En algún lugar del Mar Claustro, Región de Salimdaz
Su figura fornida fue iluminada por unos breves segundos, creando una escena heroica y magistral que hizo arder la llama de la valentía dentro del pecho de todos los presentes ahí en ese momento.
Sus palabras hicieron eco a través de la lluvia y el viento que azotaban todo el lugar con fuerza y sin misericordia, reverberando entre la tripulación y levantando la moral de todos, quienes gritaron al unísono ante la imagen recia de su líder y, con sus armas firmes en sus manos mojadas y algo heladas por el frío, se apresuraron hacia el costado derecho de la nave para recibir con furia a esos viles invasores de poca monta que trataban de subir a bordo para apoderarse a la fuerza del navío y de cualquier cosa de valor que pudieran encontrar ahí, a costa de las vidas de los demás.
Después de todo, los piratas que provenían de la Isla de Barraf eran muy bien conocidos en esas aguas por su codicia sin igual y su falta de honor, recurriendo a artimañas, mentiras, asesinatos e incluso a traiciones entre ellos mismos con tal de poder llenar sus bolsillos de oro y riquezas, sin importar el costo ni el sacrificio necesario, pasando por sobre todos y todo lo demás.
Aquellas sabandijas habían aparecido de la nada, aprovechando la tormenta que había caído sobre el mar hace más o menos una hora para sorprender a aquel barco del Dominio Real que se dirigía hacia el puerto de Varkoff y que lamentablemente había quedado atrapado en medio de la lluvia repentina y de las olas agitadas, dándoles una cruda bienvenida a aquella parte del Mar Claustro con tres fuertes cañonazos que atravesaron parte de la quilla de lado a lado, mandando por los aires trozos de madera y haciendo unos agujeros enormes en la parte de estribor. La gente del barco atacado había intentado devolver aquel desagradable saludo con la misma moneda, pero para su mala fortuna y por algún extraño motivo que desconocían, sus cañones no funcionaron, por lo que los piratas lograron evitar recibir una respuesta explosiva por parte de sus víctimas.
Esas aves de rapiña se aprovecharon de la ausencia de fuego enemigo y se aproximaron con rapidez lo más cerca que pudieron para quedar cara a cara y así poder saltar hacia la cubierta al igual que unas alimañas despreciables que se arrastraban impulsadas y cegadas por la avaricia, buscando ansiosos por todas partes con la intención de deshacerse de cualquier tipo de resistencia con la que se pudieran topar ahí, pues para ellos les era mucho más fácil arrebatar monedas de un par de manos frías y sin vida que no pudieran oponer ningún tipo de resistencia.
Pero la tripulación del navío real no se iba a rendir tan fácil a pesar de la clara desventaja numérica y se prepararon de inmediato para la cruenta escaramuza que iba a tener lugar ahí, listos para defender su barco y dar hasta el último aliento en aras de acabar con esas sucias ratas de agua salada y darles una buena lección que nunca olvidarían por el resto de su miserable existencia.
Ambos bandos se encontraban cara a cara, son sus armas apuntadas hacia el frente y decididos a librar una batalla en la cual sólo podía haber un vencedor. Varias miradas se cruzaron unas con otras, cargadas de rabia y también de desprecio, de bravuconería y de expectación, algunas incluso de miedo y de nerviosismo. El mismo mar les había preparado un campo de batalla sin igual y de lo más espectacular: Vientos rugiendo y silbando en el aire. Lluvia estrepitosa cayendo sobre sus rostros. Olas enfurecidas chocando sin parar en contra de ambas embarcaciones con furia, acompañadas de relámpagos y truenos que surcaban sin descanso por el cielo embravecido, resquebrajando la penumbra e iluminando las nubes oscuras que se arremolinaban unas con otras allá en lo alto.
El conflicto era algo inminente y el choque del acero estalló sin prisa alguna. La lucha había iniciado.
Espadazos, golpes, puñaladas y cortes no se hicieron esperar, arremetiendo en contra de los piratas y miembros de la propia tripulación por igual, dejando detrás de sí los primeros cuerpos que se desplomaban inertes sobre la cubierta en donde se desangraban bajo las frenéticas gotas de lluvia, mientras que otros caían por la borda y se hundían para siempre en las aguas heladas que se revolvían allá abajo, las cuales chocaban contra las quillas de ambos barcos con más y más fuerza, demostrando la fuerza de la tormenta que aumentaba de intensidad con cada minuto que pasaba.
Ahí, entre medio de la cruenta refriega, se encontraba un joven grumete que intentaba por todos los medios a su disposición lograr sobrevivir a esa contienda desigual. Si bien no contaba con una gran destreza en combate ni tampoco tenía la suficiente experiencia, sabía muy bien que podía contar con el apoyo de su capitán, quien era un guerrero intrépido y avezado, un hombre de honor en quien toda la tripulación confiaba para salir delante de cualquier situación peligrosa. El muchacho esquivaba los ataques de sus enemigos lo mejor que podía, abriéndose paso hacia su héroe que se encontraba cerca de ahí para poder brindarle una mano y así facilitarle las cosas, deseoso de luchar codo a codo con una figura tan respetada y legendaria, depositando todas sus esperanzas en él.
Sin embargo, a medida que se acercaba, algo en esa escena no le cuadraba, sembrando la semilla de la duda en su interior, lo que le provocó un sentimiento de inquietud que comenzó a corroerlo por dentro de una manera repentina y espantosa. El capitán era el hombre más diestro con la espada que había conocido en su toda su vida, capaz de derribar a un oponente experto en combate de un solo tajo, cosa que ya había visto en varias ocasiones en el pasado. Pero ahora estaba ahí, enfrascado en un duelo que no parecía tener fin con un par de piratas de poca monta, de los cuales podía notar que apenas sabían manejar un arma cómo era debido, haciendo movimientos erráticos y toscos mientras le daban al capitán varias oportunidades para poder acabar con ellos en tan sólo un segundo. Pero para su sorpresa y su creciente preocupación, el hombre simplemente seguía sumergido de más en esa pelea sin sentido, casi cómo si él mismo quisiese que fuera de ese modo.