Antología de Verlomare: Volumen I

La leyenda del Jinete Oscuro, Primera Parte

Mervis, Región de Bratellmar

La lluvia caía de forma estrepitosa mientras que el viento enfurecido silbaba a través de los tejados de las casas. Nubes oscuras se arremolinaban unas con otras en lo alto del cielo gris, iluminándose de golpe cuando algún trueno irrumpía de forma sorpresiva en el aire, dejando tras de sí un eco abrumador que, luego de un breve instante, desaparecía hasta morir en la lejanía.

Sin embargo, a pesar de la pequeña tormenta que asolaba a la región en ese momento, aquel mal tiempo no era suficiente como para impedir que la música y las risas se hicieran presentes en Mervis, un pequeño pueblo al suroeste de Bratellmar, lugar en donde su taberna solía llenarse de cantos, de risas y de festejos casi todas las noches, sin importar si afuera estuviera lloviendo o nevando.

La música alegre y festiva que tocaban los juglares esa noche inundaba casi todos los rincones del establecimiento, haciendo más ameno y disfrutable el ambiente, sobre todo para aquellos que recién llegaban a sus puertas agotados luego de un largo día de trabajo, o para quienes venían a ahogar sus penas y pesares en el fondo de un enorme tarro de cerveza helada. También era un muy buen acompañamiento para los viajeros que sólo estaban de paso por Marvis, quienes deleitaban su paladar con trozos grandes y jugosos de carne de jabalí asada, recién atrapado esa mañana por los cazadores locales, devorando trozos exquisitos preparados por las manos delicadas, pero muy hábiles en la cocina, de la esposa y de las tres hijas del tabernero.

Las risotadas, los cuchicheos y las charlas animadas resonaban por doquier sin descanso, aunque en menor medida que las melodiosas sinfonías que los músicos de aquella noche regalaban al público jubiloso, lo que hacía que muchos se levantaran de sus asientos y se unieran a los demás que se hallaban de pie danzando y bailando de forma alegre y despreocupada. Otros disfrutaban del espectáculo animado en compañía de un buen trago de cerveza, de una comida caliente y deliciosa o de ambos al mismo tiempo, dejándose llevar por el ambiente grato que reinaba en el lugar.

De entre todos los presentes en ese momento, habían algunas personas que se hallaba en una mesa cercana a una de las paredes de la taberna, justo al lado de una enorme ventana por la cual se podían apreciar los destellos de los truenos embravecidos que surcaban el cielo nocturno y también las gotas de lluvia que se estrellaban con fuerza en contra del vidrio firme y resistente, el cual evitaba que la tormenta se infiltrara y arruinara el por completo el jolgorio alegre que llenaba el aire de ahí.

El grupo estaba compuesto por cuatro jóvenes, siendo todos habitantes de Mervis, quienes se encontraban ahí para tratar de relajarse tras sobrellevar una jornada ardua y agotadora en sus respectivos trabajos y deberes, charlando, riendo y haciendo bromas entre ellos mientras sonreían y disfrutaban de la bebida y de la comida.

Rodis era el mayor del grupo y también el más ágil y veloz, además de un cazador local, siendo uno de los que habían participado en el rastreo y la captura del enorme y jugoso jabalí que esa noche llenaba los estómagos de la gran mayoría de los asistentes.

Pavone en cambio poseía una complexión más robusta y un gran aguante, lo que le ayudaba mucho a realizar las tareas de construcción y reparación del pueblo a las que él, su padre y sus hermanos se dedicaban con gran esmero, por lo que era bastante normal verlo durante el día cargando pesados materiales de construcción de un lado a otro.

Hagel, por su parte, se llevaba el título del más listo del grupo, siendo el ayudante del alquimista del pueblo, trabajo en el cual había aprendido muchas cosas gracias a los libros sobre pociones y brebajes que devoraba con avidez en sus ratos libres, jactándose de su gran conocimiento en el campo de la alquimia.

Y, por último, pero no menos importante, estaba Ludwig, quien no era más que un simple aprendiz de herrero un tanto torpe en el oficio, pero de buen corazón, quien intentaba aprender el negocio familiar y seguir con las tradiciones que su padre trataba de inculcarle desde pequeño.

  • Y fue entonces que lo vi - Exclamó Rodis con tono de sorpresa y algo de misterio, narrando para sus amigos que lo escuchaban con atención - Ahí estaba frente a mis ojos, el jabalí más grande y gordo que jamás había visto en toda mi vida. Tensé el arco, me concentré por unos segundos y ¡Pum! La flecha salió disparada hacia adelante y ¡Zas! Se clavó de lleno entre sus ojos - Hizo una breve pausa para tomar un trago de su tarro espumoso, luego continuó, soltando una pequeña carcajada - Ojalá hubieran estado ahí para verlo, se desplomó de inmediato en el suelo como si nada, ni siquiera pataleó.
  • Bueno, cualquiera se quedaría quieto si le perforan el cráneo de un flechazo, ¿No? - Le dijo Hagel, quien no se veía para nada impresionado por su relato, prefiriendo volver a poner su mirada sobre el libro de alquimia que había estado hojeando desde hace un rato.
  • Vamos Hagel, no seas así - Le respondió Pavone un tanto indignado - Gracias a Rodis podemos disfrutar de esta deliciosa carne de jabalí - Tomó un trozo grande de su plato y procedió a darle una enorme mordida, masticando con entusiasmo y mucha felicidad mientras se regocijaba - Deberías comer un poco, ¡Es el jabalí más delicioso que he probado!
  • Ay, Pavone, por enésima vez, ¡Mastica con la boca cerrada! - Se quejó el joven, apartándose un poco hacia un lado para que no le cayeran pedazos de carne masticada encima - Por los Dioses, ¿Es que acaso no sabes lo que son los modales?
  • No seas tan duro con él, ¿No ves que está feliz? - Le dijo Rodis entre risas, dándole algunas palmaditas en el hombro a Pavone de forma amigable mientras su amigo continuaba devorando bocado tras bocado - Podrías compartir un plato con nosotros, ¿Qué te parece?
  • No gracias, ya perdí el apetito - Le respondió Hagel, esbozando una sonrisa sarcástica al mismo tiempo que se quitaba del rostro un pedacito de carne que había aterrizado en su mejilla, el cual después arrojó lejos de ahí - Podrías ofrecerle los frutos de tu gran hazaña a Ludwig. La carne es una buena dieta para alguien que aspira a ser herrero, ¿No? Se necesitan músculos para ese trabajo. Sólo mira a nuestro buen amigo Pavone.
  • ¿Eh? ¿Yo? - Atinó a decir el chico al oír su nombre - Oh, no gracias, no tengo hambre por el momento, pero agradezco la consideración - Una expresión un tanto distraída adornaba su rostro, algo ya normal que se solía apreciar en el joven.




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