Capítulo Cuatro
Transcurrieron menos de tres minutos desde que mi captor había dejado salir el silbido, y ya me encontraba rodeado por esos sujetos.
Formaron un círculo a mí alrededor apenas estuvieron en la zona. Ninguno decía nada.
El mundo a mi alrededor fluía con la intensidad de los latidos de mi corazón. Era surreal.
Ellos estaban a punto de asesinarme, eso era un hecho. No diré que vi mi vida pasar frente a mis ojos; mentiría. Solo me sentía frustrado de estar en esa espinosa posición, por segunda vez en tan poco tiempo.
No quería morir.
―Joder chico. ¡Qué mal estás! ―quién habló con tanto rencor estaba a mis espaldas, por lo que no pude verlo al instante. Enseguida, esa persona de voz severa se acercó a mí, dando pasos que crujían a medida que aplastaban la hojarasca. ―Quítate el bolso de mi hermano. No quiero que se manche con tu sangre… En un par de minutos habrá mucha saliéndote por todos lados.
A pesar de que lo que él decía sonaba mucho más como una simple exageración, su tono sugería lo contrario.
Sin poder hacer otra cosa me quité la gran mochila, junto a mi arco y estuche de flechas. Dejé caer todo al suelo, justo a mis pies.
―Todo tuyo, Mitch. ―dijo otro sujeto, sonando como si ese era el mejor momento de toda su vida.
Me preparé para recibir a la muerte. Cerré mis ojos. Apreté los puños. Tensé la mandíbula. Respiré.
—BAM—
Un disparo. Solo uno.
No era lo que me esperaba, y tampoco dolía tanto como pude haber creído…
En realidad, no me dolía ni un poco.
No podía sentir nada. Así debía ser estar muerto seguramente.
Pero no.
Abrí mis ojos, y pude ver…
Ver cómo en una milésima de segundo, ocurría demasiado para poder entenderlo todo de una vez.
El hombre que iba a asesinarme, se desplomaba al suelo con una herida sangrante en la frente. El resto de ellos se viraba para disparar en dirección al bosque.
Los disparos iban y venían de todas partes.
Yo pude reaccionar finalmente, y tras empujar a uno de los sujetos, me puse a cubierto internándome en una porción cercana de bosque. Tan solo pude tomar mi arco y un par de flechas de entre las cosas que estaban a mis pies. No tenía idea de lo que estaba pasando. Pero al menos...
Seguía con vida.
Tensé la cuerda de mi arco, y lancé una de las flechas directamente a la espalda de uno de los sujetos que disparaban hacia el bosque. Al instante, él cayó al suelo, mucho más muerto que vivo.
Dane y los demás seguramente eran los responsables del ataque que me salvó la vida, así que lo menos que podía hacer era apoyarlos.
Utilicé la otra flecha para matar a uno más, y ya sin otra cosa que lanzar, saqué mi navaja y me preparé en caso de tener que utilizarla.
Quizá, por estar en medio de tantos disparos, no tuve oportunidad de reflexionar al instante acerca de que acababa de asesinar a dos hombres, elevando a tres mis víctimas humanas. Aunque lo piense ahora, no es algo que me atormente demasiado.
Eran ellos o yo.
Finalmente, después de casi cinco minutos de disparos haciendo eco en la inmensidad del bosque, todos los sujetos de pinta extraña estaban muertos. Así, tan de repente como empezaron los disparos, estos se detuvieron.
Esperé un poco para ver salir a Dane y a los otros de entre los árboles, pero- en lugar de eso-, vi a tres extrañas figuras moverse. Pronto, se mostraron ante mí.
Eran dos ancianos, una mujer y un hombre, y junto a ellos estaba un joven rubio de unos veinte años. Todos llevaban pesadas armas automáticas.
― ¡Queremos que salgan de nuestras tierras! ―dijo la anciana en voz alta, apuntándome con su rifle.
―Sabemos que no estabas con ellos, chico. Pero, si no te marchas, tendremos que tomar medidas hijo. ―hablaba el anciano ahora. ―Toma tus cosas, y los llevaremos al borde de nuestra propiedad. Tenemos a tus amigos, así que coopera con nosotros- por favor.
Salí de entre los árboles cuidadosamente, caminé hacia mi bolso, lo recogí y sacudí un poco la suciedad que llevaba encima. No tenía manchas de sangre por suerte. Lo último que tomé fueron mis flechas, excepto por una tres o cuatro que estaban partidas tras haber sido pisadas por alguno de los tipos en medio del ajetreo previo.