Las Tierras Inhóspitas, Región de Azmuldan
Un viento gélido surcaba el aire con una fuerza punzante y feroz, sacudiendo de aquí para allá a la nieve que caía en grandes cantidades sin parar, nublando la visión de todos los integrantes del grupo que trataban de abrirse camino a través de aquel clima hostil y despiadado, sorteando como pudiesen el terreno irregular que los rodeaba y que se extendía por varios kilómetros más.
El inmenso frío que reinaba en el lugar calaba en lo más profundo de sus huesos tiritantes, haciendo que algo tan simple como dar un paso hacia adelante se convirtiera en toda una hazaña.
Después de un pequeño rato que les pareció una terrible eternidad y tras lograr caminar a duras penas unos cuantos metros en una línea no muy recta, la persona que iba al frente consiguió divisar algo por el rabillo del ojo. Se paró con algo de dificultad sobre una roca que sobresalía del manto blanquecino en donde había tenido hundidos sus pies, se dio una media vuelta y comenzó a agitar sus brazos entumecidos para tratar de llamar la atención de sus compañeros, lo cual no tardó mucho en funcionar pues era difícil ignorarlo cuando yacía parado en ese lugar un tanto elevado mientras aleteaba al igual que una gallina tratando de escapar de su corral.
Hizo unas señas para que se detuviesen, pues su voz débil y agotada por el aire gélido que serpenteaba hacia sus pulmones no era rival en ese momento para la ventisca que los envolvía, señalando con sus manos temblorosas hacia la entrada de una cueva que se hallaba no muy lejos de ahí, casi oculta en su totalidad por el manto níveo que amenazaba con cubrirlo todo, incluido a ellos.
El resto del grupo no se lo pensó ni dos veces y, haciendo uso de las últimas energías que todavía les quedaban, se dirigieron a toda prisa hacia ese nuevo hallazgo dando enormes zancadas sobre la nieve que quería engullir sus piernas, ignorando por completo el terrible cansancio que los aquejaba y la posibilidad de toparse con una de las tantas bestias que rondaban por esos lares, pues todo lo demás palidecía ante la radiante promesa de un sitio en el cual poder descansar de aquella marcha infernal y resguardarse del clima crudo e implacable que asolaba sin descanso a las Tierras inhóspitas, la zona que se hallaba más al norte de toda la región de Azmuldan.
Después de revisar los alrededores del área y de asegurarse de que ellos eran las únicas pobres almas en ese lugar oscuro y silencioso, se despojaron de su equipaje y se dispusieron a encender una fogata en medio de la cueva con la esperanza de poder brindar algo de calor a sus cuerpos maltratados que rogaban por un poco de descanso.
Una vez que el fuego ya estuvo ardiendo y chispeando mientras consumía de a poco los últimos trozos de madera seca que les quedaban, los cinco hombres se dejaron caer como un saco de trigo sobre las pieles de carnero que habían puesto sobre el rocoso suelo helado, admirando con mucho anhelo las llamas brillantes que bailaban para ellos al son de la ligera brisa gélida que lograba colarse en el interior, la cual no se apiadaba en darles ni un breve respiro de su presencia.
Algunos sacaron de sus morrales unos cuantos pedazos de pan y de carne seca que comenzaron a devorar de forma rápida y desesperada para saciar el hambre que los había aquejado durante su larga caminata, ignorando a sus cerebros que les advertían una y otra vez de que debían de tener cuidado en racionar las pocas provisiones que les iban quedando para más adelante.
Éste último, a pesar de las enormes ganas que tenía de ir hasta a él para hacerlo callar con sus propias manos, simplemente se limitó a juzgarlo desde lejos pues a sus pies ya no les quedaban fuerzas para gastar en levantarse e ir a encararlo frente a frente como había hecho en ocasiones anteriores.
El tipo quejumbroso lo miró sonriente por unos segundos y luego le hizo un gesto de burla desafiante, a sabiendas de que el mismo cansancio atroz que invadía su cuerpo de arriba abajo era lo que impedía que el tonto de Roland fuera a reclamarle en persona, por lo que podía aprovecharse de la situación para dar rienda suelta a su lengua viperina y decir todo lo que pasara por su cabeza sin miedo alguno a una represalia por parte de su superior.
Los demás miembros del grupo los observaban en completo silencio, masticando trozos de la carne salada y atentos a cualquier comentario que hiciera de chispa para encender de nuevo la llama del conflicto entre esos dos, cosa que los llevaría a otra de sus típicas discusiones acaloradas y sin sentido.
Si bien Roland y Kregan se llevaban tan bien como el agua y el aceite, no se podía negar que verlos pelear era un espectáculo un tanto interesante de contemplar. Por lo menos, aquello era mucho mejor que estar allá afuera con el rostro congelándose mientras se quedaban viendo como la nieve caía desde el cielo sobre sus cabezas para cubrir todo a su alrededor por enésima vez.