Con olor a carne quemada y sin mi sombra. Así había empezado mi mañana. Aquella noche, había tenido una parálisis del sueño muy nítida, donde una puerta blanca aparecía en mi habitación y yo me encontraba pintando el marco de la puerta con la sangre de mi dedo pulgar, lo que provocó que al otro lado de la puerta se pudiera observar un lugar completamente negro. Sabía en mi interior que, si entraba ahí, jamás saldría.
Al despertar con el corazón acelerado por aquel sueño, fui corriendo a abrir las ventanas para que entrara el sol y así poder tranquilizarme. Sin embargo, apenas tocaron los rayos del sol mi cara y mis brazos desnudos, estos empezaron a quemarse y, sin saber si eran imaginaciones mías, pude ver que le estaban saliendo diminutas llamas, así que cerré todo rápidamente y, al quedar sin nada de luz exterior, mi piel empezó a regenerarse. En solo unos minutos, ya no tenía ninguna herida, como si nunca se hubiese quemado.Me apoyé en la pared y me dejé caer al piso.
Me puse a procesar de manera lógica todo lo que me estaba pasando, pero ni siquiera encontré una respuesta convincente. Un repentino escalofrío recorrió mi espalda cuando miré en dirección a mi habitación. Sentí cómo mi corazón se aceleraba y cómo el miedo inundaba mi cuerpo de manera lenta y ruidosa. No sabría decir con exactitud cuánto tiempo me quedé ahí sentada, pero, cuando me recuperé del aturdimiento, pude escuchar un ligero susurro que provenía de mi habitación.
Al inicio, no pude escuchar lo que decía de manera clara, así que me levanté y me acerqué lentamente a la entrada para escuchar: «Evangeline, camina hacia mí. Entra en donde yo estoy y encuentra, en mí, tu descanso eterno», dijo, de manera socarrona, lo que sea que fuera aquella cosa.
No pensaba entrar a ninguna parte y menos a donde él decía. Inesperadamente, escuché que alguien golpeaba la puerta de la entrada de mi casa. Era mi mejor amiga, quien había venido a verme como habíamos acordado el día anterior. «¡Eva, ya estoy aquí, ábreme rápido que hace mucho calor!». Fui corriendo a abrirle, ya que tenerla cerca me haría sentir mucho más segura y acompañada, así que le grité «entra» mientras iba a su encuentro.
Pude escuchar cómo la puerta era abierta, pero, al mirar, no pude ver a mi amiga. De hecho, no estaba. Era raro, eso era imposible. «Debe ser alguna especie de broma. Sí, eso debe ser», dije, intentado convencerme mientras las lágrimas recorrían todo mi rostro y ver que mi amiga jamás me había hablado.
No tenía escapatoria. Sentía como si mi casa se hubiese transformado en mi prisión y, para empeorarlo, sentí cómo alguien hacía presión en mis tobillos e hizo que me cayera al piso de golpe. Intenté zafarme apenas había tocado el suelo, pero aquellas manos fueron más rápidas y me llevaron a mi habitación. Intenté girarme para ver qué era lo que me estaba agarrando, pero, al intentar mirar el lugar de las manos, solo vi una sombra que llegaba hasta el techo y que tenía mi silueta, así que llegué a la conclusión de que lo que me estaba hablando era mi sombra, la cual había desaparecido desde que desperté. No había manera de soltarme. No importaba cuánto me moviera, mi sombra no dejaba de arrastrarme. Cuando entré, me soltó. Me levanté lentamente y, cuando levanté la vista, pude ver que solo estaba a unos centímetros de la puerta que se encontraba —al igual que en mi sueño— ensangrentada. Las gotas de sangre se escurrían y caían en el otro lado, en el lado oscuro, y se esfumaban.
Sentí que alguien me miraba desde atrás y me di vuelta bruscamente, ya que no quería que algo me agarrara por sorpresa, pero no había nadie. Entonces, miré de nuevo hacia la puerta y vi que mi sombra estaba mirándome del otro lado. Sus labios empezaron a moverse y volvió a susurrar, como si solo al otro lado tuviera el poder de hacerlo.
«Eva, te estás demorando —dijo lentamente—. Ya estoy cansado de esperarte, así que te traeré por las mías». Apenas terminó de decir esa frase, me agarró de los pies, pero esta vez él no pensaba soltarme. Me agarré del marco de la puerta lo más fuerte posible. La fuerza que ejercía para sujetarme y no resbalar hizo que mis uñas se salieran una por una. Grité de dolor cuando se me terminaron de salir todas, pero eso no hizo que cediera. Sin embargo, el dolor me inundó de manera desgarradora y me solté.
Desperté de golpe y sentí un fuerte dolor en donde habían estado mis pies. No lo podía creer, aquella cosa me los había arrancado. Estaba acostada en un charco de sangre, de mi sangre. En ese momento, todo empezó a darme vueltas. Miré a mi alrededor y me di cuenta de que ya no me encontraba en mi habitación, sino en un lugar en donde solo había niebla. Presentí que algo se acercaba a mí.
Miré a todos lados, pero no podía ver nada. Del charco de sangre en el que me encontraba sentada, algo se empezó a mover y a agarrar forma. Lo que sea que fuera esa cosa, había robado mi imagen. Ya no parecía sombra, parecía una persona completamente normal. Quedé impactada sin poder pensar en algo. Sus ojos —o mis ojos— hicieron contacto con los míos y, en ese mismo instante, mi cuerpo quedó rígido, impidiéndome hacer cualquier movimiento. Solo podía hablar y llorar.
—¡Increíble! Por fin tengo un cuerpo propio. No sabes cuánto tiempo esperé este momento —dijo satisfecha, sin dejar de mirarme fijamente. Puedo asegurar que aquella cosa no pestañeó en ningún momento—. Ser castigado a ser tu sombra se sintió eterno y enfermizo, pero ya soy totalmente libre.
—¿Qué? ¡Ese es mi cuerpo, me lo has robado! ¡¿Qué eres realmente?! ¡¿Por qué me tenías que traer justamente a mí?! —le grité, furiosa. Ya no me sentía intimidada, sino que me sentía impotente, sin poder moverme, y viendo cómo aquella cosa se reía y se ponía cómoda en lo que parecía ser mi cuerpo.
—Parece que aún no lo comprendes y no te culpo, pobre criatura. Te explicaré antes de que me vaya —dijo, mirándome con verdadera lástima—. A ver, por dónde empiezo… ¡ah, sí! Los demonios, seres que alguna vez fuimos ángeles, fuimos desterrados y castigados por Dios a ser la sombra de los humanos. Algunos castigos más largos que otros. Mis compañeros más fuertes fueron condenados a ser la sombra de los objetos, en la tierra. Es casi imposible que puedan liberarse, ya que se necesita que la persona a la que has sido atada desee morir por un largo tiempo para poder tomar poder sobre ella. En cambio, los objetos no tienen mente y no pueden, claramente, desear. Sin embargo, pueden liberarse si el objeto es completamente destruido, así no les llegará la insoportable luz del «todopoderoso», aunque nuestro Rey tuvo una condenada aún mayor y quizá sea el único que no podamos liberar pronto.
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Editado: 01.09.2025