Capítulo Uno
Me encontraba sentado bajo un gran y frondoso árbol de pino, que soltaba un suave olor a humedad a medida que el viento acariciaba sus espigas. Estaba ahí, sin más, aplastado en mi soledad, emitiendo un ligero tufo. No estaba triste, pero sí muy pensativo... expectante quizás. A mi lado: mi arco y estuche de flechas, junto a un viejo bolso escolar negro y azul de esos que van de costado.
Miraba fijamente mi carnet del instituto, el mismo con el que meses atrás solía rentar libros de la biblioteca, que luego llevaba a casa para devorar sin piedad.
Leía “Vincent D. Foster” escrito en letrillas doradas que brillaban en tonos iridiscentes a medida que el sol las iluminaba. Era muy raro ver mi propio nombre; ya hacía meses que nadie me llamaba por él, o por ningún otro.
Y sé que probablemente resultaría ser algo raro que todavía llevase conmigo ese carnet, ¡pero yo que sé! Nunca lo perdí cuando todo comenzó, ni tampoco luego de varios meses. Eso no tiene nada de extraño.
Tras una rápida comida (media lata de maíz dulce y una barrita proteínica de avena y pasas, que me supo mucho más a aserrín que a avena y pasas) me dispuse a retomar el camino. Para ese momento, mi propósito era llegar lo antes posible al asentamiento humano más cercano, que resultaba ser uno llamado Albrich.
Ya me estaba quedando sin comida y me urgía renovar mi guardarropa. Los jeans que llevaba estaban muy desgatados y sucios. Lavar ropa no era de mi agrado antes del fin del mundo, y aún seguía siendo así. Además, ¿a quién no le gustaría “ir de compras” en la venta de garaje más grande del mundo? Es decir: el mundo mismo.
Sonará un poco a que todo marchaba relativamente bien, pero lo cierto era que dormía y comía poco, por lo que me dolía bastante la cabeza casi siempre. En ocasiones la vista se me nublaba intensamente, y si tenemos en cuenta que mi arma elegida era el arco y flecha, tener nubes en la vista no era para nada positivo.
No llevaba ni siquiera una hora andando en lo espeso del bosque, para el momento en el que comenzó a hacer mucho frío. Pronto, empecé a ver ese vaho nuboso que se formaba bajo mi nariz con cada respiro. Me recordaba un poco a los personajes de animé cuando están realmente molestos, que dejan salir vapor de sus orificios nasales como si fuesen trenes a vapor…
Creo que hasta llegué a reír un poco recordando esa tontería.
Vincent pensaba muchas tonterías últimamente.
Supongo que no podía evitarlo por más que lo intentase. Inconscientemente, eso era de alguna forma un ejercicio que me ayudaba a mantener la cordura. El recuerdo de lo que fui, y de lo que existía antes de... esto...
Lo necesitaba más que a un par nuevo de calzoncillos.
Tras algunos kilómetros de incesante caminata dentro del bosque, me estacioné un minuto para tomar algo de agua, y comer una botana rápida que consistió en unas cuantas moras y nueces de pecán que había recogido en el camino.
No me detuve demasiado y pronto, ya me encontraba nuevamente andando. Todo estaba muy tranquilo, como si nada se hubiese ido al carajo poco antes. Como si mi familia aún estuviese esperándome en casa mientras yo salía a jugar a ser Robin Hood.
Pero no.
Ya no estaban en casa.
Ni siquiera tenía una casa a la que volver. Era el jodido fin del mundo.
O por lo menos- de mi mundo.
…
Finalmente, tras un par de horas de incesante y pesarosa caminata, arribé a mi destino: Albrich, un pequeño campamento de leñadores, según lo que indicaba la guía turística que ya hacía varios meses me había estado sirviendo como mapa.
“Visita Minnesota, el Estado Estrella del Norte. Un lugar de paisajes maravillosos que te harán sentir mucho más cerca del cielo…”
Vaya tontería.
Albrich era un lugar bastante acogedor, o por lo menos debió serlo unos meses atrás. Todas las casas estaban hechas de madera, por lo que no había ninguna totalmente intacta. La mayoría mostraba señales de haber sido alcanzadas por la furia de los elementos.
En varias partes la madera se veía podrida, mientras que en otras, era como si se hubiese iniciado un fuego en algún punto, que terminó por consumir gran parte de la estructura… Inclusive se podía percibir un tenue olor a quemado acariciando el aire a mí alrededor.