Arboleda de Haltim, Región de Azmuldan
El frío inclemente del norte calaba en lo profundo de su ser sin piedad, como cientos de cuchillos que se clavaban de forma lenta y dolorosa en todo su cuerpo, el cual no paraba de temblar desde hacía un rato ya. Apenas lograba sentir sus manos y sus pies yacían enterrados en la nieve, dejando un pequeño rastro a su paso a medida que avanzaba a duras penas a través de la ventisca.
El viento gélido que rugía sin parar golpeaba el rostro de aquel hombre sin misericordia alguna, dejando sus labios de un tono oscuro y sus pestañas cubiertas de algunos copos de nieve que se alojaban ahí a su antojo. Lo único bueno de aquella situación tan precaria en la que se hallaba era que el frío calmaba un poco el dolor de las quemaduras en su pecho y que la sangre que escurría del agujero en donde antes había estado su ojo izquierdo ya se había congelado casi por completo, deteniendo la hemorragia, pero también causándole un dolor horrible e insoportable como ningún otro que había experimentado en toda su vida.
Alzó la vista al frente y trató de ver a su alrededor con el único ojo que ahora le quedaba, intentando vislumbrar algún posible refugio en el cual pudiera descansar y resguardarse de la fría tormenta que asolaba el lugar, echando de menos la vieja cama de paja en la que dormía allá en el escondite. Si bien aquello no era la gran maravilla, al menos ahí podía estar al lado de la fogata bebiendo, charlando con el bueno de Marris y contando las monedas del botín que habían obtenido la semana pasada, lo cual era mucho mejor que estar a la intemperie avanzando sin rumbo y esperando que la muerte viniera a buscarlo para librarlo de su miseria de una vez por todas.
Esa última idea se quedó dando vueltas por su cabeza durante un rato como un buitre volando alrededor de un cadáver, haciéndole rememorar lo deplorable y patética que había sido su vida hasta ese momento.
Nunca, desde que pudiera recordar, había sido alguien que destacara en algo. Cuando era joven se había escapado de casa para huir de aquel borracho malnacido y abusivo que era su padre, quien lo culpaba por la muerte de su madre que había fallecido cuando daba a luz y lo maltrataba cada vez que podía. Tras eso, terminó vagando de un lugar a otro sin poder encajar en ningún sitio y en consecuencia de ello, se convirtió en un vulgar ladrón, dedicándose a robar para poder subsistir desde entonces.
Después de unos años y por azares del destino, se topó por casualidad con Harald cuando lo atraparon y metieron a una prisión en Allberdam. Harald era alguien muy parecido a él que había vivido circunstancias parecidas a las suyas, salvo por la diferencia de que él era alguien violento e iracundo a quien no le temblaba la mano ni tenía reparo alguno en matar para poder conseguir lo que quería, incluso llegando a hacerlo sólo por mero capricho en algunas ocasiones.
Luego de un tiempo encerrados, ambos lograron escapar de prisión, reunieron a algunos ladrones de poca monta y formaron un grupo de bandidos para poder hacer golpes más grandes y elaborados, consiguiendo así un botín mucho mayor que cualquiera podría estando solo. Se ganaron una buena reputación entre las autoridades locales (o muy mala, dependiendo de a quien se le preguntase), cosa que los obligó a trasladarse a Azmuldan para evadir la mano dura del Dominio Real y poder seguir con sus artimañas al atacar a caravanas y a viajeros que tuvieran la mala suerte de toparse con ellos.
Las cosas iban relativamente bien para todos, hasta que a Harald se le subieron los humos a la cabeza y quiso hacerse con el control total de la banda, armando un motín en contra suya y arrastrando también a los pocos hombres que le eran leales, cosa que no terminó para nada bien.
Conrad, Narvi y Sovaz fueron asesinados a sangre fría y sin piedad a pesar de sus gritos y súplicas. Marris tuvo suerte y sólo fue golpeado y encerrado en la vieja jaula de hierro para animales que había en el escondite junto con Arven, a quien le rompieron un brazo, y con Valas, al cual le cortaron dos dedos del pie derecho. Korwin, uno de los amotinados, pareció arrepentirse un poco y expresó su desconcierto ante la brutalidad que se había desatado en el lugar, hecho que fue respondido con un fuerte puñetazo al rostro que le tiró un par de dientes y que lo dejó tirado en el suelo con la nariz sangrando a borbotones.
Sin embargo, la peor parte de todo se la llevaría él, pues Harald le tenía un rencor y envidia ciegos e injustificados, viéndolo cómo un obstáculo para conseguir todo lo que siempre había querido, confesando que sólo había trabajado en equipo todo este tiempo para obtener la suficiente influencia y aliados que lo ayudasen a deshacerse de lo que él catalogaba de “basura innecesaria”.
Primero, lo rodearon entre todos y lo golpearon de forma cobarde y sin descaro alguno, burlándose de su ingenuidad y de no haber previsto que algo así sucedería. Lo sujetaban para tomarse el tiempo de desquitarse con él, turnándose para golpearlo, patearlo, insultarlo y escupirle. Luego, tomaron trozos de carbón ardiente y los pusieron sobre su pecho, quemando y chamuscando su piel, riéndose de sus gritos de dolor y agonía, dejando salir su verdadera naturaleza demencial y cruel. Finalmente, lo sujetaron de los brazos y las piernas mientras Harald sacaba su cuchillo favorito, pasando el filo por su cara de manera juguetona y siniestra hasta dejar la punta afilada a escasos centímetros de su pupila dilatada por el terror.