todo el botín que ambos habían logrado acaparar durante su estadía en Varkoff, el cual consistía en su mayoría de collares ostentosos, anillos exquisitos, pendientes elaborados de manera fina y joyas de todo tipo acompañadas de varios Talises de oro, las cosas típicas que solían llevar encima los ricachones que se pavoneaban por el puerto durante todo el día, paseándose como si fueran los amos y dueños de todo el lugar.
Se subió encima del bote y su atención se desvió de pronto de su disgusto por la alta alcurnia hacia un farol de latón que había sido guardado con mucho cuidado entre unos viejos paños de lino el cual de inmediato se apresuró a tomar, encendiendo una pequeña llama en su interior con la ayuda de una pizca del polvo de Ascua de Gerill que llevaba consigo dentro de una bolsita de cuero amarrada a su cinturón. Acto seguido, puso el farol sobre el gancho de una tabla curveada que sobresalía un poco hacia arriba, especialmente puesta para ese único cometido.
Un chapoteo débil, pero muy claro para sus oídos se escuchó detrás de él cerca del lado del bote que daba al mar, hecho que lo interrumpió de golpe de la fastidiosa labor de desarmar el apretado amarre que todavía lo unía al muelle con sus manos nerviosas.
¿Eh? - Balbuceó, dirigiendo la vista hacia sus alrededores.
Aquello hizo que tomara el farol y lo alzara por sobre la borda para para dirigir su luz hacia las oscuras aguas que danzaban sin descanso entre las sombras, esperando que su luz le ayudara a ver lo que había provocado dicho sonido.