Antología de Verlomare: Volumen I

Una noche tormentosa

En algún bosque lejano, Región de Allberdam

La lluvia caía estrepitosamente sobre la tierra, los truenos irrumpían sin parar en el cielo sombrío y el viento aullaba furioso entre las ramas y arbustos que se estremecían ante su implacable paso. La tormenta que había comenzado durante aquella mañana como un simple nubarrón había cobrado una fuerza inusitada al caer la noche, asolando sin piedad alguna a esa pequeña parte de la región.

Los árboles se agitaban al unísono con cada ráfaga de aire que atravesaba aquel bosque con ímpetu mientras el agua empapaba todo cuanto hubiera a la vista y una sensación de frío húmedo inundaba de a poco todo el lugar. La inmisericordia y la crueldad de la naturaleza se hacía notar en gran medida.

De pronto, una diminuta luz destellante apareció de la maleza, avanzando a paso rápido y un tanto errático a través de las sombras y las hojas arrastradas por la brisa iracunda. Se trataba de una persona, un joven, el cual portaba en su mano una vieja linterna de aceite y en su rostro, una expresión de miedo que se había apoderado de cada una de sus facciones.

Sus pisadas, a pesar de su evidente premura, ya comenzaban a flaquear y a perder algo de constancia y firmeza, tropezando de vez en cuando con alguna roca cubierta de lodo o con la raíz sobresaliente de algún árbol cercano, estando varias veces ya a punto de caer de bruces al suelo húmedo y embarrado por el cual transitaba tan apresurado. La larga caminata ya mellaba sus fuerzas, haciendo que cada nuevo paso le costara más y más.

Un fuerte aullido resonó en la lejanía, ahogando por unos breves instantes el ruido de la lluvia y del cielo atronador que bramaba allá en lo alto. Aquellos pocos segundos le parecieron una eternidad agobiante que hizo que su corazón latiera con mayor fuerza y que un escalofrío atroz le recorriera toda la espalda hasta la médula. Tragó saliva y prosiguió con su marcha, tratando de ignorar todo el cansancio y el agotamiento que comenzaban a invadir su ser de forma lenta, pero siempre constante.

Yacía a merced de la lluvia y de las sombras que se arremolinaban en todas direcciones, atrapado en medio del caos que reinaba en ese momento debido al mal clima y a su desesperación por sobrevivir que le nublaba el juicio, hecho que había entorpecido su huida desde hace ya un buen rato. Si bien había recorrido una gran parte de ese bosque en innumerables ocasiones, aquel sitio azotado por la tempestad se había convertido en un laberinto siniestro del cual no lograba salir por más que lo intentara.

Tampoco podía darse el lujo de detenerse para reflexionar bien qué camino seguir a continuación, pues la paranoia y el miedo lo acechaban con fiereza en cada rincón, alimentando el terror que se revolvía como un parásito en su interior, alimentándose de su alma triste y desafortunada.

Lo único que podía hacer era tener fe y rogar a los dioses, confiando en que cada nueva ruta que tomaba con prisa no lo llevara a caer por algún acantilado o peor aún, directo a las fauces de las bestias que lo perseguían sin descanso para despedazarlo ahí mismo donde estuviera sin una pizca de piedad ni misericordia alguna.

La tenue luz que emanaba del viejo farol le permitía ver a unos escasos metros delante de él, iluminando sus alrededores lo suficiente como para que no chocase de lleno contra el tronco de un árbol o con alguna roca que apareciera de pronto de la penumbra que se deformaba ante el brillo de la llama diminuta que danzaba al compás de su marcha acelerada, hecho que le hacía creer al joven que alguien o algo estaba ahí a su lado siguiéndole muy de cerca el paso.

En varias ocasiones se había detenido para alzar al frente y sin reparo alguno la espada que llevaba en su otra mano para encarar a cualquier posible amenaza, confundiendo una de las tantas sombras deformes que lo rodeaban con la nefasta figura de uno de sus perseguidores, solo para darse cuenta de inmediato que se había detenido para encarar a una mera ilusión causada por las jugarretas que le hacía la noche, la cual se aliaba con su creciente temor con el fin de volverlo completamente loco.

Mientras avanzaba entre la lluvia y el viento que asolaban todo el lugar, su mente hacía un pequeño esfuerzo para distraerlo del estrés de esa apremiante situación, visualizando de vez en cuando el rostro de aquella chica con la cual se había topado por casualidad en el pueblo en el momento en que el caos estalló de la nada y sin previo aviso. A ratos se preguntaba si aquella joven y sus padres habían conseguido encontrar un lugar seguro luego de que él hubiera captado la atención de esas bestias que ahora lo perseguían y le daban caza como a un animal pequeño e indefenso que corría por su vida.

Se había topado con esas personas por pura suerte mientras trataba de escapar del ataque que esas criaturas habían lanzado sobre el pueblo cuando el sol se ocultó en el horizonte, abalanzándose indiscriminadamente sobre cualquiera sin importar de quien se tratase, acabando con su vida de una forma cruenta y brutal. El chico había logrado salir casi ileso de la posada en donde se estaba alojando con apenas un par de rasguños y mientras buscaba una forma de escapar, llegó sin querer a un callejón en donde se encontró con un escenario digno de una pesadilla: Tres de esas bestias avanzaban hacia unas personas que estaban atrapadas y sin salida, esperando lo inevitable.

Si bien su prioridad era salvar su propio pellejo y tratar de buscar ayuda en otro pueblo cercano, la mirada de terror y el rostro repleto de lágrimas de la pobre muchacha calaron como un puñal en su pecho, observando como lloraba desconsolada y rogaba por su vida y la de sus padres a unos seres sanguinarios que no entendían a razón alguna ni conocían el significado de la piedad.




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