Capítulo Doce
Sentía que podía desmayarme en cualquier momento.
Las piernas me temblaban como gelatina, y me resultaba pesado respirar. Habría querido tener algo en qué apoyarme o sentarme. Poner el culo en el suelo no era una opción.
A medida que observaba con más detalle, mi cabeza parecía estar llenándose de aire caliente, por lo que esperaba un pop en cualquier instante.
Estaba encajada contra la pared, al fondo de la cabaña. Iba sentada en el piso, rodeada de lo que parecía ser un tejido carnoso que me hizo recordar al que estaba pegado a aquel anciano en la casa a las afueras de Shevlin.
Era mi madre, Hellen.
O mejor dicho- eso tenía su rostro...
Su abdomen estaba hinchado, casi al punto de que lucía mucho más como una gran bolsa de basura repleta de una sustancia espesa. La piel alrededor de su vientre era apenas traslúcida, y podía verse una ligera pulsación- como el latido de un corazón- que provenía de su interior, a la vez que remarcaba un entramado de vasos sanguíneos morados que parecían hincharse de sangre con cada respiro.
Su rostro permanecía casi normal, salvo porque sus ojos estaban blancos y muy inflamados, además de que su boca no parecía tener labios, sino un par de láminas carnosas muy delgadas y deshidratas. Su piel era grisácea, como la de otros infectados, pero se oscurecía aún más en brazos y piernas, los cuales estaban visualmente atrofiados en contraste con su desproporcionado torso.
Podía ver que estaba desnuda, apenas cubierta por unos cuantos harapos mugrientos. No se movía para nada, pero estaba viva… Un ligero sonido similar a un quejido lo indicaba.
Busqué apoyo en el hombro de mi papá al ver que lo tenía cerca, seguramente tras verme a punto de colapsar. Él se inclinó un poco más hacia mí, y me sostuvo.
―Lo lamento, Hellen. Él tenía que verte así. Si no, no lo iba a entender. ―dijo él, muy convencido de que eso podía escucharlo.
Mi papá hablaba con esa cosa como si nada. Parecía ver a través de lo que se había convertido. Yo no podía hacer lo mismo. Eso era una aberración, y justo eso era lo que estaba viendo.
Nada más.
Se trataba de mi mamá- sí, pero lo que estaba frente a mi nariz, era un cuadro repulsivo- un recordatorio de la crudeza de aquel nuevo mundo.
― ¿Q-qué…? ¿Por qué…? No entiendo, papá… ―dije, con un férreo nudo atornillado en mi garganta.
Mi padre me soltó, y se acercó mucho más a ella. Enseguida lo vi estirar la mano, como si pensaba acariciarla. Pese a su cercanía, se contuvo de tocarla.
―Esto, Vincent- es lo que le sucede a una mujer que desarrolla la enfermedad-estando embarazada...
Con las palabras de papá envueltas en una niebla tóxica, un espasmo punzante recorrió mi espalda, como dando aguijonazos entre cada vertebra de mi columna. Se sintió horrible.
—Entonces- mamá… Ella… —balbuceé, dando un paso atrás.
―Se los diríamos a Colton y a ti el día de mi cumpleaños. Teníamos pensado hacer algo especial… Ella estaba muy entusiasmada con el nuevo bebé. —la voz de papá se resquebrajaba, tal y como lo haría un tazón de porcelana dándose contra el suelo.
En cuanto a mí- lágrimas se abrían paso en mis ojos, pero no terminaban de salir. Estaban atoradas- como congeladas a causa de mi propia frialdad.
De golpe, papá se viró para verme- y no lucía triste como lo había estado un segundo atrás-, él se veía determinado, recio, e incluso furioso. Se acercó nuevamente hasta donde me encontraba, y tras respirar hondamente- lo dijo:
―Los que hicieron todo esto, no son humanos, Vincent. Los que hicieron esta porquería, ¡son unos malditos monstruos!
Sin duda mi papá tenía razón.
Había límites para la crueldad humana, pero hacer algo tan oscuro como lo era esa enfermedad, pues…
Era demasiado.