Antología de Verlomare: Volumen I

Quienes vagan bajo el ardiente sol

Desierto de Sharul, Región de Halaketh

 

Tazen miraba cómo la bestia forcejeaba utilizando todas sus fuerzas, dando zarpazos violentos en el aire y sacudiendo su enorme lomo de un lado a otro mientras propinaba latigazos con su cola adornada con varias púas de hueso duro y afilado, dando terribles y devastadores golpes llenos de furia y brutalidad, los cuales ya habían cobrado la vida de algunos de sus compañeros, cuyos cuerpos azotados, maltrechos y sin ningún atisbo de vida yacían ahora tirados sobre la arena.

Aquella vista lúgubre de sus camaradas caídos ahondaba un dolor terrible dentro de su corazón, pues para él, siempre era doloroso cuando perdían a alguien durante las cacerías, aun cuando no se conocieran tanto. Pero por más que eso lo afligiera, las ceremonias fúnebres y los respetos hacia los difuntos debían de esperar para después ya que, de lo contrario, todo el esfuerzo, incluyendo sus sacrificios, terminarían siendo en vano y sin sentido.

Sin duda alguna, aquel era uno de los Rompedunas más feroces con los que se habían encontrado hasta el momento, pero a pesar de su tremenda agresividad y cólera, seguía sin poder arrebatarle la corona uno enorme que se habían topado hace un par de años cerca de las Lanzas de Piedra. Ese bastardo había estado dando una dura pelea durante toda la tarde hasta que el sol se había ocultado, momento cuando finalmente cayó muerto, pero no sin antes acabar con casi la mitad del grupo de caza de aquel entonces. Recordar ese momento siempre le provocaba un escalofrío que le subía por toda la espalda, como si se tratase de una serpiente gélida que reptaba ondulante por su piel.

La criatura alzó la cabeza, abrió sus grandes fauces y dejó escapar un alarido feroz que casi deja sordo a todos quienes se encontraban más cerca de ella, tratando de intimidar y alejar a las personas que la rodeaban al darse cuenta de que la fuerza bruta y los golpes no le bastaban para quitarse a sus atacantes de encima.

Algunos, siendo en su mayoría los más jóvenes, retrocedieron un par de pasos y se quedaron ahí quietos y con una expresión de duda reflejada en sus rostros, pero los más viejos y veteranos se acercaron pronto hacia ellos para poner sus manos en sus espaldas y empujarlos hacia adelante, recordándoles el deber que tenían que cumplir si es que acaso deseaban ganarse el pago de ese día, además de la vergüenza que sufrirían si dejaban que los mayores se encargaran de todo sólo porque ellos se habían asustado un poco de nuevo.

Aquello fue inspiración suficiente para Ruka, uno de los novatos que se había unido a su grupo de caza hace sólo un par de meses y también un muy buen amigo de Tazen desde hace ya varios años, quien tomó una lanza que había en el suelo perteneciente a una de las victimas que había caído muerta y cargó hacia el frente mientras gritaba a todo pulmón, acallando su miedo con las ganas de demostrarle a todos lo que valía y por la adrenalina del momento que recorría sus venas como un veneno intoxicante que lo impulsaba a desafiar a la bestia feroz que tenía delante, la cual se retorcía de un lado a otro y se mostraba furiosa y peligrosa, pero que también daba ya algunas señales obvias de cansancio. Ambos bandos estaban bastante cansados, solo era cuestión de tiempo antes de que uno se rindiera ante el otro.

Ante la mirada atónita de sus compañeros, el muchacho arremetió con todo, logrando atravesar la piel escamosa y clavar la punta afilada de su arma en el cuello del enorme animal, quien respondió de inmediato con un grito desgarrador ante el terrible dolor que ahora lo afligía y lo debilitaba.

Viendo que su ataque había sido todo un éxito, Ruka sujetó la lanza con sus manos sudorosas y utilizó toda su energía para empujar el filo hacia el interior, penetrando lo más que pudiera en la carne de la bestia, haciendo que surgiera abundante sangre de la herida que le había provocado y que ésta cayera al suelo a salpicones, tiñendo las arenas doradas bajo sus pies de un carmesí brillante y vívido.

Los demás celebraron las acciones del muchacho vociferando con gritos de alegría y emoción, tomando también sus armas y lanzándose hacia la criatura para apuñalarla en sus patas y en su torso, limitando aun más sus movimientos e hiriéndola de gravedad en varias partes de su cuerpo.

Tras unos cuantos ataques más, la bestia no pudo seguir manteniéndose de pie y perdió el equilibrio, desplomándose de golpe. La caída levantó una nube de polvo que envolvió los alrededores durante unos breves segundos para después desaparecer ante el viento árido que resoplaba por ahí.

Cuando el velo polvoriento terminó de disiparse, los presentes fueron recibidos por la imagen de la bestia que por fin yacía abatida y derrotada, hecho que festejaron alzando sus armas al aire, acción que fue seguida por varios bramidos jubilosos y gestos de victoria que se unían en un coro un tanto desigual y descoordinado. A pesar de todo, al final estaban felices por la captura exitosa de su presa y por ver que todo su esfuerzo había valido la pena, hecho que marcaba el final de su tortuosa lucha por sobrevivir en el inhóspito Desierto de Sharul. Al menos, por unos cuantos días más.

El grupo acalló los festejos y se apresuró a tomar las herramientas necesarias para lo que venía a continuación, puesto que, si bien la parte más difícil ya había acabado a costa de sudor, lágrimas y las vidas de algunos de sus compañeros, aún quedaba pendiente la tarea de rajar, cortar, seccionar y extraer la carne, la piel, los colmillos, las garras, los huesos y las demás cosas que tuvieran algo de valor y que pudieran venderse en el mercado o utilizar ellos mismos para sus herramientas y armas.




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