Isla de Parluan, Región de Salimdaz
El sonido de las olas chocando de forma suave contra la playa resonaba por todo el lugar como una melodía armoniosa que llegaba a los oídos de la joven, calando en lo más profundo de su ser y alegrando en gran medida su corazón mientras llenaba su interior de una paz inmensa, hecho que la relajaba como nada más en el mundo lograba hacer. Dar un paseo por la playa apenas salía el sol era uno de esos placeres simples, pero hermosos de la vida que más amaba disfrutar sin importar la ocasión, un pequeño panorama que junto con el sonido de la lluvia y el brillo de las estrellas que deambulan en el cielo durante las noches despejadas la hacían sentir más viva que nunca, regocijándose en la belleza que la naturaleza le regalaba.
La muchacha sentía la calidez de la arena a través de sus pies descalzos con cada paso que daba, hundiendo sus dedos de manera juguetona y alegre entre medio de la infinidad de granos diminutos y piedrecillas en una especie de danza improvisada, mirando hacia todas direcciones en busca de caracolas vacías, ojalá intactas y de aspecto y color bonito, las cuales pudiera recolectar para llevar a casa y utilizarlas en alguna nueva manualidad. Tenía en mente desde hace ya varios días hacer un collar para su madre o elaborar algún adorno para poner sobre la puerta de su casa, aunque la idea de decorar su cuarto con cientos de caracolas, piedras pulidas y otras cosillas que el mar arrastraba hasta la orilla para ella dibujaba una enorme sonrisa en su rostro juvenil y risueño.
O quizás haría algún regalo para darle la bienvenida a su padre cuando éste volviera de altamar, tal vez una pulsera, de ese mod, él podría llevar algo con lo que pudiera recordarla cada vez que saliera de viaje, pues como solía decir su abuela, no había mejor manera de ser recibido luego de una ardua jornada de pesca que con la calidez y el cariño de la familia. Ya se cumplía una semana desde que su padre había zarpado y de seguro las estaba echando mucho de menos a ella y a su madre.
De pronto, algo entre la arena llamó su atención y sus ojos se dirigieron rápidamente a un enorme trozo de madera que yacía muy cerca de la orilla de la playa, con las olas chocando de forma suave en contra de sus bordes astillados y maltrechos. Luego, avistó otro pedazo más, no muy lejos del primero, con una cuerda enredada sobre sí. Después, otro más. Y otro más.
De un segundo a otro, todo el lugar se había convertido en un pequeño cementerio costero repleto de lo que parecían ser restos de un barco, cubriendo la superficie con varios pedazos de lo que antaño había sido un navío, los cuales ahora hacían de lápidas anunciando el lúgubre suceso que había ocurrido mar adentro, contando en silencio una lamentable tragedia.
Aquella escena repentina la tomó por sorpresa. Si bien no era la primera vez que había visto los restos de alguna embarcación y otros objetos similares ser arrastrados por la marea hasta la orilla, nunca había presenciado un espectáculo de ese calibre.
Un pensamiento nefasto asaltó su mente en ese momento, pues la posibilidad de que aquello fuera lo que había quedado del barco en donde viajaba su padre surgió de entre las tinieblas de su imaginación, una idea que había sido maquinada por el miedo y que se arraigó con fuerza dentro de ella como un percebe a la quilla de un bote.
Sacudió su cabeza de un lado a otro para alejar esa terrible suposición, pues pronto se dio cuenta de que la madera, a pesar de su aspecto estropeado, no era la misma que la del barco que zarpó con su padre a bordo. Tras una pequeña inspección más detenida, notó que se trataba de un navío proveniente de la región de Bratellmar, allá en el oeste, debido a que los materiales eran idénticos al de los otros barcos y botes provenientes de ahí que había visto atracar en el muelle principal de la isla antes.
La causa de su final deplorable, sin embargo, le era más difícil de discernir. Puede que hubiera quedado atrapado en una fuerte tormenta en medio del mar. Tal vez se vio envuelto en una feroz y encarnizada batalla contra uno de los barcos pirata de Barraf. O quizás había sufrido el ataque de algún monstruo marino gigante y feroz, como el que habitaba las aguas del Cementerio Sumergido. Si algo había aprendido de todos sus años viviendo en Parluan era que el mar, además de tranquilo y bello, también podía ser misterioso y traicionero, por lo que todo era posible y las posibilidades eran muy variadas.
Se apresuró a rebuscar entre los escombros guiada por la curiosidad, pensando en que tal vez podría encontrar algo interesante oculto entre los restos de madera, tela mojada y cuerdas enredadas. La repentina ilusión de hallar algún cofre del tesoro repleto de Talises de oro y joyas valiosas hizo que sus ojos brillaran con emoción y buscaran por todas partes algo que llamara su atención, escudriñando sin cesar de aquí para allá.
Para su sorpresa, luego de un par de segundos de andar hurgando entre los restos del naufragio, se quedó quieta de inmediato cuando vio algo con lo que no esperaba toparse, haciendo que su cuerpo se detuviera en seco y que su sonrisa desapareciera, quedando un tanto boquiabierta. A unos cuantos metros de donde ella estaba, había una persona tirada boca arroba sobre la arena.
Se trataba de una mujer de aspecto algo más mayor que ella, pero más joven que su madre. Iba vestida con una camisa de lino blanca que presentaba algunas manchas rojizas a un costado y en su hombro derecho, siendo probablemente sangre de alguna herida. Llevaba también una falda de tono marrón que le cubría hasta más abajo de las rodillas, terminando en varios jirones que eran sacudidos por las olas que alcanzaban sus piernas, empapando por completo sus pies descalzos. Algunos mechones de su cabello largo y rubio se mecían con el viento salino, ocultando su rostro.