Desperté bruscamente. Pesadillas. De nuevo. Un apretón en mi hombro me alarmó.
—Todo está bien —dijo Elliot para tranquilizarme, lucía cansado, claro que luce cansado. Había estado manejando desde las dos de la mañana porque el muy terco creía en las responsabilidades masculinas.
— ¿Hora?
—Son las siete exactamente —informó echándole un vistazo a su reloj favorito. Se lo había regalado por la graduación, él en cambio me dio un anillo.
Di un gritito ahogado. Demonios. Había dormido todo este tiempo, el remordimiento me recorrió de pies a cabeza.
—Te debo una —proferí culpable ¿Siempre me echaba la culpa? Seguramente, sí.
— ¡Ah-dios! Para eso están los amigos. Por cierto, la compañía de seguros me informó que detestan que babees —cuchicheó burlón como un niño pequeño. No podía imaginarlo sin ese característico brillo infantil implantado en sus ojos.
— ¿Me has estado mirando?
— ¿Qué se supone que haga? —replicó risueño mientras hacía sus ojitos de perrito arrepentido.
—No lo sé ¡mirar a la carretera! Eso, en resumen, es lo que querría que hicieras —exclamé sardónica, me crucé de brazos furiosa y a la vez riéndome. Pensaba en cómo decirle al fiscal que el asesinato fue accidental.
— ¿Vuelves a pensar en cómo matarme cierto? ¡Vamos amiguita! Relax, aligeraré el ambiente con música —declaró decidido y algo temeroso, claro que era para hacerme reír pero no le di el gusto. Encendió el radio, subiendo el volumen. La canción en particular me hacía sentir vulnerable. Sin saber el por qué. Me gustaba mucho pero...
Elliot cantaba a todo pulmón, mientras la letra consumía mi corazón a fuego lento.
Please have mercy on me
Take it easy on my Heart
Even though you don't mean to hurt me
You keep tearing me apart
Would you please have mercy
Mercy on my heart?
Would you please have mercy
Mercy on my Heart?
—Baja el puto vo-lumen —pedí mirando hacia un lugar inespecífico en la carretera, el sol apuntando a mi rostro sin molestarme lo más mínimo. Él me miró confundido, mientras bajaba el volumen, como buscando la respuesta a algo. Fuese lo que fuese, no se la daría.
—Bienvenida a Los Ángeles —masculló tan estupefacto como yo. El sol me abrazaba, como un beso. Para ser franca estaba disfrutando de la vista, del clima, absolutamente de todo. Ya me sentía libre, o al menos en parte. ¿Qué estaría pensando o sintiendo mamá?
Solo Dios sabe lo tormentoso que fue esa noche, en el bosque, a solas con el diablo. Fruncí el ceño reprimiendo mis pensamientos, lanzándolos a lo más recóndito de mi mente. Solo olvídalo, me dije sacudiendo mi cabeza. Permanecimos en silencio contemplando lo que sería nuestro nuevo hogar.
Luego de llamar a Elliot en casa había arreglado todo, no podía llegar aquí sin preparativos así que hice mis maletas. Luego a toda velocidad mis dedos ansiosos teclearon en mi laptop para alquilar un hospedaje; los ahorros desde tercer curso dieron sus frutos. Bendito seas, 7-Eleven. Eso y el dinero que mi padre había dejado para mis estudios, al tener cuenta bancaria le imploré a mamá que lo transfiriera y así lo hizo. Era lo único que tenía del hombre que me concibió y lo cuidé muchísimo.
Mis necesidades de estudiar no podían quedar atrás aunque de todas formas eso ya estaba más que resuelto. Hace un par de meses, mientras hacíamos la prueba de aptitud y admisión, había logrado persuadir a Elliot para enviar una solicitud a la UCLA.
Sí, lo sé. La universidad más selectiva de los Estados Unidos.
Mi amigo no lo sabía hasta anoche, pues quería darle la sorpresita en el momento adecuado. Me costó trabajo disuadir al director del instituto que no le informaran nada; al ser la chica de la tragedia era sencillo conseguir lo que querías. Mi único beneficio.
Habíamos sido aceptados.
El día en que recibí la carta salté por dentro. No notifiqué esto a mi madre. Realmente no era necesario, ya hacía años que ella había dejado de velar por mi bienestar, tanto físico como mental. De eso estaba segura. Y seguir con sus citas fortuitas e irresponsables era una prueba de ello.
Ahora que miraba las palmeras, el sol, el cielo que parecía haber sido pintado con el óleo más fino; las nubes patinando por el cielo azul, con los rayos calientes asomándose dorados y radiantes, confirmaba la calidad de mi plan. Estudiar, olvidar, seguir adelante y ser independiente. Lo de olvidar sería lo más complicado, mi bilis se revolvió estrepitosamente.
Literatura. Una de las bellas artes, que tiene a la palabra como medio; elegí esa carrera porque siempre había sobresalido en todo lo relacionado a ella. Con respecto a mi léxico a veces mi boca podía resultar exorbitante de las palabras que pronunciaba. La humildad siempre había estado tomada de mi mano; o al menos eso me decían.
Aquellos que creían eso se equivocaban. Podía incluso llegar a ser denigrante conmigo misma, lo usaba como mecanismo anti-ego. Odiaba que me adularan sin mérito, lo hacían por compasión. ¡Estaba segurísima!
Basta, me dije estresada.
— ¿Nerviosa?
—Como no estarlo —farfullé secando el sudor de mi frente. En esta ocasión el sarcasmo había quedado enterrado. Muy en el fondo.
—Ya llegamos —constató dándole un vistazo de refilón, en la incógnita de sus ojos reflejada su diversión interna. Inmediatamente me bajé, no quise detallar el lugar, al menos no ahora.
Una silueta invadió mi visión periférica, muy curvilínea y lo que los artistas como Da Vinci debieron buscar en su época. La chica con el rostro más simétrico que había visto en mi vida; por un instante no creí que fuera real. La desconocida bajaba de un Dodge Neon blanco con algunas cajas. Claramente ella sería mi compañera en la residencia. Fui girando poco a poco de regreso al Wrangler, así quizás no notaría nuestra presencia. No sirvió de nada.