AntologÍas Error

EL CAMINO HACIA HAMELIN

Mi dia había sido inimaginablemente bueno, el mejor de mi vida, se puede decir. Pero siempre habia pensado que las caminatas nocturnas, para una mujer son peligrosas y mucho más si va sola. Sin embargo, en ese momento, esa preocupación no se me cruzó por la cabeza.

Cuando era pequeña mis padres solían decirme que tenía que temerle más a los vivos que los muertos, no obstante, nunca me dijeron que debía hacer cuando conociera a una persona viva, pero muerta por dentro.

Estaba gozando de la vista nocturna, las estrellas, los faroles, más no era un paseo intencional, solo estaba regresando de mi trabajo un poco más tarde de lo inusual. Al vivir cerca de un bosque, la idea de llegar siempre cuando aún estaba el sol, era primordial. No odiaba vivir cerca del bosque; los árboles, majestuosos, se elevaban tanto que no dejaban hueco para que pasase el sol o las estrellas.

Al llegar a mi casa, lo primero que hice fue buscar las llaves. Mi bolso estaba vuelto un desastre, habría podido sacar un conejo de ahí, pero muerto. Después de un rato de revolver todo mi bolso, no encontré las llaves. Tiré todo lo que tenía en el bolso al piso, pero aún así no las encontré.

—¡Mierda!, ¡se me quedaron en el trabajo! —grité enojada a la nada. Saque mi celular y le marque a Gabriela, mi compañera de trabajo. Hoy le tocaba cerrar a ella y según mis cálculos, aún debía estar en el negocio. Mi celular empezó a marcar, no pasaron ni dos minutos cuando Gabriela contestó.

—¡Aló! ¿Elena?

—Ah, Hola Gabi, gracias a Dios por contestar. Oye, ¿No se me habrán quedado las llaves en el negocio?

—Mm, no lo sé, dejame ver.

—Okey, te lo agradecería, si quieres llámame en unos minutos para que las busques bien

—Oh, si si, no te preocupes. Te llamo en cinco —sentenció.

—Okey, bye bye —y cortó la llamada. Gabriela es una buena chica.

Me senté en la puerta de mi casa, mirando los árboles.

No logro comprender cómo fue que no me percaté que apesar de que había viento, los árboles no se movian. Quizás estaba demasiado agotada por el trabajo.

Sin embargo, a lo lejos, vi un pequeño destello, un destello plateado. Me levanté, quería ir a ver qué era lo que provocaba el brillo. Pero, estaba dudosa. No creo que sean mis llaves, es imposible. Hoy no he ido a ese lugar.

No obstante, no me quedaba muy lejos, y no me iba a perder. Decidí ir y ver. Al acercarme comencé a sentirme algo extraña, con ganas de… ¿Cantar?. Intenté alejar esos estúpidos pensamientos, ni siquiera soy buena cantando.

Al llegar al lugar, me di cuenta de que era una ¿Flauta? Una Flauta muy oxidada y sucia. Al inspeccionar la flauta, me di cuenta que adentro había un pequeña serpiente. La bote al instante.

—¡Qué jodido asco! —estaba a punto de marcharme cuando escuché unos pasos. Me asusté. No me quedé a averiguar que provocaba esos sonidos y me fui corriendo a mi casa. Luego recordé que estaba cerrada. Intenté llamar a Gabriela, pero no tenía señal. “Mierda”, pensé. Ahora tendría que esconderme en algún lugar. Quizás una persona andaba rondando por el bosque. Miré de reojo el bote de basura, media un metro, creo que podría caber dentro en el caso de que lo peor pudiera suceder. Empero, sería demasiado extremista de mi parte. Quizás un conejo andaba por ahí y yo haciendo un escándalo de lo peor y por nada.

No lo iba a negar, no quería mirar al lugar dónde antes me encontraba. No obstante, debía asegurarme de que estaría segura, de que nadie estaba ahí y solo eran imaginaciones mías. Lo primero que no divisé fue la flauta, lo cual fue extraño porque antes estaba brillando apesar de estar toda oxidada. Pudo caer debajo de algunas hojas, no lo sabía.

Mi corazón se detuvo, podría jurarlo. Alguien estaba ahí, parado al lado de un árbol. No podía verlo, la sombra lo mantenía en el anonimato. Sentí cómo una gran helada recorría mi espalda. Aquella persona no se movía. Estaba segura de que no era solo una sombra provocada por alguna rama. En ese momento sacó algo de su bolsillo, un instrumento.

—¡La flauta! —grité. Me sorprendi de mi propia voz. Me tape la boca como si eso me hiciera desaparecer de la vista de ese psicópata. Se puso la flauta en la boca y cuando pensé que saldría una melodía, fue todo lo contrario, se empezaron a escuchar gritos, gritos de niños, pero ¿De dónde? ¿Qué estaba pasando? ¿Habían niños en el bosque?. Tenía demasiadas preguntas. Es imposible que hubiesen niños en el bosque porque mi casa quedaba lejos de las otras casas y que yo sepa, ningún niño se encontraba perdido en la zona.

Se sacó la flauta de la boca y dejé de escuchar los atormentados gritos. No fue más, intenté romper la ventana que estaba al lado de la entrada. Iba a entrar cómo fuera posible. Busqué una piedra, no obstante, no había ninguna. ¡¿Que sucede?!, mi casa tenía muchas piedras alrededor, o así era antes de irme a trabajar. Sabía que si sacaba un poco de tierra alguna piedra debía aparecer, sin embargo, me demoraría demasiado. Volví a mirar hacia el bosque. No había nadie. Suspiré de alivio. Pero mi tranquilidad no duraría mucho. Se volvió a escuchar un ruido, está vez era una hermosa melodía. Sentí unas fuertes ganas de seguir esa melodía majestuosa, y lo hice. Quedé hipnotizada. Caminé sin rumbo alguno por el bosque, viendo de vez en cuando la sombra con forma de hombre, que parecía estar vestido de payaso, payaso de la antigüedad. Caminé y caminé sin cansancio alguno.

Repente llegué a una cima, que antes no había visto en el lugar. Eso me devolvió a la tierra. Al parecer ahora me encontraba lúcida, cerca de una cima o montaña, al frente de un hombre con facciones celestiales, parecía un ángel. Vestia de traje, un traje negro que lucia impecable. Sacó su flauta, que ahora brillaba más que el sol, y cuando pensé que volvería a sonar algo hermoso, escuché los gritos de los niños. Me asusté he intenté salir corriendo del lugar, sin embargo, no sabía dónde me encontraba. Me devolvi a mirar al tipo, y vi, detrás de él, un gran hoyo que brillaba de color rojo, de ahí provenian los gritos de los niños y ¿Gritos de adultos?. Lo miré fijamente con un miedo que jamás imaginé sentir, y le pregunté:




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