Un vestido. Grecia me obligó a ponerme un maldito vestido. En mi guardarropa era lo único que no tenía, además de cero faldas. Cualquier otra chica me habría dicho que era un bicho raro, pero ella solo se había reído para luego decirme que soy un enigma. Cosa que no dudo ni por un segundo.
Ahora entendía sus motivos para persuadirme, el calor era condenadamente sofocante y la tela ayudaba a tolerarla, aunque me hacía sentir más diferente de lo usual de una buena manera, seguía sintiéndome extraña.
— ¿Estás bien? —preguntó mi amiga con sorna, en total deleite de mi estupidez.
—Oh, claro, solo no estoy acostumbrada —afirmé respirando profundamente. El vestido era vintage, con flores estampadas muy pequeñas, añadiendo un cinturón marrón en mi pequeña cintura. Me veía ridícula.
Me asintió mirando alrededor del salón, Elliot había tenido que ir al Campus Sur debido a que el listillo pertenece al área de las ciencias por elegir medicina; mientras que nosotras estamos en el área del arte, en otras palabras el Campus Norte. Ya lo echaba de menos. Era imposible no sentirse diminuto en este auditorio gigantesco. Hermoso y aterrador.
Sentada en mi asiento me tomé la libertad de analizar los rostros de los seres con los cuales por reglamento tendría que socializar. Ugh.
Solo había llegado un chico. De una estatura promedio y gestos que denotaban que era un amante del amor, su cabello color castaño claro y reflejos miel que sin duda eran químicos. Todo en él parecía ser artificial.
Mi pecho se encontraba bañado en sudor, bajé la mirada a la mesa mientras mis dedos tamborileaban en la página en blanco de mi cuaderno. Escuché un saludo. Levanté mi mirada para encontrarme con el chico.
—Hola —proferí neutral tratando de no lanzarle mi mejor mirada asesina.
— ¿Estás ocupada mañana? —por un momento no entendí la pregunta, desvié mi rostro hacia el de Grecia, ella con su boca articuló en silencio 《Te está invitando a salir》alzando sus pulgares en aprobación. Apreté mis puños en una inesperada ira, negué con mi cabeza y lo encaré levantándome bruscamente.
—Pues va a ser que no. Gracias, pero estoy muy ocupada —solté con odio inmerecido hacia él. Estaba siendo insensible. Sí, lo sabía. Sin embargo lo último que necesitaba cualquier chico era una chica como yo. Y más aún, yo carezco del amor insensato y estúpido. Solo lastimaría al tonto creyente en el amor "verdadero". Le hacía un favor.
Chispó sus ojos en sorpresa, hizo una mueca, saliendo del auditorio con dignidad y algo herido. Mi amiga se me acercó como un rayo con su ceja arqueada y los brazos colocados en jarra.
— ¿Qué demonios estás haciendo? —exigió buscando mis ojos, buscando una explicación.
— ¿Tú que crees? Sobrevivir, alejarme de los problemas —expliqué encogiéndome de hombros mientras me enfocaba en toda la habitación menos en ella y su mirada lista para apuñalarme.
—De esa manera solo te aislarás de todos y de todo, deberías intentar ser menos dura, no todos soportan tu extraña frialdad —declaró exhalando con desespero, se levantó siguiendo el mismo camino que aquel chico. Lejos de mí.
Me sentí enferma, por no poder contarle todo. Solo arruinaría su imagen de mí sí me confesaba. Ella no necesitaba preocuparse por mí. Nadie lo necesitaba.
De repente me invadió una rara sensación, me ardían los ojos. Oh, no. Negué varias veces en voz alta.
Infierno.
No se te ocurra llorar aquí, no es el momento, reclamé para mis adentros. Solo una lágrima. Fue la primera que resbalaba por mis mejillas en años. Y sería la última que derramaría. No estés tan segura murmuró la voz en mi cabeza, cállate pedí a mi mente traicionera.
Uno pasos interrumpieron mi lucha interna. Resoplé una maldición por lo bajo. Otro chico. Me reprendí por llegar veinte minutos temprano, procuraría no repetirlo.
Este lucía diferente, más alto y por cierto motivo mucho más mayor, de una buena forma. Aunque su presencia no me produjo desagrado, dato muy infrecuente, lo miré imparcial. Como otra persona más.
—Tu nombre —ni siquiera un saludo, solo preguntaba mi nombre; aunque no sonó como una pregunta sino como que era un hecho reiterado que yo se lo diría. Contuve la risa que luchaba por salir.
—Debí imaginármelo, nunca tengo mucha suerte —contesté sardónica rogando el rescate de Elliot.
Me miró confundido, la bruma verdosa de sus ojos me analizaba, hice lo mismo. Encontré un problema. ¡Él no me molestaba! Estaba en graves problemas si permitía que abarcara mi espacio solo por el hecho de sentir empatía.
—No has contestado.
Apreté mis puños.
—No tengo por qué hacerlo.
Mi comportamiento era evasivo, encontré este jueguito interesante, solo que no le advertí al chico, que soy peor que una mula y por ningún motivo cedería ante él. Me sonrió deslumbrante y vislumbré que al sonreír se le forman unas arruguitas en sus ojos.
¿Y por qué carajos lo estoy examinando?
—Está bien, no creas que esto ha acabado —insinuó con diversión, sin previo aviso suspiré lentamente como una especie de gemido ahogado, sentí el pecho apretado y el calor ya no era debido a la temperatura. Relajé mis puños.
Debo arreglar esto, pensé recomponiéndome. Sonó la campana y él, quienquiera que fuese, se sentó en el escritorio sacando algunas cosas del maletín que pasó desapercibido a mis ojos. Estuve a punto de preguntarle por qué estaba ahí. Cuando todo el cuerpo estudiantil irrumpió en el salón tomando sus asientos, el silencio dominó la habitación, él se levantó y dijo:
—Buenos días chicos, seré su profesor de Literatura, para los que no me conocen soy Mason Hale.
¡Maldición!
Se nota que Dios me ama, hoy al levantarme en la mañana rogué porque todo fuese normal. Bueno, me salió el tiro por la culata. Y por suerte ya nada más podía salir mal.
—Quisiera que me vieran como su amigo, como otro adolescente más y necesito aprender sus nombres así que ¿quién quiere empezar? —disimuladamente me encogí en mi asiento deseando que me tragara la tierra. Nadie alzó la mano.