Capítulo Dos
Contuve la respiración por un instante. No sabía si yo había sido muy incauto, o si la persona que aún estaba en la casa lo era. Como fuera, sentí la urgencia de salir de la habitación.
Antes de siquiera poder hacer un ligero movimiento, una voz carrasposa, como de alguien con mucha flema, se hizo escuchar a mis espaldas.
―Si te mueves un milímetro, te... ¡te vuelo los sesos...! ¡Idiota!
Me quedé inmóvil, pero no a causa de que estuviese sintiendo miedo… Era algo más como- emoción y curiosidad.
La persona a mis espaldas era un chico, de eso no tenía dudas. Saborear la idea de voltear lentamente y descubrir cómo era, se parecía mucho a la sensación que tiene uno al presenciar la llegada de su cita a ciegas. Como justo en ese instante en el que te das cuenta de si es tu tipo, o no.
Aunque nunca tuve una de esas citas realmente.
Y tampoco quiero decir que yo estaba esperando que, quién fuera esa persona, resultase ser de “mi tipo”.
Eso habría sido... raro.
―Date vuelta muy despacio, y baja el puto arco. Estos no son los jodidos Juegos del Hambre, imbécil ―espetó el chico con una falsa rudeza más que evidente.
―No quiero hacerte daño ―dije, apilando una más a mi colección de frasecitas cliché.
―Solo vi la luz a través de la ventana anoche, y sentí curiosidad…
Tras un silencio casi meditatorio, elevó su voz nuevamente.
―Y qué, ¿eres una puta polilla que vuela directo a la primera luz que ve? ―ahí estaba ese tono de chico rudo de película una vez más. Empezaba a caer en cuenta de contra qué me enfrentaba.
― ¿Podemos calmarnos? ―dije en un tono tirando a conciliador. ―llevo mucho tiempo a solas, nada más quería saludar, pero si quieres, ya me voy y dejo de molestar. No quiero molestar.
Obedeciendo su comando anterior, me dispuse a dar la vuelta muy despacio, bajando mi arco y destensando la cuerda al mismo tiempo. Una vez que me viré completamente, estaba ante más o menos lo que esperaba ver: Simon, de “Alvin y las Ardillas”, pero en versión humana. Él era idéntico a esa ardillita de lentes.
Su cabello era rubio miel, y su piel blanca como la cáscara de un huevo. Sus ojos eran de ese color verde oliva bastante común, e iban enmarcados por gafas de pasta fina que parecían dos pequeñas lupas. El chico vestía ropa muy abrigada, al punto de que se notaba que estaba enfermo. Resfriado seguramente. Era mucho más bajito que yo, y tendría quizá unos doce años. Lo más inquietante, (o quizá lo único que me inquietaba de él) era que me apuntaba con un revólver que si llegaba a dispararlo, el solo retroceso le fracturaría la muñeca por lo menos. Incluso le costaba un poco mantenerlo apuntándome a la cabeza. Él era delgado como un fideo.
―Me llamo Vincent. ―le dije amablemente. ― ¿Tu nombre cuál es?
Él me miró por un par de segundos antes de abrir su fina boca para responder.
―Nicholas. ―farfulló casi en un susurro, después carraspeó un poco y volvió a repetir su nombre, esta vez con mucha más (falsa) firmeza.
Mi respuesta fue hacer una mueca parecida a una sonrisa, a la que él respondió con un rostro tenso y preocupado. Se esforzaba por mantenerse en esa faceta de chico rudo…
Y así fue, hasta que un inesperado ataque de tos lo hizo contorsionarse como si fuese una marioneta en pleno show. Momento que aproveché para arrebatarle el revolver con un rápido movimiento que incluso a mí me sorprendió. No sabía que yo fuese así de ágil. Era un puto ninja.
Instantáneamente el chico se aterró, dando varios pasos atrás. Parecía estar seguro de que iba a dispararle enseguida. Sin embargo, tras abrir el cilindro del revólver, vi que estaba vacío.
―No tiene balas. ―le dije. Algo que incluso pareció sorprenderle a él mismo. Podía deducir que el revólver lo había encontrado en esa casa, o muy poco tiempo atrás al menos, y claramente no se había cerciorado de que tuviese municiones. Aunque probablemente ni siquiera tenía idea de cómo hacerlo.
― ¿Te vas a llevar mis cosas? ―masculló, tristeza en su tono.
Lo miré por un segundo, y con un largo paso avancé hasta él. Sin dar aviso, llevé mi mano a su cabeza en un extraño gesto cariñoso. Él esquivó un poco como tratando de evitar que lo golpease, pero enseguida mi mano reposaba amablemente sobre su rubio y despeinado cabello.