Capítulo Tres
El silencio que tanto me perturbaba, de a poco comenzó a desaparecer. Seguía sin poder escuchar a las aves y a los insectos, pero de vez en cuando, me detenía un ocasional disparo en la distancia. Realmente daba la sensación de que el mundo a mi alrededor había estado en pausa, y aquel hombre de cabello rojo- de una forma u otra- le había dado “play”.
Al principio, durante lo que yo llamo “la caída inicial” yo no estaba en casa. Me encontraba en un molesto viaje escolar organizado por el instituto al que asistía. Estábamos visitando unas de las varias plantas eléctricas que se consiguen regadas por todo el condado de Clearwater. A pesar de que no estábamos lejos de la ciudad, me tomó cuatro días volver a mi casa debido a toda la locura.
Estuvimos encerrados en el instituto por tres días, custodiados por militares, hasta que esas cosas se abrieron paso, comenzaron a llenar el edificio, y sí, a matar a todo el que se les atravesaba…
Cuando finalmente llegué a mi casa estaba vacía, y para completar mi desolación, había sangre dentro- mucha.
Supuse lo peor.
Pero al menos no lo viví en primera persona. Eso era lo que pensaba.
Puede que suene a que era en extremo insensible, pero no pude llorar, aunque sentía que debía hacerlo. Después de todo, se trataba de mis padres y mi hermano. Los había perdido para siempre. Así parecía.
Sin más, estando a solas en mi casa, subí las escaleras que daban a mi habitación, entré en ella, y me senté por unos minutos en mi cama. Pensaba en qué hacer a partir de ese momento. Mi respuesta, fue empacar un poco de ropa, y además tomé unas notas adhesivas y un lápiz que estaban sobre mi escritorio.
¿Por qué…?
Bueno… Ya llegaré a ese punto…
El caso, es que después de salir de mi cuarto, enseguida me encontré de pie frente al cobertizo de nuestro patio trasero, buscando el arco de cacería que usaba mi padre.
Él era aficionado a la caza y a la pesca, y a todo tipo de actividades que involucrasen al hombre y a su naturaleza ruda y masculina. Aunque detesté cada segundo de sus lecciones, él me había enseñado a usar ese arco muy bien.
Además de la herramienta principal, había un juego de flechas- unas treinta-, empacadas dentro de un estuche similar a un bolso para palos de golf. Tomé lo necesario, incluyendo un juego de ganzúas de acero, un par de bolsos pequeños de esos que se atan a los muslos, y un cuchillo militar bastante afilado- funda incluida.
Enseguida, yo estaba de camino a una cita…
Sí, sí… Ya lo dije- pronto llegaré a eso.
En fin- yo sabía cómo sobrevivir afuera, en la naturaleza, aunque nunca me había gustado la idea de tener que hacerlo. Era algo que mi padre quiso programar en mí, y vaya que lo consiguió.
De cierto modo, tuve que convertirme en una especie de autómata de la supervivencia, dejando de lado lo que realmente me gustaba y quería hacer.
Pese a todo, no puedo negar que los primeros días de mi nuevo y demencial estilo de vida, fueron bastante emocionantes.
Para ese entonces, lo primero que recordé fue que mi padre solía decir que “la mejor forma de evitar morir de hambre en Bagley, ante una catástrofe que cortase con todos los servicios a los que estamos acostumbrados, era internándose dentro del bosque en un área cerca del lago Lomond, no muy lejos de nuestra casa”. Era una zona ideal para cazar y pescar, además había mucha fruta silvestre y agua fresca.
Era perfecto.
Así que, sin una mejor alternativa, me dirigí hasta allá.
En el camino pude presenciar mucho horror, de ese horror que no se puede simplemente ignorar. Lo que había matado a tantos, no distinguía a sus víctimas de ninguna forma; niños, mujeres, ancianos, personas con discapacidad, mascotas- todos eran iguales para esa cosa.
Fue en ese tiempo en el que maté a más enfermos…
Incluso recuerdo al primero de ellos; un hombre mayor, gordo y de barba abundante, al que me dio por llamar “Burly” por alguna razón que no soy capaz de justificar… Bastó una flecha en su abdomen y otra en el cuello para dejarlo inmóvil, tendido en el suelo.
Después de unos cuantos más mejoré considerablemente mi técnica, necesitando de una sola flecha, o valiéndome de mi filosa navaja para degollarlos antes de que pudieran ponerme una mano encima… Incluso si me veía en un aprieto, podía ayudarme con cualquier otro objeto cercano para ejecutar un perfecto “knock out de un solo golpe”.